Almas y neuronas - Alfa y Omega

El doctor Duncan MacDougall vivió apaciblemente ejerciendo como médico en la costa este de Estados Unidos hasta que un día de 1901 tuvo una de esas audaces ideas del gusto de los científicos decimonónicos que acabaría en las páginas del New York Times: iba a pesar el alma con la máxima precisión posible. Puso a seis moribundos con camas incluidas sobre básculas industriales y tomó datos. Tras la muerte de cada uno, los pesó de nuevo, restó y concluyó que cada alma pesaba 21 gramos. Los métodos de MacDougall no eran los adecuados. No es que calculara mal, es que se puso a pesar lo que no es pesable. El alma no es material.

El materialismo del siglo XXI sigue empeñado en encontrar la base material del alma. Ya no se pesan moribundos, pero se hacen resonancias magnéticas cerebrales. La idea materialista es sencilla: la mente humana autoconsciente, las decisiones que tomamos aparentemente en libertad y la racionalidad que rige parte de nuestra vida no es más que un epifenómeno de la materia de la que están hechas nuestras neuronas. Eso que llamamos alma solo serían las partículas de la madera quemada en el humo del fuego.

La idea es resultona pero completamente anticientífica. En términos filosóficos se llama materialismo monista emergentista y su gran defensor es Mario Bunge, filósofo de la ciencia argentino, por otra parte muy solvente en otros aspectos. Es materialista monista porque sostiene que toda la realidad es material y solo material. Esto es un axioma y los axiomas no son conclusiones científicas probadas, pero dejemos este pequeño problemilla de lado para centrarnos en el emergentismo.

Cosas sencillas organizadas de maneras específicas pueden dar lugar a cosas más grandes con propiedades que no tenían las primeras cosas. Materia organizada de una manera concreta da lugar a cosas vivas y eso de estar vivo no es propiedad que tengan los minerales que todos ingerimos todos los días. Como en los juegos de ordenador, los emergentistas suben un nivel y de nuestro sistema nervioso emerge la mente, que es lo único que se les parece al alma.

Evidentemente en esta operación hay muchos problemas que tienen que ver con la metafísica y con la teología, pero conviene hoy hablar de lo científico. En el imaginario popular se ha extendido la idea de que los experimentos neurofisiológicos han explicado definitivamente los mecanismos que rigen la relación entre la mente y el cerebro. Cualquier neurofisiólogo honesto sabe que estamos a años luz de comprender las relaciones entre la mente y el cerebro. Preguntados los defensores del alma material, responden con un voluntarioso «eso ya lo descubriremos». Lo que no deja de ser un abandono absoluto de las exigencias de la ciencia para convertir una hipótesis en una tesis verificada.

Cuerpo y alma

Que lo material influye en lo mental, y viceversa, no es un descubrimiento moderno de la ciencia. Hace miles de años que sabemos que si te emborrachas cambia tu conducta, y que, si se muere tu madre, con la depresión, pierdes las ganas de comer. La Iglesia católica siempre ha mantenido que los humanos somos cuerpo y alma. Es más, mantiene que lo seremos, con otro tipo de cuerpos, pero cuerpos, en la vida futura.

La idea de tener una mente emergente no cuadra tampoco mucho con la evolución constatada, pues ¿para qué nos hace falta una mente si la materia viva ya está determinada para hacer lo que haga falta para sobrevivir, reproducirse y evolucionar? Sería redundante y ya se sabe que la evolución no es muy generosa con los que gastan energía en ser redundantes. Sí nos haría falta una mente con alma para hacer dos cosas: ser inteligentes y ejercer el libre albedrío.

Es sabido que los defensores de la neurona solitaria sin alma no creen en el libre albedrío, lo que pasa es que no empiezan por decirlo. La idea de dirigirse a un público cualquiera y espetarle de entrada que todo lo que pasa en el propio diálogo está completamente predeterminado no es nada atractiva. Equivale a ver a cada persona presente en la sala como el mecanismo de un reloj. Es afirmar que todos actuamos como robots creyendo –pobres ilusos– tener pensamientos propios y tomar decisiones voluntarias. Eso solo es posible con neuronas y con alma.

El intento de materialización del alma que proponen los neuroreduccionistas no es una propuesta realmente científica. Lo que no se pesa, se mide y se cuenta no es objeto de estudio de la ciencia experimental. Afortunadamente son muchos los científicos centrados en el estudio de las relaciones entre la mente y el cerebro que no llevan la pesada mochila del cientificismo materialista que les impide avanzar al dedicarse a la metaciencia en vez de a la ciencia. La sociedad espera mucho de ellos en términos de conocimiento puro y también aplicado a la salud.

Juan Carlos Nieto
Profesor de Periodismo Científico de la Universidad CEU San Pablo

El autor participa en las IV Jornadas Ciencia y Fe que organizan los días 16 y 17 la ACdP y la Fundación Cultural Ángel Herrera Oria en el colegio mayor universitario San Pablo de Madrid.