El amor, a lo grande - Alfa y Omega

El amor, a lo grande

Hoy se cumplen 45 años desde que el Papa Pablo VI firmara la encíclica Humanae vitae, quizá el documento del Magisterio más contestado e inaceptado del siglo XX, fuera y dentro de la Iglesia. Casi medio siglo después, el tiempo le ha dado la razón, pues la anticoncepción se ha revelado como el comienzo de la llamada cultura de la muerte. Por eso, hoy, más que nunca, es necesario el testimonio de matrimonios que se quieren con un amor a lo grande

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El amor a lo grande es la verdadera llamada de Dios a todos los hombres, creyentes o no, católicos o no

Tal día como hoy, el 25 de julio de 1968, a la vuelta de unos días en Castel Gandolfo, Pablo VI firmaba la encíclica Humanae vitae. La semana anterior, con el documento ya preparado, el Papa se mostraba preocupado, pues el contenido de la encíclica era contrario al ambiente social de entonces favorable a la anticoncepción, una mentalidad que también había invadido, por aquellos años, las conciencias de muchos pastores -incluso la Comisión de obispos asesora del Pontífice le pidió cambiar las enseñanzas de la Iglesia en este terreno- y de no pocos matrimonios.

En realidad, la Humanae vitae acota los límites de la paternidad responsable y muestra la grandeza de la apertura a los hijos; también aporta un juicio preciso acerca de soluciones técnicas como la anticoncepción, o los métodos naturales de observación de la fertilidad. Sin embargo, el núcleo de la encíclica -que luego desarrollaría con toda su riqueza Juan Pablo II, al elaborar la Teología del cuerpo– va mucho más allá: muestra el amor a lo grande como la verdadera llamada de Dios a todos los hombres, creyentes o no, católicos o no; un amor más allá de cualquier método; un amor que, en el matrimonio, se desborda más allá de los esposos, e incluso más allá de los hijos.

Sin tener en cuenta esta vocación primera del ser humano, no se puede entender la Humanae vitae, ni la propuesta de la Iglesia acerca del matrimonio y la fecundidad.

Una pastoral equivocada

No siempre se ha percibido toda la riqueza de la Humane vitae, incluso dentro de la misma Iglesia. Muchas veces, en el aspecto pastoral, queriendo el bien de los esposos, en realidad se ha hecho mucho daño; en la IV Conferencia Internacional sobre la Familia en Europa y África, el mismo Juan Pablo II hizo referencia a los sacerdotes que practican una falsa comprensión pastoral, con estas palabras: «No puedo callar ante el hecho de que muchos no ayudan a las parejas casadas en esta grave responsabilidad suya [de la paternidad], y más bien ponen grandes obstáculos en su camino. Esto puede llevar consigo graves y destructivas consecuencias, cuando la doctrina de la encíclica Humane vitae se pone en duda, como ha sucedido algunas veces, hasta con teólogos y pastores de almas. Esta actitud, de hecho, inspira dudas respecto a la enseñanza cierta de la Iglesia sobre este tema. Esto no es un signo de comprensión pastoral, sino una equivocación con respecto al verdadero bien de las personas». Y en 1987, en una alocución a los obispos estadounidenses, Juan Pablo II también advirtió sobre la situación de los católicos que no se adhieren a la enseñanza moral de la Iglesia sobre la anticoncepción y, aun así, reciben los sacramentos: «A veces, se proclama que el rehusar la adhesión al Magisterio es totalmente compatible con ser un buen católico, y que ello no presenta ningún obstáculo para recibir los sacramentos. Esto es un grave error que pone a prueba el oficio de maestros de los obispos en Estados Unidos y en todas partes», dijo el Papa.

Juan Pablo II desarrollaría Humane vitae, de Pablo VI, en su Teología del Cuerpo

El inicio de la cultura de la muerte

Precisamente el hoy Presidente de la Conferencia Episcopal estadounidense, el cardenal Thimoty Dolan, arzobispo de Nueva York, reconoce que «la mayoría de nosotros [los obispos] evitamos hablar de ello en aquel momento, porque era demasiado exigente. Sin embargo, los adultos siguen necesitando la voz autorizada de la Iglesia, y los pastores deben responder aunque los comportamientos de los católicos no sean siempre coherentes». También monseñor Galeone, obispo de San Agustín, Florida, constata que «muchas parejas casadas han usado anticoncepción en algún momento de su matrimonio. Pero la culpa no es sólo suya; con raras excepciones, debido a nuestro silencio, somos los obispos y los sacerdotes los culpables». Y el cardenal Burke ha lanzado un grave diagnóstico, señalando a la mentalidad anticonceptiva como el origen próximo de la cultura de la muerte que denunciaba Juan Pablo II: «La contracepción es el comienzo de la cultura de la muerte. No estamos hablando de realidades distintas. La anticoncepción propicia el clima favorable al aborto. Arranca la naturaleza de la unión sexual y la viola de manera significativa, al eliminar el aspecto procreativo de la unión conyugal».

