Margaret Archer, a fondo - Alfa y Omega

Margaret Archer, a fondo

Javier Alonso Sandoica

Decía Jaime González, el pasado sábado, en ABC, que una de las carencias del periodismo moderno, debida al vértigo por la inmediatez, es la ausencia de claridad sobre el ¿Quién? y el ¿Por qué? de una noticia. Lo comprobamos con la cascada de información no contrastada sobre la causa del siniestro del avión de la Swiftair en Malí. Se dijo de todo, sin criterio, como el que reparte cartas al albur del azar: tormenta de arena, comando yihaidista, fallo de motor…

Cuando un periodista pone las cartas sobre el tapete tiene que asegurarse de que muestra la carta. Más preocupante es la información sobre el porqué. Cada vez hay menos tiempo para conocer los orígenes, y al periodista se le pide un contexto sucinto de la información, pero no la exhaustividad de las causas. Así, el lector se convierte en una libélula de río, que picotea por la superficie sin mantener apenas contacto con lo que sucede.

Acaba de aparecer, en el número de verano de la revista Nuestro Tiempo, una muy interesante entrevista a la socióloga Margaret Archer, Presidenta de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, creada por san Juan Pablo II en 1994, para promover la aplicación de las citadas ciencias al mundo actual. Archer pronostica las consecuencias de los daños de la crisis en temas sobre los que necesitamos pararnos a dialogar: «La más desagradable de las consecuencias de la crisis es el gran resentimiento que los jóvenes están acumulando hacia los adultos, y que pone en peligro la solidaridad intergeneracional».

Los adultos se ponen estupendos cuando hablan de que el futuro es de los jóvenes, pero les legan un patrimonio de disparate. Las informaciones sobre cómo un elevado tanto por ciento de vocaciones a la política se han frustrado en beneficio propio, de la mano de la impunidad, causan consternación en las nuevas generaciones. Un patrimonio moral es más necesario que un patrimonio contable. Pero Archer extiende más su juicio: «Ya no producimos nada en el Viejo Continente. Lo único que crece en Europa es lo que llamo el museo: tenemos iglesias, catedrales y grandes colecciones de arte».

Un revulsivo de información que va más allá del titular, y que debería mover hacia una reflexión compartida.