Ana María García: «Quitar a Dios de nuestra vida nos lleva a quitar al hermano» - Alfa y Omega

Ana María García: «Quitar a Dios de nuestra vida nos lleva a quitar al hermano»

Esta palentina de 57 años entró en las Misioneras Eucarísticas de Nazaret en 1975. Ahora colabora en el Obispado de Oviedo en la Vicaría General. Antes trabajó en Venezuela, Argentina y Perú. Con su comunidad atiende pastoralmente varios pueblos asturianos. Habla de su fundador, monseñor Manuel González, el obispo de los sagrarios abandonados, que va a ser canonizado en octubre. Y habla de la Eucaristía, que es el centro de su vida

Javier Valiente
Ana María, en su despacho de la Vicaría General del Obispado de Oviedo

Una congregación dedicada a la Eucaristía
Sí, la congregación nace en 1921 en Málaga, donde don Manuel González era obispo.

Sois una amplia familia.
Lo primero que funda, en 1910, es la rama de seglares, las Marías de los Sagrarios y los Discípulos de San Juan, que hoy es la Unión Eucarística Reparadora (UNER).

¡Ah! Primero los laicos…
Eso es, primero los laicos y luego a nosotras. De hecho nos fundó sin hábito. Quería que estuviéramos «metidas en el mundo sin llamar la atención».

¿Y vuestra misión y carisma?
Una misión eucarística reparadora. Hacer todo lo que me lleve a poner a las personas en contacto con la Eucaristía. Vivir nosotras y anunciar la presencia de ese Jesús vivo.

¿En qué se concreta este trabajo?
Colaboramos en parroquias, no tenemos obras propias.

¿Cómo realizáis este anuncio?
No tenemos obras propias, colaboramos en parroquias y lo anunciamos a través de la catequesis, grupos eucarísticos o para profundizar en la Biblia, oraciones con grupos parroquiales, formación con otros movimientos, trabajo en Cáritas…

¿Qué cambia en la vida de un creyente cuando descubre el valor de la Eucaristía?
Mi vocación surge al descubrir en las hermanas una cercanía, una alegría, una sencillez que me atrajo y me hizo descubrir esa otra presencia, cercanía y acogida de Jesús en la Eucaristía.

Y eso cambia la vida de uno…
Mi vida cambia al descubrir a un Dios que me acoge y me ama. Esto me tiene que llevar a acoger a los hermanos desde ese amor que Dios me da.

La Eucaristía, fuente del servicio a los demás.
Tiene que llevarte a salir de ti y a pensar más en el otro. Aquí en Oviedo trabajamos con dos sacerdotes que tienen 28 pueblos.

Pueblos con poca gente, supongo.
Algunos con ocho o diez personas. Vamos, estamos con ellos. Muchas veces lo importante no es lo que hagas sino el escuchar, estar. A veces nos dicen: «Los médicos se fueron, las escuelas han cerrado, por lo menos la Iglesia está ahí».

Organizáis celebraciones de la Palabra.
Visitamos a los enfermos, los hogares, charlamos, nos tomamos un café… Don Manuel hablaba mucho del apostolado de la amistad, del tú a tú… Tenemos la celebración de la Palabra, y en los momentos fuertes hacemos celebraciones especiales, estamos presentes en la fiesta del pueblo…

Eso también es Eucaristía.
Sí, yo vivo como parte de mi carisma, acercar a la gente a Jesús, hablar a los hombres de Dios y de Dios a los hombres. Digo: «Señor, mi misión está también en pasar un rato hablándote de ellos, y luego tú te encargas».

Vuestro fundador va a ser canonizado.
Recibimos la noticia con gran alegría, con gratitud. Es un motivo de exigencia, porque tiene que llevarnos a un mayor compromiso. También es motivo de esperanza, porque creo que muchas personas van a descubrir y conocer un poco más a Jesús a través de este acontecimiento.

Un santo que siempre señala a Jesús.
Claro, no se queda en él, siempre señala el camino hacia Jesús. En su epitafio mandó escribir: «¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!».

¿Qué nos enseña?
La cercanía de todo un Dios. Cuando llega a Palomares [su primer destino en 1902], dice: «Yo descubrí a un Jesús que me veía, tan paciente tan bueno, tan callado, que me esperaba». Él dice que el mal de todos los males es el abandono de la Eucaristía, y quitar a Dios de nuestra vida nos lleva también a quitar al hermano.