Un documento profético

En Europa también hubo una acogida fría de la encíclica. Apenas cinco días después de su publicación, la Conferencia Episcopal Holandesa publicó una Declaración en la que mantenía la obediencia al magisterio del Papa, pero manifestaba su temor ante el ambiente en contra. Y en agosto del año siguiente, el Comité Pastoral del mismo Episcopado holandés votó a favor -con 100 votos frente a 4 en contra- de ideas no concordantes con la encíclica. El teólogo don Aurelio Fernández, cronista durante el Concilio Vaticano II y buen conocedor de aquellos años de pontificado de Pablo VI, reconoce hoy que, vistas las consecuencias de la revolución sexual, la encíclica del Papa fue un documento profético: «Después de tantos años, se puede comprobar que la que tiene un verdadero concepto de lo que es la persona humana es la Iglesia católica. Hoy, las antropologías están rotas: se dice que el hombre no es más que un saco de genes, o que es un proyecto de gran simio… Quien tiene el verdadero concepto de lo que es la persona, de lo que es la libertad, de lo que es el matrimonio, de lo que es la sexualidad humana… es el cristianismo. Y, ahí, Pablo VI acertó; y su pensamiento lo desarrolló muy bien Juan Pablo II con la Teología del cuerpo. La encíclica Humanae vitae fue un texto profético. De tal forma que hoy, aunque muchos tienen la ilusión de que el Papa Francisco revise toda la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad, estoy convencido de que no lo va a hacer. Hay que tener en cuenta hasta dónde han llegado las consecuencias de la revolución sexual, con la ideología de género: el sexo depende de una elección personal, no hay hombre ni mujer, no hay ni padre ni madre, no hay matrimonio ni familia… Y todo eso, garantizado por la ley, incluso despreciando lo que llaman el matrimonio tradicional. Es el descarrilamiento de la cultura occidental».

Un terrible desequilibrio

La Humanae vitae percibió todo esto de lejos, y dio la voz de alarma ante el desconcertante panorama en torno a la afectividad que se nos venía encima. Pablo VI citaba explícitamente en la encíclica las nefastas consecuencias que la extensión de la anticoncepción podía acarrear: infidelidad conyugal y degradación general de la moralidad; pérdida de respeto a la mujer, considerándola como simple instrumento de goce egoísta y no como una compañera, respetada y amada; intervención de las autoridades públicas en el sector más personal y más reservado de la intimidad conyugal

Monseñor Reig Pla, obispo de Alcalá de Henares y Presidente de la Subcomisión episcopal para la Familia y Defensa de la Vida, de la Conferencia Episcopal Española, hace balance: «En Occidente, no se quiso escuchar la voz profética de Pablo VI cuando, en la Humanae vitae, anunciaba las consecuencias que se derivarían para las personas y para la sociedad, si no se seguía la doctrina moral de la Iglesia referida al amor conyugal y a la procreación. El tiempo ha dado la razón a Pablo VI. Junto al invierno demográfico que sufrimos en España, hay que destacar también las rupturas familiares, la banalización de la sexualidad, el maltrato a la mujer, la nobilización del autoerotismo, etc.».

Hoy, cuando se ha descubierto que la píldora anticonceptiva es, además, abortiva; cuando se han puesto sobre la mesa los problemas que trae consigo la emergencia afectiva; cuando se dispara el número de abortos, separaciones y divorcios; cuando se están constatando las consecuencias del desequilibrio demográfico; cuando se multiplican los hogares de personas que viven solas…, conviene traer las palabras del mismo padre de la píldora anticonceptiva, el químico austriaco Carl Djerassi, quien llegó a manifestar su desilusión acerca de las consecuencias de su creación, denunciando la «catástrofe demográfica y el terrible desequilibrio poblacional» que ha traído consigo, así como la «desconexión entre sexualidad y reproducción», con lo que «la caída de la natalidad es una epidemia peor que la obesidad»; y, en definitiva, «los jóvenes están cometiendo un suicidio global al rechazar la reproducción».

