Mucho más que repartir alimentos - Alfa y Omega

Mucho más que repartir alimentos

Pilar Millán es una voluntaria de Cáritas Madrid en la Vicaría VIII. En este testimonio, publicado en el boletín de la institución, recuerda que su trabajo no es sólo «repartir alimentos o decidir sobre ayuda económica», sino que es, sobre todo, «invitar a la comunidad cristiana a que no ayuden exclusivamente en la economía, sino a que se sientan integrados con aquellos hermanos que están a su lado en la Eucaristía. Y que conozcan sus sufrimientos y sean conscientes de que pueden mitigar su dolor»

Redacción

Soy voluntaria de Cáritas en la Vicaría VIII y trabajo en la Parroquia de Nuestra Señora del Espino. Esta parroquia se encuentra situada justo detrás de Plaza Castilla y, a su espalda, comienza a aparecer un laberinto de calles en las que viven, con frecuencia, 3 ó 4 miembros de una misma familia realquilados en una habitación, mezclados con el vecindario de siempre de la zona que, en estos momentos, se encuentra azotado por el problema del paro. También están las casas del IVIMA del comienzo de la Avenida de Asturias, que han servido de realojo para aquellas familias que vivían en las primitivas casas bajas, en escasas condiciones de salubridad. Existe en la zona una gran mezcla de culturas: española, española de etnia gitana, marroquíes, rumanos, incluso en asentamientos y un gran porcentaje de inmigrantes latinos. Al frente de la parroquia habitan los vecinos con mayor suerte económica y que suponen un porcentaje pequeño de la población que se integra en el territorio perteneciente a Nuestra Señora del Espino.

Trabajo en la acogida de Cáritas desde hace 7 años. Los seis primeros era la persona de apoyo y, a partir del año pasado, soy la responsable de acogida. Mi trabajo como apoyo a la acogida me resultaba tremendamente gratificante, porque la responsabilidad de las ayudas económicas no recaía sobre mí y yo era la cara amable que abría la puerta, consolaba y abrazaba (al margen de fotocopias, alimentos y varios): En esos seis años mi crecimiento personal fue enorme y crecía con cada una de las personas a las que abría la puerta. Mi única responsabilidad era mantener la esperanza de aquellos que acudían a nosotros, con tranquilidad, suavidad y escucha. Al pasar a responsabilizarme de la acogida pasé también a responsabilizarme más directamente de su economía. Eso hace más complicado aquello del abrazo, pero me propuse que la responsabilidad no podría con mis deseos de transmitir esperanza y, con algo más de dificultad, salgo de detrás de la mesa para dar ese abrazo que yo misma necesito porque, al fin y al cabo, también soy egoísta y muchos de ellos me lo reclaman. Sólo se necesita un poco más de tiempo y siempre digo que ahí no estamos para correr. Siempre recordaré con añoranza la etapa anterior, pero soy consciente de que todo hay que hacerlo y que una cosa no es más importante que otra. Lo importante es cómo se hace.

Con frecuencia me preguntan cómo puedo vivir en contacto con el dolor de forma tan continuada y, la verdad, muchas veces no sé cómo responder. No me lo he planteado nunca. Pero cuando me dicen que empleo mucho tiempo en estas tareas, que me llevaré los problemas a casa, que si…«yo no podría hacerlo en tu lugar…». Entonces sí sé qué contestar: está claro que alguien debe hacerlo y en este caso, yo he sido la afortunada. A veces respondes a la llamada sin apenas darte cuenta; sólo basta con no poner obstáculos, con no asustarse y con saber que es un privilegio trabajar para los que te necesitan y, sobre todo, tener la certeza de que nunca estamos solos en nuestra tarea, que somos muchos trabajando para el Reino de Dios. Esto impide que pierda la esperanza, aunque parezca que hay motivos para ello; esto y la mirada del que acude a nosotros, a veces su vergüenza por ello. Cada sonrisa de los hermanos cuando me paran por la calle me sirve para saber que mi esfuerzo no es baldío.

Cuando alguno de ellos llega a contarte sus pequeños logros o su fracaso continuado, sin pedir a cambio nada, a lo sumo, el café con galletas que ponemos, sé que no se puede perder la esperanza, que ellos mismos son fuente de esperanza. Y eso hace que los voluntarios pongamos nuestro mayor empeño en buscar soluciones dentro de nuestros límites. Pero para mantener la esperanza hay que buscar alternativas imaginativas, buscar posibilidades debajo de las piedras y, sobre todo, emplearse a fondo en el amor.

Hemos de relacionarnos más y mejor con los que nos necesitan, y ellos lo han de notar y saber que no son ellos y nosotros (aunque parezca una utopía), sino que somos personas con más o menos fortuna a las que la propia sociedad las coloca en un sitio u otro sin dar opción a unos y otros. La comunidad cristiana nos ha de identificar a todos en su conjunto, como visibilización de la fuerza de Dios en el mundo, y los voluntarios de Cáritas tienen que ser vistos como servidores dentro de la comunidad, que es en realidad lo que considero que somos.

Desde el punto de vista de mi entorno parroquial creo que es necesario transmitir mejor esa idea, porque Cáritas debe servir para reconocer a Cristo en su Iglesia. Los voluntarios de Cáritas no somos únicamente los que nos dedicamos a repartir alimentos o decidimos sobre ayudas económicas, sino que además tenemos la responsabilidad, o yo personalmente así lo siento, de invitar a la comunidad cristiana a que no ayuden exclusivamente en la economía o con alimentos (con ser muy importante), sino a que se sientan integrados con aquellos hermanos que a veces están a su lado en la Eucaristía, y a conocer sus sufrimientos y, a ser conscientes de que pueden mitigar su dolor.

Soy consciente de que no se puede arreglar todo ni acudir a todo, en especial conforme a lo que quiere o necesita el que se acerca a la acogida. Pero esto no puede significar el abandono por desesperanza, porque estamos ahí para algo más que atender necesidades económicas. La crisis que nos azota confío en que pasará en algún momento, aunque deje para siempre personas dañadas, pero Cáritas continuará siendo la cara de Cristo en su Iglesia porque Cáritas no son sólo voluntarios sino personas hechas a imagen y semejanza de Dios que comparten con otras, en situaciones personales dolorosas, y que también están hechas a imagen y semejanza de Dios. Mientras tengamos presente esto no perderemos la esperanza porque no olvidemos que el Evangelio lanza el mayor mensaje de esperanza a la humanidad.