«En África somos pobres, pero nuestra riqueza es la fe» - Alfa y Omega

«En África somos pobres, pero nuestra riqueza es la fe»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Esther, en su parroquia. Foto: Esther Bochita

Esther Bochita llegó a Barcelona procedente de Guinea Ecuatorial hace 32 años. Enseguida buscó en España la manera de seguir alimentando la fe en la que había crecido en su país natal, y empezó a trabajar en la parroquia de San Ildefonso, haciendo de todo un poco: sacristana, colaborar en los cantos, animar grupos de oración… Recuerda que «los primeros momentos en España fueron un choque fuerte, me llamaba mucho la atención que compartir la fe o sencillamente hablar de Dios fueran un tema un tanto tabú, como invadir el espacio del otro». En contraste, en su país «la fe es una realidad espontánea, que se comparte con naturalidad, y la gente tiene interés en mostrarse como es. Aquí noté enseguida que se mantenía en un nivel privado y muy individualista, había que ir matizando mucho e ir con cuidado en decir determinadas palabras, por si alguien se pudiera sentir avasallado».

Con todo, Esther tiene también una mirada positiva sobre la bienvenida que le han ofrecido los españoles. «Aquí en España me he sentido acogida, me he relacionado con gente que me ha valorado, me he integrado con las personas de mi parroquia y he creado vínculos de amistad».

Otra cosa es cómo se vive la Misa: «Nosotros somos muy comunitarios, y por eso expresamos la fe de manera muy comunitaria, por la conciencia de pertenecer a una familia y un clan. En España es diferente, sin más». Por ejemplo, «en mi país voy a Misa y es raro no saber cómo se llama la persona que se sienta al lado. En España eso es habitual. No se saludan, es extraño. Para nosotros la fe tiene una connotación más festiva, con cantos, con más vitalidad, sin mirar el tiempo. Aquí se calcula mucho cuánto dura la Misa, la persona no participa tanto, hay uno que preside y los demás están atrás. En mi país todo el mundo participa en la celebración de alguna manera, se canta, y la gente vive en común ese momento. Aquí encuentras iglesias por todas las esquinas. Allí a veces hay que recorrer kilómetros, y no te lo piensas, porque quieres encontrarte con Dios y tus hermanos, y recorres el camino que sea necesario». Cuando se junta con otros africanos y celebran como se acostumbra en sus países, «muchos españoles nos dicen: “¡Qué alegría, gracias por vuestra celebración!”. La gente lo aprecia mucho».

Edward. Foto: Juan Luis Vázquez

Esther reconoce que «la dimensión espiritual para un africano es muy importante, lo trascendente forma parte de la vida, es algo que nos sale. Pero tenemos el peligro de no unir esa espontaneidad con nuestra vida diaria». Sin embargo, «yo creo que lo mejor que podemos aportar a la Iglesia en España es la alegría con que vivimos nuestra fe. ¡Los españoles se la toman muy en serio! Yo creo que disfrutar, cantar y aplaudir en la iglesia no es irreverente. Si en la vida diaria uno se ríe y se lo pasa bien, ¿por qué en la iglesia se le borra la risa?».

«Les quitamos la fe»

Quizá sea esta forma más vibrante de celebrar la fe, tan distante de las celebraciones habituales en nuestras parroquias, lo que empuja a muchos africanos que llegan a nuestro país a caer en brazos de las sectas. Paco Ramos, fundador de la Asociación de Africanos Católicos de Zaragoza, una entidad vinculada al Arzobispado, lamenta que «cuando llegan a España muchos que son católicos en su país se van a las sectas, que parece que tienen mucha fuerza. Normalmente, los africanos que están en las sectas son muy proselitistas, y me da mucha pena que nosotros seamos tan tímidos para hacer apostolado: como mucho, insistimos un poco, y ya está». Paco no duda en afirmar que «les quitamos la fe, no lo dude. Yo los veo en su país con una fe tremenda, y cuando llegan a España parece que la dejan de lado».

Pese a ello, reconoce que «los africanos católicos son muy solidarios. Pocas veces verás a uno de ellos pidiendo en la calle. Si uno está enfermo, los demás le ayudan, independientemente del país que sean. Lo que nos une es ser católicos».

