Después de un encuentro de familias, alguien me pidió hablar porque quería hacerme una pregunta referente a su situación laboral. Era creyente comprometido, hombre de oración, Eucaristía diaria, sacrificios, rosario… Desde esa posición me interroga. «Tenía un cargo importante como profesional en una empresa que, con la crisis, decide reducir plantilla. En esa reducción soy despedido». De vivir sin apuros y en un marco más bien desahogado pasa a vivir en escasez, sin perspectiva de trabajo alguno, esperando encontrar algo que cada día es más indefinido… y, así, cae en una fuerte desesperación que tiene como signos la agresividad, la amargura y, sobre todo, la duda sobre Dios. «¿Me habrá dejado de querer?, ¿realmente estaba conmigo?, ¿no será este fracaso un signo de que Dios, por mucho que haga por Él, no está pendiente de mis necesidades?». ¡Y lo peor! «¿No debería ir a una especie de curandero por si tuviera un mal de ojo?» ¡Dios no es un ídolo que hace magia y al que se maneja con magias!
Creedme que me quedé atónita, sorprendida y triste. La fe en un Dios en el que creemos cuando todas las cosas marchan bien, a nuestro gusto, y que abandonamos o dejamos de fiarnos de Él cuando aparecen dificultades y problemas, no es fe, es una superstición más teñida de fe. La alianza de Dios con el hombre es en la vida misma, en las penas y en las alegrías. Es una Presencia que da sentido a la existencia, tal y como es y con todo lo que conlleva de enfermedad, de fracaso, de dolor… Dios no nos evita el sufrimiento sino que lo ilumina y nos acompaña en él hasta convertirlo en lugar de gracia.
Tenemos muchos ídolos. Son de barro y se rompen a la primera embestida de la vida. Dios, sin embargo siempre permanece. He conocido a muchos cristianos que viven así: la vida les zarandea, como a todo ser humano, pero la fe en «Aquel que me amó y se entregó por mí» les mantiene firmes en la esperanza. Y, si han perdido el lugar seguro en el que se hallaban, no temen recorrer caminos que nunca soñaron, pero por los que el Señor también pasa para encontrarse con ellos en un estallido de gracia inesperada.