Dones jerárquicos y carismáticos: coesenciales - Alfa y Omega

La palabra había sido ampliamente utilizada por san Juan Pablo II en su rico magisterio sobre los carismas, y en su momento había provocado algún respingo. Ahora la encontramos de nuevo, firmemente enclavada en la carta Iuvenescit Ecclesia que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha dirigido a todos los obispos por encargo del Papa Francisco para clarificar la relación entre dones jerárquicos y carismáticos en la vida de la Iglesia. El título habla de una Iglesia que rejuvenece gracias a la acción del Espíritu Santo, del que la Tradición afirma que sopla donde quiere, pero también que se ha vinculado a una forma histórica, a un cuerpo bien articulado que es la Iglesia. San Pablo había madrugado al plantear el doble cimiento de apóstoles y profetas, y el entonces cardenal Ratzinger lo explicaba con el caso de Catalina de Siena: en su tiempo existía el colegio apostólico y se administraban los sacramentos, pero la Iglesia estaba seriamente carcomida por las luchas internas. Su intervención sirvió para despertarla y dar nuevo vigor a la unidad y al coraje evangélico.

No existe contraposición entre la dimensión institucional y la dimensión carismática en la Iglesia. Porque lo institucional viene del Espíritu, y por su parte, los carismas necesitan institucionalizarse de algún modo para tener coherencia y continuidad. Es hermoso contemplar ese doble movimiento en la historia de la Iglesia, no exento a veces de dramatismo. Muchos medios han destacado el deber de obediencia a los pastores de las diversas realidades carismáticas, lo cual no es precisamente noticia. El punto focal de la carta se encuentra, a mi juicio, en la coesencialidad de ambas dimensiones, una formulación que avanzó Juan Pablo II, profundizó teológicamente Benedicto XVI, y ahora Francisco ha ordenado fijar.

El hecho de que surjan estas nuevas realidades llena la Iglesia de alegría y gratitud, afirma el documento, aunque puedan plantear problemas nuevos, incomprensiones y tensiones, hasta encontrar la madurez y la serena inserción en el cuerpo eclesial. Si contemplamos el tramo de los últimos 50 años, veremos que los nuevos carismas han anticipado en muchos casos la imagen de una Iglesia en salida, capaz de conectar con los jóvenes y de abrirse paso en ambientes difíciles para la evangelización. Es verdad que la Iglesia no rejuvenece mediante un plan, sino acogiendo la nueva vida que el Espíritu hace brotar según su propia fantasía.