21 de junio: san Luis Gonzaga, el santo al que prohibieron rezar sus superiores - Alfa y Omega

21 de junio: san Luis Gonzaga, el santo al que prohibieron rezar sus superiores

Aunque tenía asegurado su futuro en la corte del emperador, Luis Gonzaga tenía la mirada en metas más altas. Sus penitencias causaban rechazo, pero le prepararon para desear «la verdadera alegría»

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Luis Gonzaga ante la Virgen y el Niño. Iglesia de los jesuitas de Dubrovnik (Croacia). Foto: Lawrence OP.

El 9 de marzo de 1568, el día que Luis Gonzaga nació, su destino ya estaba escrito y decidido: sería el marqués de Castiglione, al igual que Ferrante, su padre. Dos años antes, Ferrante se había casado en Madrid con Marta Tana de Santena, dama de corte de la reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II.

En 1571, tras la victoria europea en Lepanto, el rey encargó a Ferrante la formación de un ejército que se enfrentara al moro en Túnez, por lo que los primeros años de vida, Luis los pasó entre el ruido de las armas y el olor de la pólvora. Las crónicas de entonces cuentan que un día en el que las tropas estaban de maniobras, Luis se las ingenió para cargar un arma y dispararla, ante la alarma de los soldados. Esa es la única salida de pata que se puede contar en toda la vida de Gonzaga, porque desde muy niño se inclinó más por la oración que por la vida castrense. A ello ayudó sin duda una enfermedad renal que lo tuvo convaleciente varios meses, un tiempo que él aprovechó para leer numerosas vidas de santos, cuyos ejemplos estimularon al joven a seguir sus huellas.

Poco a poco, Luis empezó a vivir como un monje penitente en su propia casa: ayunaba tres días por semana a pan y agua, se disciplinaba con una correa para perros, rezaba de rodillas los siete salmos penitenciales y tenía prohibido a sus criados encender el fuego en su habitación, sin importar el frío que hiciera, a todo lo cual añadía una hora de meditación diaria en silencio. De todo ello eran testigos sus padres, que asistían atónitos a las severas inclinaciones religiosas de su primogénito.

En 1581, el rey encargó a Ferrante la misión de acompañar con sus tropas a la emperatriz María de Austria, hija de Carlos V, en su viaje a España. Ya en nuestro país, Luis y su hermano Rodolfo fueron elegidos como pajes del príncipe de Asturias, heredero del trono, pero Luis ya tenía la mente y el corazón en ambiciones más altas.

Fue en Madrid donde empezó a frecuentar la iglesia de la Compañía de Jesús y donde se confesaba y asistía a Misa habitualmente. Allí, el 15 de agosto de 1583, fiesta de la Asunción, escuchó en el momento de la Comunión: «Luis, ingresa en la Compañía de Jesús». La decisión estaba clara, pero solo había un obstáculo: Ferrante.

El camino vocacional de Luis suponía para la familia una trastorno grave, porque estaba destinado a ser el siguiente marqués de Castiglione y porque su carrera dentro de la corte estaba a esas alturas más que encauzada: debía heredar el título y prestar sus servicios militares a la Corona. Por eso, Ferrante se encolerizó cuando su hijo le confió su vocación, y por ello dedicó los dos años siguientes a tratar de disuadirlo.

El marqués embarcó a Luis y a su hermano Rodolfo en una gira de cortesía por las familias más nobles de Italia, con el fin de que se prendara de alguna joven y abrazara así la vocación matrimonial. Pero fue inútil, porque a oídos de Ferrante llegó la noticia de que su hijo bajaba la mirada ante la presencia de cualquier mujer. Finalmente claudicó, y escribió al prepósito general de los jesuitas: «Os envío lo que más amo en el mundo, un hijo en el cual toda la familia tenía puestas sus esperanzas».

Gonzaga partió enseguida a la casa de la Compañía en Roma, donde ingresó el 25 de noviembre de 1585. Lo primero que hicieron sus maestros fue mitigarle las penitencias y prohibirle rezar más de lo estipulado en el noviciado, lo que al final fue para él una penitencia mayor.

En 1591, su formación quedó interrumpida por la irrupción en Roma de una peste que en los años siguientes causó miles de víctimas. El general de la Compañía ordenó a los jesuitas ponerse al servicio de los enfermos, y aunque al principio, debido a su delicada salud, Luis fue eximido del encargo, pronto obtuvo de sus superiores el permiso para asistir a los afectados.

Uno de sus compañeros recordaría más tarde que vio a Luis «servir con alegría a los enfermos, lavándoles los pies, arreglándolos, dándoles de comer, preparándolos para la confesión y animándolos con esperanza». Sin embargo, no pasó mucho tiempo hasta que se contagió de la enfermedad, y pasó tres meses entre fiebres intermitentes antes de morir. Los últimos días todavía tuvo fuerzas para escribir a su madre: «Dios me llama a la verdadera alegría, que pronto poseeré con la seguridad de no perderla jamás».

Finalmente, el 21 de junio de 1591, moría con tan solo 23 años aquel de quien el general de la Compañía llegó a testificar: «Jamás pensé que moriría de aquella enfermedad, porque creía con certeza que Dios Nuestro Señor lo había llamado a la Compañía de Jesús para darle su gobierno en el tiempo debido».

Bio
  • 1568: Nace en Castiglione
  • 1581: Es nombrado paje del príncipe de Asturias
  • 1583: Recibe la vocación a la Compañía de Jesús
  • 1585: Entra en el noviciado
  • 1591: Muere de peste en Roma
  • 1726: Es canonizado por Benedicto XIII