«Con Dios vives mejor»

El camerunés Edward Tanyi trabaja como traductor e intérprete en la embajada de Nigeria en España. Casado, con un hijo, lleva 17 años en España, adonde llegó para estudiar idiomas. «Soy católico puro y duro, ¿eh?», defiende. La fe la recibió de su familia, pues sus padres se la transmitieron a sus siete hijos. «En mi país la religión es muy importante, creer en Dios es algo fundamental. Yo creo que una persona sin fe es como si no tuviera alma», dice.

El padre Modesto y Ghislain. Foto: Juan Luis Vázquez

«Cuando damos la espalda a Dios, entonces vienen las crisis: la crisis moral, la crisis económica…», afirma Edward, que ha plasmado sus inquietudes en un pequeño ensayo titulado La culpa la tiene la propia Iglesia, una autocrítica sobre la responsabilidad de la caída de la fe en Occidente, también en España. «No cuestiono solo a los sacerdotes, sino a los laicos también. Creo que a muchos les falta coherencia a la hora de vivir nuestra fe. Ha fallado la transmisión de la fe por parte de los sacerdotes y en las familias. Los protagonistas de los casos de corrupción que salen en los periódicos ¡son bautizados! Hay muchos divorcios todos los días, ¿dónde están las familias cristianas? Las leyes de la Unión Europea no se puede decir que sean cristianas. Parece que no hay cristianos en Europa…», se lamenta. Sobre nuestro país, dice que «España ha perdido buena parte de su identidad, porque su fuerza es la fe, y eso ahora se está destruyendo. Lo que vemos ahora no son las consecuencias, sino el principio del fin».

Por eso, los africanos que llegan a España son algo más que una anécdota en nuestras iglesias. Son una oportunidad para vivir nuestra fe y nuestra vida de un nuevo modo: «En África somos pobres, pero nuestra riqueza es la fe que tenemos. Y por eso estamos siempre alegres. Porque cuando tienes a Dios vives mejor. A lo mejor te faltan muchas cosas, pero la vida es muy sencilla. El dinero no es importante. Sin Dios, uno está vacío, como una taza de café sin azúcar».

Unos desconocidos que piden algo más que dinero

No existen muchos datos acerca del número de católicos africanos que viven en España, pero con los datos del INE en la mano y el porcentaje de católicos que viven en el África subsahariana se puede decir que uno de cada tres inmigrantes subsaharianos es católico, alrededor del 1 % de los inmigrantes que cada año llegan a nuestro país.

Para muchos de ellos «España es un país de tránsito hacia Francia o Alemania», afirma el mercedario Luis Callejas, director de la fundación La Merced Migraciones. La mayoría son hombres jóvenes de entre 18 y 25 años que llegan a España «sobre todo por motivos económicos, aunque hay un 20 % que proceden de zonas de conflicto y son solicitantes de asilo». La gran mayoría está en situación irregular, sin permiso de trabajo ni de residencia; presentan «una gran movilidad, porque buscan gracias a sus amistades oportunidades de trabajo como temporeros o cocineros, pocas veces con un contrato legal», señala.

Xabier Parra, director de SERCADE –el Servicio Capuchino para el Desarrollo, que para muchos africanos supone la primera acogida a su llegada a Madrid–, asegura que «lo que reclaman estas personas es una respuesta a su proceso migratorio, porque cuando consiguen finalmente llegar a Europa se encuentran que esta sociedad los excluye, y los condena durante tres años a vivir de la caridad por no poder emplearse y trabajar. Y ven también que solo les ofrecemos acompañamientos muy inestables, una red de acogida muy temporal». Por eso Xavier pide «más estabilidad, que veamos esos tres años como oportunidades, pero para ello es preciso una apuesta económica». Y va más allá: «Ellos buscan recursos económicos, está claro, pero también demandan a la Iglesia y a la sociedad una integración y un arraigo de verdad, por medio de la interrelación con las personas. Ellos quieren encontrar iguales con los que empatizar, sin conformarse con la mera relación de beneficiario-donador».