Los católicos ante el resultado electoral - Alfa y Omega

Del 1 al 3 de julio se celebró en Toledo el II Curso de Verano del grupo Polis. En el marco de la Acción Católica un grupo de 80 profesionales laicos de distintos sectores han decidido lanzarse a la política. No quieren dar un salto al vacío. Tampoco quieren identificarse como la opción política del humanismo cristiano, ni plantearse de entrada la creación de un partido político. Quieren realizar juntos un discernimiento necesario, legítimo y urgente. El curso llevaba por título Renovar la política y comenzó cuando se confirmaban los resultados electorales del 26J. Un dato importante porque en todas las conversaciones aparecían siempre las mismas preguntas: ¿Cómo incide el factor católico en la agenda electoral? ¿En qué medida el voto católico tiene valor en programas, campañas, listas, gobernanza o legislación?

Algunos tenían experiencia política reciente. Estaban descubriendo su liderazgo y el valor de sus convicciones para arrastrar determinadas bolsas de votos, y comprueban que esos votos serán cada vez más valiosos porque sin ellos será imposible la gobernabilidad. Recordé con ellos la figura de Brigitte Nielsen en la serie Borgen cuando crea el Partido Moderado y se convierte en la llave de todos los gobiernos.

Esta experiencia será cada vez más decisiva en el nuevo contexto político, donde los partidos tradicionales como PP y PSOE han perdido cierta hegemonía global, y donde los partidos nuevos como Ciudadanos, Podemos o Vox tienen la cuota necesaria para generar cambios que resultaban impensables. Si añadimos que los partidos tradicionales tienen pendiente una refundación ideológica importante, estamos ante un escenario idóneo para que en la tradición del humanismo cristiano nos preguntemos: ¿Qué hay de lo nuestro?

Cuatro objetivos

Cuando el humanismo cristiano se expulsa por la puerta del adanismo, el populismo, el laicismo y la tecnocracia, entra por la ventana de la responsabilidad, la justicia social y el bien común. De hecho, la nueva clase política que está luchando contra la globalización de la indiferencia, la cultura del descarte y las sociedades líquidas está obligada a contar con el Factor Francisco. En España, puede ser un factor importante para renovar la política y puede materializarse, al menos, en cuatro objetivos estratégicos.

1.- Expresar la legitimidad cívica y democrática del adjetivo cristiano para mantener la tensión entre los mínimos humanistas de justicia cívica y los máximos samaritanos de solidaridad cristiana. Aunque no sea políticamente correcto, no podemos avergonzarnos de utilizar el adjetivo cristiano. Apremiante cuando determinada opinión pública ridiculiza, desprecia y margina la legitimidad de las confesiones religiosas para el fortalecimiento de una ética democrática.

2.- Proyectar esta tradición como factor de regeneración moral para evitar que las instituciones públicas no se sometan a las cuotas de los partidos. El olvido del humanismo cristiano en las últimas décadas no ha sido inocente. Al marginarlo, los partidos se han apropiado de instituciones, empresas públicas y entes administrativos gestionándolos por cuotas de poder. Es un factor incómodo e inquietante porque recuerda a los partidos que están al servicio de la sociedad y no de sí mismos.

3.- Mantener activo el horizonte de una sociedad abierta cuando los agentes económicos o los administradores públicos se olvidan de lo que Husserl, Patocka o Havel llamaban, al pensar Europa, el mundo de la vida. Cuando la actividad económica olvida su dimensión social y cuando la actividad administrativa olvida su dimensión servicial, el humanismo cristiano plantea la pregunta por la dignidad, la cultura o los valores… ¡por la urgencia de la vida! Ahora que nos ha dejado Elie Wiesel, algunos de sus textos deberían ser de obligada lectura para quien se manche las manos con la política: «Antes que utilizar a Dios como pretexto, hay que servirle reparando las injusticias».

4.- Actualizarlo intergeneracionalmente como factor de lúcida concordia. Además de recordar a los protagonistas de la transición o la redacción de la Constitución del 78, deberíamos actualizar a Tomás Moro y Luis Lucia; con ellos, las generaciones emergentes descubrirían el dinamismo de una concordia que no es pactismo, negociación o intermediación. Descubrirían que los consensos duraderos se fraguan con hábitos del corazón nutridos por el disenso profético, el testimonio insobornable y, como diría Elie Wiesel, luchando contra la melancolía.