Hasta que la píldora nos separe

¿Qué ocurre cuando un matrimonio decide abrir las puertas a la anticoncepción? ¿Es que acaso utilizar anticonceptivos, cerrarse a los hijos, hace que un matrimonio se quiera más? ¿Cómo influye la píldora, o el preservativo, en la capacidad de amar? Doña Sara Pérez-Tomé, asesora familiar y moderadora de conflictos, del gabinete de orientación Sophya, señala que, «hoy en día, los matrimonios han puesto su potencial procreador en manos de la ciencia y los negocios de los laboratorios. Por eso, los anticonceptivos en todas su formas son más que protagonistas en la intimidad conyugal. Los anticonceptivos convierten el diálogo entre dos personas que se aman, en un monólogo de dos. La anticoncepción termina convirtiendo el acto conyugal en un mero acto sexual: por parte de uno de ellos que se busca a sí mismo y no en el otro; o por parte de dos que coinciden sólo en la búsqueda del placer».

En este mismo sentido, doña María Álvarez de las Asturias, Defensora del Vínculo en el Tribunal Eclesiástico de la diócesis de Madrid y Directora del Instituto de orientación familiar Coincidir, revela que, «cuando acudes a los anticonceptivos, acudes a una vía fácil. Por otro lado, una mujer sana no tiene por qué tomar unas hormonas que no necesita y que tienen consecuencias médicas».

Por el contrario, el matrimonio que se pone a salvo de los anticonceptivos salva su amor: «Un matrimonio que no acude a los anticonceptivos, no pone barreras entre ellos. No hay entre ellos ninguna barrera en esa entrega: Yo me entrego a ti del todo, y no hay nada que nos separe. La entrega es absoluta. Además, en esa entrega está presente el Señor de una manera clarísima, porque lo que hacemos es respetar los ritmos que Dios ha puesto en nuestros cuerpos, y así nosotros reconocemos de hecho que Él está por encima de nosotros, que Él nos cuida y Él garantiza nuestro amor. Por tanto, los matrimonios que viven así sus relaciones sexuales se aman mejor», señala María Álvarez de las Asturias.

Por eso, «no podemos conformarnos con poco. La Iglesia nos enseña y nos quiere ayudar a vivir un amor en plenitud, un amor que merece la pena, un amor para toda la vida. Frente a la sociedad, que nos da un mensaje falso al negar que haya un amor por el que merezca la pena dar la vida, la Iglesia dice que es verdad y que es posible vivir el amor de esta manera», concluye.

Amar así es imposible sin Cristo

A la hora de llevar a la práctica un modo de amarse más y mejor, surge inmediatamente el recurso a los llamados métodos naturales de observación de la fertilidad. Pero ¡ojo!, también se pueden usar con mentalidad anticonceptiva, algo así como una píldora para católicos. Para evitar este reduccionismo, don José Luis Méndez, Delegado de Pastoral de la Salud de la archidiócesis de Madrid, aclara que, «en la perspectiva de la paternidad responsable y los métodos naturales, la primera cuestión no es sobre la licitud de ciertos medios, sino que hay una cuestión previa sobre el amor humano. Así, lo decisivo es descubrir la verdad del amor conyugal y cómo se crece en él. Por ejemplo, si quiero aprender a amar más y mejor a mi madre, no me preguntaré: ¿Hasta dónde puedo faltar sin que haya ofensa grave? Ésa es una pregunta ajena al dinamismo del amor. Entonces, la pregunta será si la reducción del encuentro esponsal únicamente a los períodos infecundos, en caso concreto, introduce a los esposos en la lógica del amor de generosidad, y les ayuda a que se entreguen mutuamente con una totalidad mayor. Si la respuesta es afirmativa, entonces -porque es bueno para el amor conyugal- es moralmente lícito; pero si fuese negativa -porque no conviene al amor conyugal, al desvirtuarlo-, sería moralmente ilícito».

