No amaron tanto su vida que temieran la muerte - Alfa y Omega

No amaron tanto su vida que temieran la muerte

San Maximiliano Kolbe y santa Teresa Benedicta de la Cruz (Edith Stein) son dos conocidos santos mártires en el campo de exterminio de Auschwitz, pero otros muchos católicos y cristianos dieron testimonio de fe en este lugar. Escribe el doctor Francisco Glicerio Conde Mora, del Grupo de Investigación Cardenal Herrera Oria-CEU, quien actualmente realiza un trabajo sobre el Archivo Histórico de Auschwitz-Birkenau

Francisco Glicerio Conde Mora

La labor de la Iglesia católica durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) es patente, y la defensa de la vida y la dignidad del ser humano fue puesta de relieve en muchas ocasiones, llegando incluso al martirio. Pinchas Lapide, en su libro Three Popes and the jews, afirmaba que la Iglesia católica llegó a salvar, en los años de la ocupación nazi de Roma (1943-1944), a entre 740.000 y 850.000 judíos de la muerte. Ya más recientemente, David G. Dalin ha puesto de relieve la labor de Pío XII (1939-1957) en favor de los judíos. Sabemos que, en 1943, Pío XII ayudó a 3.000 judíos a encontrar refugio en la residencia papal de verano de Castel Gandolfo. La comunidad judía romana, según las estimaciones de la profesora de Historia de la Iglesia en la Auxilium, sor Gracia Loparco —quien ha realizado un interesante estudio sobre la comunidad israelita en Roma y reconoce la labor realizada por el Papa Pío XII—, se estima en torno a 10.000-12.000 judíos.

Muchos de estos judíos habrían acabado en un tren, enviados a Auschwitz-Birkenau, de no haber sido ayudados por la Iglesia católica. Quizá uno de los casos más conocidos de esta etapa del pontificado del Papa Pío XII sea el de monseñor O’Flaherty, sacerdote irlandés que ayudó a crear una red de evasión de judíos, en la Roma ocupada, en los años 1943 y 1944. Y en las cercanías de la estación de Termini, centro de comunicaciones de la Ciudad Eterna, fue famoso el religioso capuchino conocido como el padre Benoit, que falsificó muchos documentos con el propósito de salvar a judíos y de que éstos no fueran deportados por las tropas de ocupación del III Reich. Muchos otros sacerdotes y laicos pagaron con su vida la participación en estas redes de evasión, cuando eran capturados por las SS.

Condenados y deportados por los nazis, por ayudar al prójimo, lo cierto es que, en el campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau, se vio la labor de la Iglesia. En sus celdas estuvieron prisioneros católicos como san Maximiliano Kolbe, franciscano, testimonio de dar la vida por otro, cuando se ofreció a morir por otro preso que, tras haber sido elegido, se lamentaba de la suerte de su mujer e hijos. Maximiliano Kolbe salió y ofreció entregar su vida en su lugar, alegando ser mayor y no tener hijos. La fortaleza espiritual y física de san Maximiliano Kolbe hizo que, finalmente, los nazis le administraran una inyección de ácido fenol para acelerar su muerte.

Pero san Maximiliano Kolbe no es el único santo cristiano mártir en Auschwitz. Encontramos también a una monja católica alemana, de familia judía, como santa Teresa Benedicta de la Cruz, nacida como Edith Stein. Edith Stein fue enfermera y profesó en el convento de las Carmelitas descalzas de Colonia, en Alemania. Arrestada junto a su hermana Rosa, el 2 de agosto de 1942, fue deportada al campo de Amesfoort y Westerbork (Holanda), siendo conducida después a Auschwitz-Birkenau. Fue ubicada en la barraca número 36, y enviada a la cámara de gas y asesinada junto a otros millares de prisioneros. Beatificada por el Papa Juan Pablo II el 1 de mayo de 1987, fue canonizada 11 años más tarde, en 1998. Arriesgaron su vida… por sus vecinos

Imagen de Cristo en la Cruz, en una de las celdas de internamiento, realizada por el teniente Stefan Jasienski, católico prisionero en Auschwitz; en esa misma celda murió el padre Kolbe. A la derecha: Imagen de la Divina Misericordia en otra celda del campo.

No sólo dentro del campo se dejó sentir la labor de los católicos. En los alrededores de Auschwitz también constatamos la ayuda de instituciones católicas. Merece la atención un libro editado por Henryk Swiebocki, titulado People of good will, que relata la ayuda de las poblaciones cercanas a este campo de exterminio. En esta obra, destaca la labor de las Hermanas Seráficas, o de la comunidad de padres Salesianos de Oswiecim (Oswiecim es el verdadero nombre de Auschwitz, siendo éste el topónimo germanizado). Ambas Congregaciones católicas, situadas en las proximidades del campo, proveyeron de comida, medicinas y ropas a los prisioneros, ayudándolos en secreto con su correspondencia, aun sabiendo el peligro al que se exponían. Sabemos que los padres Salesianos proporcionaron comida, medicinas y ropa (muchos de estos víveres fueron proporcionados por las Hermanas de la Misericordia de San Carlos Borromeo), padeciendo por ello graves represalias. Son de destacar los nombres de salesianos como Karol Golda, que murió en Auschwitz el 14 de mayo de 1942, o Zygmunt Kuzak (director de la institución salesiana), arrestado por su actividad en ayuda a los prisioneros y deportado por ello al campo de exterminio.

