Preparo en el tanatorio, junto a la esposa y a los hijos, la despedida de Martín - Alfa y Omega

En muchos momentos nos embarga una noche cerrada que se hace dura realidad ante la muerte de un familiar por un trágico accidente. El entorno queda roto: ¿Cómo puede haber sucedido? Él era bueno y tenía tantos sueños aún pendientes…, ¿cómo vamos a seguir nosotros adelante? Hasta poder recuperar el ánimo y la esperanza hay un largo y lento proceso, caminos de ida y vuelta, momentos de intuir otro modo de percibir su presencia.

Preparo en el tanatorio, junto a la esposa y a los hijos, la despedida de Martín, víctima de un accidente de coche. Para abrirles una puerta a la esperanza leo el relato de la aparición de Jesús Resucitado a sus discípulos junto al lago Tiberíades. Hundidos tras la muerte de Jesús, intentan volver a sus faenas de pescadores, pero envueltos en la oscuridad, su esfuerzo resulta inútil. Solamente al alba, con la primera luz, se hace presente el Resucitado: «Echad la red al otro lado». Fiados de su palabra echan de nuevo las redes, y se opera la plenitud. Con Jesús hay futuro, cosecha abundante. Él los espera en la ribera, donde les ha preparado unas brasas, pescado y pan. Los invita a comer para rehacer fuerzas y ya no dudan, saben bien que es el Señor.

«En los gestos básicos (la cercanía, la preparación de la comida, invitar a la mesa) es donde se cultiva la amistad, la vida compartida, el reconocimiento del otro. Martín ha encarnado para vosotros esa presencia divina: os ha cuidado y alimentado durante años. Cuando los hijos os fuisteis a trabajar lejos, junto a vuestra madre mantenía el hogar acogedor, la mesa puesta; allí regresabais para descansar, rehacer fuerzas, realimentar vuestro amor familiar. A él, perdido en la noche de la muerte, desde la otra orilla, se le ha acercado el Resucitado, le ha recuperado para el hogar encendido y le alimenta con el pan de la inmortalidad. Desde allí sigue siendo vuestra raíz y un alba luminosa para que continuéis el camino de cada día. Haceos cargo de esa herencia luminosa que hará cálida vuestra vida familiar con el aliento del Martín, invisible a los ojos, pero cuya presencia cercana intuís con el corazón».