«No podía resistir más las amenazas» - Alfa y Omega

«No podía resistir más las amenazas»

Alrededor de 60 millones de personas se han visto forzadas a cruzar las fronteras por la guerra y la violencia, la cifra más alta desde la Segunda Guerra Mundial

ABC
Foto: Jaime García

«No sé dónde voy a vivir en un año»

Vivir en un campo de refugiados o como inmigrantes en situación irregular es el destino que la violencia y la guerra impone año tras año a millones de personas que se ven obligadas a salir de sus países de origen. El Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur) estima que solo en el último año alrededor de 60 millones de personas se han visto forzadas a cruzar las fronteras para no perder la vida. Una cifra nunca vista desde la Segunda Guerra Mundial.

Mohannad Doughem es ingeniero y tuvo que abandonar Siria en 2013. Foto: Jaime García

Mohammed Doughem es uno de los cinco millones de sirios que ha tenido que dejar atrás «una vida normal» como consecuencia de la guerra interna que vive el país desde el año 2011. Este ingeniero y músico sirio-palestino trabajaba como profesor en la Universidad de Alepo y en una compañía eléctrica francesa, pero en 2013 al ver que «la guerra iba a peor» decidió cruzar las fronteras. Primero recaló en Argelia, luego llegó a España a través de Melilla y se desplazó a Suecia para reunirse con unas de sus hermanas.

Las autoridades suecas lo deportaron en noviembre de 2015 a España. Durante todo ese periplo, este joven profesor ha movido cielo y tierra para poder sacar a sus padres y el resto de sus hermanos de Alepo. «Mis hermanos y mis padres han hecho viajes muy peligrosos para llegar a Europa», comenta.

Desde entonces, Mohammed espera que el Gobierno español le conceda el asilo. «Por ahora tengo un espacio tranquilo y bueno donde dormir, lo básico para vivir y estoy aprendiendo el español, pero estas ayudas tienen un tiempo limitado y después de un año no sé qué va a ser de mi vida», comenta este joven que recibe ayudas de la administración para las personas refugiadas.

«Venir a España ha sido como volver a nacer»

Ana María (nombre ficticio) tuvo que salir de Centroamérica por amenaza de muerte de las «maras»

Ana María (nombre ficticio) no puede volver a su país de Centroamérica. Las «maras», auténticas pandillas de criminales, han puesto un precio a su cabeza, después de que esta joven política apoyara ante el Consejo del Ayuntamiento de su ciudad la candidatura de una mujer a la alcaldía. «La represalias por parte del alcalde fueron terribles. Las «maras» hacían pintadas en mi casa y me amenazaban de muerte», comenta.

El temor llegó a ser tan grande que Ana María salió de la ciudad por un par de años, pero cuando regresó la situación fue a peor. «Abrí una panadería y el negocio iba muy bien. Pero estas personas que me amenazaban comenzaron a decir por ahí que mi negocio no era de fiar. Los clientes dejaron de venir y empecé a tener cada vez más deudas y tuve que cerrar», comenta Ana María, con un nombre falso para proteger su identidad.

En la ruina y sin posibilidades de denunciar el acoso ante las autoridades por «miedo a morir», Ana María se trasladó con la ayuda de su hermana religiosa a España. Luego llegó su hija, Natalia (también con nombre falso). La joven de 15 años fue el blanco de los acosos después de que su madre dejó el país.

Después de todo este periplo, Ana María y Natalia no han conseguido el estatus de asilo, por lo que se ve obligada a vivir en situación de inmigrante irregular. Esto supone que puedan ser deportadas en cualquier momento aunque tengan motivos para no volver a su país. Para Natalia tampoco ha sido fácil tener que abandonar su país. Era la mejor alumna de su clase pero no pudo terminar los estudios. «Estar en España ha sido como volver a nacer porque había dejado toda mi vida. Mi vida ha mejorado gracias a la ayuda de muchas personas», comenta.

«En mi país me consideran un enemigo de la patria»

Juan María (nombre ficticio es profesor guineano. Foto: Jaime García

Juan María lleva un nombre ficticio porque en su Guinea natal es considerado «un enemigo de la patria». «El régimen me metió en la cárcel y salí gracias a la presión internacional», comenta es profesor residente en España y que lleva más de siete años esperando la resolución de asilo.

Su traslado a España se produjo gracias a las buenas relaciones que Juan María mantuvo como alumno a distancia en la UNED. «Como era buen alumno venía a España a algunos cursos de verano. El cónsul era profesor de Inglés y me ayudó obtener el visado para que pudiera salir del país», comenta Juan María, quien dejó Guinea porque «o podía resistir más a las amenazas».

Desde entonces espera que las autoridades españolas le concedan el asilo. Una derecho reconocido en la Convención de 1951 sobre el Estatuto de los Refugiados y que lo define como «aquella persona que debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o no quiera, a causa de dichos temores, acogerse a la protección de tal país. La Convención garantiza protección internacional a estas personas».

Las asociaciones que ayudan a los refugiados estiman que 16.400 solicitudes de asilo siguen pendientes de resolución en España, algunas de las cuales llevan tramitándose «años», como es el caso de Juan María. Solo en 2015 se pidieron 15.000, resolviéndose unas 3.000 y sólo un millar fueron favorables.

«Se nos han muerto muchos niños»

Amina Al Zein, directora de la escuela Telyany del Servicio de Jesuitas a Refugiados en Líbano. Foto: Jaime García

La guerra en Siria obligó a Amina a dejar su hogar y su escuela en Homs, pero no su vocación por ayudar a los demás. Desde hace algunos años vive en Líbano como una más de los dos millones de refugiados que residen en país, cuya población total apenas alcanza los seis millones. Allí trabaja en una escuela del Servicio de Jesuitas a Refugiados «para evitar que los niños estén en la calle» y donde reciben atención psicológica y pedagógica. «Veía a los niños mendigando y decidí trabajar en este proyecto porque lo más difícil en una guerra es reconstruir el futuro», comenta esta mujer.

Antes de huir de Homs, Amina había creado una escuela infantil en su propia casa. «Cada vez tenía más niños así que iba ampliando las habitaciones de la casa». Así fue hasta que murió el primer niño en un bombardeo y entonces Amina decidió ponerle su nombre al centro escolar. Más tarde al ver que la situación iba a peor tuvo que abandonar Siria e instalarse en Líbano. «Se nos han muerto muchos niños. Cómo puede ser que se destruyera todo en tan poco tiempo», lamenta.

Laura Daniele / ABC