No hay mayor don, ni mejor tarea, ni alegría más grande, que participar del amor de Dios. En una Fiesta a favor de la familia, en Madrid

El recurso a los métodos naturales lleva consigo dos elementos que es necesario tener en cuenta: «Si el amor es verdadera entrega, no está exento de renuncia»; y, además, «implica situarse en la lógica de quien es administrador, y no dueño, del poder de transmitir la vida», explica don José Luis. Por ello, «no es sencillo comprender ni vivir en esta perspectiva desvinculado de la fe, de la compresión última de la misión de paternidad responsable, y al margen de la vida de la gracia». Así, la paternidad responsable supone «adentrarse en un camino de santidad específico, en el que sigue teniendo la primacía la vida de la gracia. Por eso, no se puede llevar a cabo sin deseo de santidad, sin vida de oración y sin vida sacramental. La respuesta supone la determinación de la libertad humana, ayudada por las virtudes; sin perder de vista que todo camino de santidad lleva implícita la participación en el misterio de la cruz de Cristo. Por ello, es imposible sin amar la cruz; al mismo tiempo que uno no puede amar de verdad si no es casto, si no es dueño de sí. Amar así, y ser amado así, es imposible sin Cristo».

De la misma manera se manifiesta hoy, en respuesta a Alfa y Omega, el teólogo norteamericano Germain Grisez, laico y padre de familia, uno de los pocos expertos que asesoraron a Pablo VI en favor de mantener la doctrina de la Iglesia sobre la sexualidad matrimonial: «Estoy firmemente convencido de que la Iglesia no puede hacer nada que ayude a cambiar la mentalidad anticonceptiva, o promover una cultura de la vida, excepto predicar y enseñar el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo. No me refiero a parte del Evangelio, sino a todo el Evangelio. A menos que la gente crea en el reino de Dios, no puede tomar su cruz y seguir a Jesús. Pero una vez que alguien cobra esperanza y toma su cruz, todos los asuntos morales vendrán por su propio peso».

Familias que se parecen a su Padre

Si, en palabras de san Juan de la Cruz, al atardecer de la vida nos examinarán del amor, una de las materias de examen será la generosidad en la apertura al cónyuge, a los hijos y a la Iglesia. Como afirmaba un matrimonio al plantearse su vida matrimonial: «Si un día, en una hipótesis imposible, estuviéramos delante de Dios y delante de los hijos que no hemos querido tener, nos gustaría poder explicarles, sin vergüenza, que nuestras razones para no tenerlos eran realmente serias».

Don José Luis Méndez expresa esta misma idea de otro modo: «Si alguien tuviera un tesoro inagotable y su felicidad fuera compartir su tesoro, ¿querría hacerlo con muchos, o con pocos?». Sólo de esta manera el amor de los padres se parece al amor de Dios, al tiempo que participa de él. «Dios quiere hacer partícipes de su vida a los hombres. En cierto sentido, podemos decir que Dios pone su felicidad en nuestras manos, porque Él ha querido, y los esposos son cooperadores necesarios para la realización de este designio», concluye don José Luis.

No hay mayor don, ni mejor tarea, ni alegría más grande, que participar de este amor de Dios. Lo corrobora el testimonio luminoso de tantos matrimonios que, pese a sus dificultades, hacen de su casa un hogar lleno de hijos, con las puertas abiertas no sólo a ellos, sino a todos los demás hombres. Cada uno de sus hogares es un nuevo Belén en el que se desborda la gracia.

La tarea de ensanchar el corazón

La ausencia de hijos no se debe sólo a la falta de ayudas económicas

En España, la natalidad ha caído un 13 % desde el año 2008. Nuestro país tiene el segundo de los índices de natalidad más bajos del mundo, sólo por delante de Corea del Sur: 1,32 hijos por mujer, y sigue bajando… Esta crisis de la natalidad revela algo mucho más serio que un grave problema demográfico. Se dice que, con más ayudas económicas, la natalidad remontaría, pero los datos lo desmienten: en países donde se han implantado medidas de apoyo a la maternidad y en beneficio de la natalidad (aumento de los subsidios a las madres, medidas de conciliación, aumento de los días de baja maternal y paternal…), los beneficios no han sido los esperados. En Suecia, las ayudas de este tipo que el Estado ofreció a las parejas en los años 90 dieron resultado a corto plazo, pero al cabo de algunos años los índices de natalidad volvieron a la situación anterior. Tampoco se puede achacar la falta de hijos a la crisis económica, ya que cuando no había crisis los índices eran similares, muy por debajo de la tasa de reposición. Aunque las ayudas tienen su importancia, conviene manejar otras variables como la generosidad, la renuncia o las prioridades a la hora de formar un hogar. Más que hacer cuentas, es necesaria una tarea educativa, para aumentar y ensanchar, no sólo los presupuestos, sino el corazón…