En un número anterior les hablaba de Marta y de su repentina voluntad de cambio que nos llevó a orientarla hacia el centro Basida para tratar sus adicciones y obtener la ayuda que necesitaba. ¿Lo recuerdan? En el último instante, cuando parecía que el ingreso era todo un éxito, Marta se echó atrás. No soportó la imposibilidad de recibir visitas durante un tiempo determinado, no soportó quedarse sola, sin arrimos conocidos, sin las mínimas relaciones que le quedan en la vida. Y nos dio plantón.
Cuando hablamos con la responsable del centro, le expusimos el dolor que sentíamos porque Marta volviese a su mundo inseguro y oscuro de hurtos y de drogas, de violencia y de soledad. Le exponíamos que ella había arruinado esa oportunidad brillante, que parecíamos tener al alcance. Quiso volver a su costumbre antigua.
La respuesta de la responsable del centro, conocedora de muchos fracasos y desesperanzas, fue un auténtico destello de luz sobre nuestro modo de ver el mundo y a la persona: «No conocemos los caminos de Dios. Él sabe más que nosotros y, si ella llegara a morir, ¿qué sabemos nosotros si Dios quiere llevársela ya con Él, porque quiere que deje de sufrir?».
Hemos hecho lo que nosotras podemos hacer, pero no podemos hacer lo que solo a ella le compete. Sé que nos toca estar cerca, a un tiro de piedra, donde siempre nos pueda encontrar. Eso pertenece al corazón de la misericordia.
Si su vida cae en cualquier calle, a navaja o a golpe de sobredosis, la misericordia tendrá la última palabra… Esa es la razón de nuestra intercesión diaria.