«Veré a la Virgen en el Cielo, será más bonito» - Alfa y Omega

«Veré a la Virgen en el Cielo, será más bonito»

El 7 de julio de 1866, hace 150 años, Bernardita Soubirous llegó a Nevers. En la ciudad borgoñona pasó los 13 últimos años de su vida como enfermera de su convento al tiempo que perfeccionaba su acercamiento a Dios en medio del paulatino deterioro de su salud. Sabía que se cumpliría la promesa de la Virgen en la gruta: «Te prometo la felicidad en el otro mundo, no en este»

José María Ballester Esquivias
Cuerpo incorrupto de sor Marie-Bernard, santa Bernardita. Convento de Nevers. Foto: Alfa y Omega

Santa Bernardita Soubirous (1844-1879) fue uno de los primeros fenómenos de masas, en el sentido moderno de la palabra. Según escribe el padre René Laurentin, su mejor biógrafo, poco tardó en convertirse tras las apariciones «en presa de los preguntones, creyentes o no, admiradores y adversarios».

Su vida experimentó profundos cambios a raíz de lo ocurrido en la gruta de Massabielle. Pudo por fin acudir a la escuela para aprender a hablar y a leer y escribir en francés, pues su primer testimonio lo corroboró en el dialecto local.

Sin embargo, el acoso iba en aumento. Algunos sacerdotes se acercaban a Lourdes para interrogarla con malicia, arrastrándola hacia vericuetos teológicos con el objetivo de que incurriera en contradicciones para deslegitimar las apariciones. El empeño fue contraproducente, pues la muchacha era prudente en sus respuestas, al tiempo que consolidaba una piedad ordinaria a la vez que firme.

Su vida se hizo cada vez más insostenible. El obispo de Tarbes le prohibió ir a Massabielle. De ahí que se planteara su ingreso en el hospicio de Lourdes como inquilina. La estancia debería ayudar a Bernardita a discernir una posible vocación religiosa. En un primer momento se negó, pero en 1860 se trasladó al hospicio, gestionado por las Hermanas de la Caridad.

Durante cuatro años, la expectación que generaba Bernardita no decaía, pero estaba más controlada. Pudo entrevistarse largamente con el escultor Fabisch para la configuración de la talla de la Virgen que presidiría la gruta –aunque no asistió a su inauguración– y maduró de modo irreversible su vocación. Tras varias deliberaciones, se decantó por el convento de las Hermanas de la Caridad en el municipio borgoñón de Nevers. El 3 de julio de 1866 Bernardita dejaba Lourdes para siempre.

Su vida en Nevers

La última etapa de la vidente es la más desconocida y, no obstante, es entonces cuando intensifica su espiritualidad. Dios la puso a prueba: sus inicios en Nevers no fueron fáciles. De entrada, se agudizaron sus crisis asmáticas e hizo sus primeros votos in articulo mortis, tumbada en su cama. Despachó el trance con un «todo esto es bueno para el cielo».

No fue la única dificultad a la que se enfrentó nada más llegar a Nevers. Las monjas optaron, para preservarla de la curiosidad pública –aunque no lo lograron del todo–, no enviarla ni a escuelas ni a hospitales como hacían con el resto de novicias. Fue un duro golpe para Bernardita, que se había fijado, entre otros objetivos, «trabajar para llegar a ser indiferente».

A estas dificultades se añadía la poca habilidad de Bernardita para muchas tareas. Durante una visita del obispo al convento de las Hermanas de la Caridad, la madre superiora no dudó en decirle que sor Marie-Bernard –el nombre que adoptó tras tomar el hábito– «no valía para nada». «¿Qué vamos a hacer contigo?», preguntó el prelado a la joven novicia.

Esta, ni corta ni perezosa, le contestó: «Se lo advertí cuando usted me sugirió ingresar en la comunidad; me respondió que no pasaría nada». Terminó terciando la madre superiora, de forma despectiva: «Por caridad, que vaya a la enfermería, aunque solo sea para fregar y preparar las infusiones».

Y así fue. Solo que la vidente y futura santa, a base de oración y fuerza de voluntad, se convirtió en una experta enfermera. Hizo gala de abnegación en el cuidado de las enfermas y facilitaba a sus nuevas ayudantes que cumplieran con sus obligaciones lo mejor posible.

Mientras, su fe en Dios se intensificaba con el paso del tiempo. Cuando estalló la guerra franco-prusiana en 1870 escribió: «Parece que el enemigo se acerca a Nevers; prescindiría de los prusianos, pero no los temo. Dios está en todas partes, incluido entre los prusianos».

Un desapego impregnado de fe que también se desprende cuando se barajó la posibilidad de volver a Lourdes, aunque solo fuera por una temporada: «Hice el sacrificio de Lourdes, veré a la Virgen en el Cielo, será más bonito».

La enfermedad no tardó en hacer estragos en el cuerpo de sor Marie-Bernard. Su deterioro avanzaba a pasos agigantados. Su último confesor, el padre Febvre, reveló que su verdadero sufrimiento se debía al hecho de no haber podido «devolver a Dios las gracias recibidas». El 16 de abril de 1879 murió rezando el Avemaría. Ya se podía cumplir la promesa de la Virgen en la gruta: «Te prometo la felicidad en el otro mundo, no en este».