7 de julio: san Fermín, el navarro que salió de su zona de confort para alcanzar el martirio - Alfa y Omega

7 de julio: san Fermín, el navarro que salió de su zona de confort para alcanzar el martirio

Los corredores de los sanfermines llevan un pañuelo rojo al cuello en memoria de la sangre derramada por san Fermín, que fue decapitado tras pasar su vida evangelizando

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
San Fermín en procesión por las calles de Pamplona
San Fermín en procesión por las calles de Pamplona. Foto: EFE / Rodrigo Jiménez.

Dicen que san Fermín lleva varios siglos dando su bendición a los corredores de los encierros que se juegan la vida delante de seis toros. Él mismo se la jugó mucho antes, no delante de un toro sino delante de las autoridades y no para alcanzar una gloria pasajera, sino aquella que le esperaba en el cielo.

Fue hijo de Eugenia y de Firmo, un senador romano que vivió en Pamplona en el siglo III, datos que han llegado hasta nosotros gracias a las Actas de la vida y del martirio de san Fermín, un documento elaborado tres siglos más tarde de su muerte y que coloca al santo entre la historia y la leyenda. Según la tradición, un adolescente Fermín se convirtió al cristianismo gracias a un sacerdote llamado Honesto, que había llegado a Pamplona enviado por san Saturnino para predicar lo que a todos parecía una extraña doctrina, la de Dios hecho hombre por amor.

Los toros entran en esta historia ya desde antes de la conversión de Fermín, porque siendo Saturnino obispo de la francesa Toulouse, fue acusado por los paganos de confundir al pueblo con una religión falsa. Le forzaron a sacrificar un toro a los dioses romanos, pero ante la negativa de Saturnino le ataron a la res, que lo arrastró por toda la ciudad despedazando su cuerpo.

Pero antes de aquello pudo convertir a algunos como Honesto, que a su vez hizo lo mismo con la familia de Fermín en Pamplona. Su conversión debió de ser muy sonada en la ciudad, pues el padre era uno de los notables de la aldea navarra. A su hijo lo llevó a bautizar cuando contaba con 10 años de edad, y la irrupción de la novedad de Cristo en su familia fue tan fuerte que a los 17 años Fermín ya salía a evangelizar por los pueblos de la zona, siendo ordenado sacerdote al año siguiente.

Su ímpetu misionero le llevó después a predicar a Francia, concretamente a Amiens, al norte del país, donde levantó una iglesia y consolidó la fe de la incipiente comunidad cristiana. Por este motivo fue elegido obispo cuando tan solo tenía 24 años. Podía haberse quedado en su zona de confort y dedicado a pastorear la grey que le había elegido como cabeza de la diócesis, pero decidió salir de nuevo a evangelizar por los territorios vecinos.

A la cárcel por predicar

En los años siguientes, los paganos de Aquitania, Auvernia, Anjou y Normandía tuvieron la oportunidad de escuchar por primera vez el nombre de Cristo de los labios de este bravo santo navarro. Fue precisamente en Normandía donde el prefecto Valerio le envió a la cárcel por soliviantar al pueblo, alterar el orden público y poner en riesgo la paz romana. Allí estuvo unos meses hasta que, a la muerte de Valerio, su sucesor le sacó de nuevo a la calle con la orden expresa de no volver más por allí.

Nada cuadraba más con el ansia apostólica de Fermín que ir aún más lejos a predicar, por lo que encaró el camino de lo que hoy son los Países Bajos para llevar a cabo su misión. Acabada esta, volvió a Amiens, pero el lugar al que regresó ya no era el mismo que dejó años atrás. Había subido al poder el gobernador Riccio Varo, que al sentir amenazado su poder en la zona mandó apresar al santo y ordenar su decapitación el 25 de septiembre del año 303. Fermín tenía solamente 31 años y había pasado toda su vida adulta predicando el nombre de Cristo allí donde le dejaron.

Sin embargo, como ha sucedido siempre en la historia de la Iglesia con multitud de mártires, su presencia no se acabó ahí. Generaciones de cristianos en Amiens se pasaron la voz unos a otros sobre aquel santo que había obtenido allí la palma del martirio, hasta que en el año 1085 levantaron sobre su tumba una iglesia en su memoria. La devoción se disparó y un siglo después el entonces obispo de Pamplona, Pedro de Artajona, fue hasta ese lugar para reclamar alguna de sus reliquias.

Navarra dividida

Pocos saben que el patrono de Pamplona es san Saturnino, no san Fermín, debido a que en el siglo XI se instaló en la ciudad un nutrido grupo de pobladores francos que trajeron la devoción desde su tierra. Fermín, en cambio, es patrono de Navarra junto a san Francisco Javier, no sin cierta controversia que se suscitó en el siglo XVII, cuando la canonización de este último amenazó con desbancar al mártir de su ascendiente sobre la región. El Cabildo de la catedral y el Ayuntamiento de Pamplona postulaban a san Fermín, mientras que jesuitas y Diputación lo hacían con el santo de Javier. La polémica llegó hasta Roma y fue el Papa Alejandro VII quien tuvo que intervenir en 1657 tomando una decisión salomónica: ambos serían al alimón patronos del reino de Navarra.

Fue en 1186 cuando volvió a su tierra la cabeza del santo, nueve siglos después de su partida hacia tierras galas. Desde entonces, las fiestas locales se han asociado a su memoria y así pervive hasta el día de hoy el signo del pañuelo rojo tan típico de los sanfermines, un recuerdo de la sangre en el cuello derramada por el santo al ser decapitado.

Para Samuel Azcona, párroco de San Fermín de los Navarros, en Madrid, el de este hombre es un ejemplo de «cómo cristianizar una sociedad que prescinde de Dios en muchos ámbitos», lo que conlleva «la pérdida de la fe de una generación a otra». Por ello, destaca su «perseverancia a la hora de evangelizar» y la «coherencia» que le llevó al martirio. «Nosotros también hemos de ser coherentes entre nuestra fe y nuestra vida —señala—, para imitar la pasión y el deseo de san Fermín de llevar sin temor nuestra fe a lo que nos rodean y que así el Reino de Dios pueda llegar a todos».