Un sufrimiento ecuménico

En el Archivo Histórico Auschwitz-Birkenau hay muchos presos con la abreviatura R. K.: Römisch Katolische (Romano Católico). El mayor número de católicos en el campo eran polacos, aunque podían encontrarse de todas las nacionalidades ocupadas por las fuerzas del III Reich. Así, nos encontramos con casos como el del croata Dusan Djakovic, de franceses como Marcel Berton, o de ciudadanos de Luxemburgo como Josef Drescher. Dicha documentación, cotejada con los datos del Archivo Secreto Vaticano, concretamente con los procedentes de la Nunciatura de Varsovia entre 1918-1939, muestran el florecimiento del catolicismo polaco y la comunidad israelita en el período de entre guerras (1919-1939).

Pero, aunque son mayoritarios, lo cierto es que no sólo encontramos en los expedientes de los presos las siglas R. K. Encontramos también una gran cantidad de expedientes que acreditan la presencia de ortodoxos y protestantes en Auschwitz. Se trata de un sufrimiento ecuménico en uno de los mayores campos de muerte jamás conocido, en el que muchos de los pocos prisioneros supervivientes reconocieron que la fe era muy importante para sobrevivir.

El Schindler español

Por último, debemos recordar que, en los diversos barracones de Auschwitz-Birkenau, se habló también el castellano, o español hablado por los descendientes de los judíos expulsados en 1492. Esta variante del castellano se conoce como ladino (término que proviene de latino), idioma hablado por los sefardíes y que en la actualidad lo hablan entre 90.000 y 100.000 personas en el mundo. Hijos de España fueron sefardíes de Salónica (Grecia) y de otros lugares, que fueron deportados y mayoritariamente exterminados en Auschwitz-Birkenau. Sin embargo, gracias a los esfuerzos de católicos como el cónsul español en Atenas, se consiguió evitar que muchos judíos fueran a Auschwitz, nacionalizándolos como españoles.

La nacionalización como españoles de ciudadanos judíos ha sido estudiada por Isabelle Rohr, en su libro The Spanish Right and the Jews (1898-1945). Quizá el caso más conocido no sea el de los judíos de Grecia, sino el del diplomático español Ángel Sanz-Brinz, conocido como el ángel de Budapest, o el Schindler español, que salvó a más de 5.000 judíos del exterminio. La concesión de la nacionalidad española fue obtenida gracias al Real Decreto de 1924, emitido durante la dictadura del General Primo de Rivera, cuando sólo 200 de ellos tenían ascendencia española. Ángel Sanz-Brinz falleció en Roma, en 1980, siendo embajador de España ante la Santa Sede, y el Gobierno de Israel le otorgó, al igual que a Oskar Schindler, el título de Justo entre las Naciones.

Junto al ángel de Budapest, colaborando con él estrechamente, se encontraba un antiguo fascista italiano desencantado con el fascismo (el fascismo italiano —no el franquismo— también publicó leyes raciales). Se llamaba Giorgio Perlasca, luego conocido como Jorge Perlasca, italiano nacionalizado español que prosiguió la labor de Ángel Sanz cuando éste debió huir por la proximidad del ejército soviético a Budapest, a comienzos de 1945.

La innegable labor de España

Lo irrefutable es que la España nacional-católica del momento dio refugio a más de 30.000 judíos en los primeros días de la guerra, y protegió diplomáticamente en sus consulados y embajadas a otros miles. Así lo han puesto de relieve historiadores judíos como Haim Avni, en Spain, the Jews and Franco, y Chaim U. Lipshitz, en Franco, Spain, the Jews and the Holocaust.

En la terrible matanza que supuso la Segunda Guerra Mundial, fue exterminado el valor de la dignidad humana, que según la Declaración de Derechos Humanos debe encontrarse por encima de raza, religión o ideología. Esperemos que no vuelva a ocurrir; muchos católicos dieron su vida por otros seres humanos sabiendo que el que entrega su vida la recuperará.

No podemos olvidar la frase de George Santayana, que figura en Auschwitz-Birkenau: Quien olvida su historia está condenado a repetirla. Hoy nos escandalizamos ante la gran cantidad de muertes y experimentos realizados por los nazis, pero no hay un grito unánime de la sociedad actual por esos niños asesinados en el vientre de sus madres, sin poder tampoco defenderse.

Francisco Glicerio Conde Mora