INTRODUCCIÓN - Alfa y Omega

INTRODUCCIÓN

Antonio María Rouco Varela

Beatísimo Padre, Venerables Hermanos:

Está todavía viva en nuestra memoria -en la memoria de todos los que desde dentro y desde fuera de la Iglesia siguen con atención los acontecimientos europeos- la Santa Misa celebrada por Vuestra Santidad el día 23 de junio de 1996 en el estadio olímpico de Berlín. Las palabras del ángelus con las que pusisteis fin a aquella conmovedora solemnidad de la beatificación de Karl Leisner y Bernhard Lichtenberg os sirvieron para anunciar a la Iglesia vuestra intención de convocar esta segunda Asamblea especial para Europa del Sínodo de los Obispos. La Asamblea especial de 1991 había reflexionado sobre las nuevas condiciones creadas después de 1989, año de la caída del muro que había dividido artificialmente a Europa justo desde el corazón de la ciudad de Berlín. La nueva convocatoria de los representantes de los obispos europeos la hacíais -son vuestras palabras- con el fin de analizar la situación de la Iglesia con vistas al Jubileo, en la esperanza de una época de auténtico renacimiento a nivel religioso, social y económico… fruto de un nuevo anuncio del Evangelio.

Al acometer hoy esta tarea, proseguimos el trabajo comenzado hace ocho años en la primera Asamblea especial. Ya entonces resultaba evidente que lo que se hacía no era sino dar un primer paso de un camino que tenemos que continuar sin interrupción (Declaratio finalis, Proemio). El Sínodo de 1991 fue muy consciente de las oportunidades, pero también de los ingentes desafíos de la hora presente (ibíd.) ¿Estamos, en la forma de asumir nuestra vocación cristiana, a la altura de lo que nos piden los tiempos de hoy? Los cristianos, dispuestos ya a celebrar el gran Jubileo de la Encarnación, hacen en todo el mundo, siguiendo la invitación de Vuestra Santidad, un serio examen de conciencia no sólo para reconocer los fracasos de ayer en un acto de lealtad y de valentía (Carta apostólica Tertio millennio adveniente 33), sino poniéndose humildemente ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos tienen también en relación a los males de nuestro tiempo (Tertio millennio adveniente 36).

El trabajo de este Sínodo puede muy bien ser entendido como una contribución al examen de conciencia que nos exige a todos la celebración jubilar. Europa habrá de revisar los pasos que viene dando desde 1989 en orden a la construcción de una nueva unidad basada en la libertad, la justicia y la solidaridad. Nosotros hemos de examinar la situación de la Iglesia en orden a la nueva evangelización, que es la aportación específica que ella puede ofrecer para el deseado renacimiento espiritual, social y económico de nuestros pueblos con el objetivo final, inherente a la misión que le ha confiado el Señor, y que constituye su razón de ser: anunciar y ofrecer al hombre el Evangelio de la Salvación.

Para los cristianos el examen de conciencia es oportunidad de un encuentro renovado y profundo con el Señor, es decir, ocasión de conversión. Porque no consiste tanto en un ejercicio de autocontemplación o de introspección, cuanto en un mirar sobre todo a Cristo para volver, ante Él, los ojos a la propia vida, que se descubrirá débil y pecadora, pero bañada y renovada por la fuerza de la Gracia, que es el mismo Cristo. Él está vivo hoy en su Iglesia. Por eso podemos afrontar nuestra realidad con auténtica voluntad de verdad. La presencia del Señor entre nosotros no nos permite ceder al pesimismo ni a la desesperanza, por grandes que sean los desafíos que se nos dirigen y escasos nuestros logros y poderes. El consuelo que de Él recibimos nos hace capaces de consolar a los hermanos y de ofrecerles verdaderos motivos de esperanza (cf. 2 Cor 1, 3-4): Jesucristo, vivo en su Iglesia, fuente de esperanza para Europa.

Esta Relatio ante disceptationem, siguiendo el esquema del Instrumentum laboris, tratará en primer lugar (I.) de los desafíos de los tiempos y las dificultades experimentadas en la Iglesia; en segundo lugar (II.) volverá la mirada al misterio de la presencia viva de Cristo en la Iglesia de hoy; y desde ahí propondrá, en tercer lugar (III.), algunas líneas fundamentales para el anuncio, la celebración y el servicio del Evangelio de la esperanza en la Europa de nuestros días.