Un seminarista en el frente - Alfa y Omega

Un seminarista en el frente

Don Vicente Serrano es un cura de Madrid que tiene hoy 93 años. Vivió en primera persona los avatares de la Iglesia perseguida en el Madrid de la Guerra Civil, tanto que fue ayudante de comisario político en las filas del Ejército republicano. No disparó un solo tiro, y utilizó cada permiso para seguir en contacto con los formadores del Seminario de Madrid. En esta entrevista relata su experiencia:

Redacción
Don Vicente Serrano

El 18 de julio de 1936, usted era seminarista en Madrid. ¿Qué recuerda de aquel día?
Yo tenía entonces 18 años, y la tarde del 18 de julio, teníamos retiro en el Seminario. Se tuvo que terminar antes y nos mandaron salir. En mi barrio, en Pacífico, estaban ya repartiendo armas a la gente por la calle.

El domingo, día 19, fui a Misa; y el lunes 20 de julio, volví a ir, esta vez a los dominicos de Atocha. El convento estaba cerrado, pero lo abrieron para celebrar la Eucaristía. El padre dominico dio la comunión y se metió dentro otra vez. Pues bien, a las 12 del mediodía estaba ya la basílica ardiendo, y todos los dominicos habían sido asesinados y tirados a la calle.

¿Cómo vivió los días siguientes?
Por aquel entonces, teníamos que buscarnos una manera de sobrevivir para no quedar atrapados en casa, sin documentación. Por eso, me inscribí en el Cuartel de la Montaña, y fui destinado a las oficinas de organización. Me eligieron a mí para dirigirla. ¡Con 18 años! Cuando iba a empezar mi misión, llegan los Junkers alemanes que bombardearon y destruyeron parte del cuartel. Aquella misma noche nos enviaron al cuartel de María Cristina, que también fue bombardeado.

Al cabo de un tiempo, tuve que ir al frente, cuando pasaron las milicias al Ejército republicano. Me destinaron a la 68 División, que había participado en la batalla de Teruel. Allí me destinaron como ayudante de comisario político, por lo que me libré de estar en las trincheras. No disparé ni un solo tiro.

Su carné de las milicias del Cuartel de la Montaña

Usted seguía siendo seminarista.
Yo me seguía sintiendo seminarista, y a pesar de todos los avatares de la guerra buscábamos mantener el contacto, utilizando los permisos que nos daban en el ejército. Nosotros mantuvimos relación con don José María García Lahiguera. La de Madrid era una Iglesia de catacumbas, lo vivíamos todo en un piso. Y cuando volvíamos del frente íbamos a ver a don José María. Después de las primeras efervescencias, todo se empezó a serenar y ya se pudo establecer una red de ayuda; se celebraba la Eucaristía en una casa y se llevaba la Comunión a los enfermos. Él estuvo viviendo un tiempo en el Hotel Laris, en la plaza de Santa Bárbara, y allí íbamos a recibir la Eucaristía y a confesarnos. A los seminaristas que estábamos en el frente nos decían, por ejemplo, que para rezar el Rosario utilizáramos una cuerda con diez nudos, para rezarlo discretamente.

¿Qué le decía García Lahiguera en sus cartas?
Nos escribíamos cartas en clave, para que no nos descubrieran. Él me llamaba mi compañero Serrano y me escribía cosas como: «Estáis viviendo los años más importantes de la vida»; «Esto nos está ayudando a los jóvenes a hacernos hombres»; «Mira al futuro, para ser útil a la Humanidad». Me llamaba compañero de ideales en la misma causa; nosotros ya sabíamos cuál era nuestra causa.

¿Qué pueden aprender los jóvenes de hoy de los de aquellos años, especialmente de cara a la JMJ?
Tenemos que aprender de Jesucristo, nada más. Cristo es el Camino, no hay otro. Tenemos que seguirle a Él, pisar sus huellas. Yo lo que temo es que la JMJ se convierta en una especie de espectáculo. Espero que después quede un trabajo posterior en las parroquias, como los centros de formación en la fe que deben ser.

Joven sacerdote de 88 años. Es tiempo de dar testimonio

El 25 de julio próximo hará 88 años, y con esa edad este sacerdote veterano se pondrá al servicio de la JMJ. Al conocer la Fiesta del Perdón, que va a tener lugar en el parque del Retiro, contesta rápidamente: «Allí estaré yo, confesando». Y continúa: «Rezo mucho por la JMJ, ¿sabes?». Y de rezar sabe un rato; en los años de la Guerra Civil tuvo ocasión de hacerlo mucho, sobre todo en esas ocasiones en las que la fe en Dios se veía acompañada por el miedo de dar la cara por Él. Así cuenta su historia este cura que sólo quiere ser presentado como un sacerdote: «Ingresé en el Seminario en el curso de 1935-36; no tenía ni doce años. Ese curso fue muy conflictivo, sufrimos varias amenazas de incendio, apedreaban nuestros cristales…».
En los primeros compases de la contienda, se encontró por la calle a un compañero del Seminario: «Me llevó a casa de don Ramón Fernández Chozas; allí se celebraba la Misa, se daban retiros…». Cuenta que iba allí «con mucha emoción, pero con temor a las posibles denuncias».

También llevaba la Comunión a un tío suyo, preso en la cárcel de Porlier. Y relata: «Le llevaba comida y, dentro del pan, iba escondida la Sagrada Forma. Mi tío rezaba y comulgaba; más tarde, se sinceró con algunos compañeros de celda, y pude llevarles también la Comunión a ellos».

Por eso es hoy uno de los testigos que pasará la antorcha de la fe a los jóvenes de la JMJ: «Me gustaría que se hiciera realidad el lema de la Jornada, que estén firmes en la fe. En estos tiempos hay que despertar y dar testimonio de esa fe». El, un sacerdote, lleva haciéndolo toda su vida.