Conoce la Iglesia: ¡Anímate! ¡Entra! ¡Descubre! ¡Construye! - Alfa y Omega

La Iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo de Dios vivo y así es el lugar del encuentro con nosotros. La gran alegría que Dios nos da es que se hizo uno de nosotros, que podemos casi tocarlo y Él vive con nosotros. ¡Qué hondura tiene para todo hombre descubrir que tiene que vivir de la Verdad! Y pongo Verdad con mayúscula porque no se trata de verdades, sino que, más tarde o más temprano, si vivimos una vida consciente, hemos de situarnos ante la verdad de nuestra vida, de nuestra historia, de nuestra realidad, que nos lleva a necesitar de la Verdad. Podemos pasar por muchos momentos y por circunstancias muy diversas en nuestra vida pero, al final, los hombres sabemos que no podemos vivir en el engaño, tenemos que vivir de la Verdad. La Iglesia es el lugar del encuentro con la Verdad. Necesariamente tengo que recordar, para poder expresar esto, que el sí de María a Dios es el sí de la Iglesia. Aquellas palabras de la Virgen María, «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra», se prolongan en la Iglesia. La respuesta de María al ángel tiene su prolongación en la Iglesia, que está llamada a manifestar a Cristo en la historia, ofreciendo su disponibilidad para que Dios pueda seguir visitando a la humanidad con misericordia.

No intentemos comprender a la Iglesia desde fuera. Ver a la Iglesia así es como si quisieras observar y contemplar la belleza de las vidrieras de la catedral de León desde fuera. Para ver su belleza hay que entrar en la catedral. Así te invito que veas la Iglesia. Mírala desde dentro, contémplala desde dentro y por dentro. Sé que no es fácil entrar en su misterio en un mundo que es propenso a mirarla desde fuera. ¿De qué modo os podría explicar que la Iglesia está viva, que es joven, que en sí misma lleva el futuro del mundo y, por ello, tiene capacidad para indicar el futuro a cada uno de nosotros? Está viva porque Cristo está vivo, ha resucitado verdaderamente. Nunca comprenderemos bien a la Iglesia si la separamos de Cristo. Cristo y la Iglesia van unidos íntimamente, de tal modo que los Doce son el signo más evidente de la voluntad de Jesús respecto a la existencia y la misión de la Iglesia y la garantía de que entre Cristo y la Iglesia no existe ninguna contraposición, pues ambos son inseparables a pesar de los pecados de quienes componemos la Iglesia.

Os invito a todos, a los cristianos que tenéis una fe viva, a quienes la tenéis más adormecida, a quienes no creéis y os cuesta admitir a la Iglesia y la veis como una organización más o una estructura y no como el Cuerpo de Cristo, a que os dejéis impregnar por lo que hacían quienes vivieron sus primeros momentos y por quienes viven hoy con pasión y con un testimonio admirable su pertenencia. Nos manifiestan que es un movimiento del Espíritu Santo. Como le gustaba decir a san Juan Pablo II, es un río que atraviesa la historia y la riega con la gracia de Dios que la fecunda en vida, bondad, belleza, justicia y paz.

Os invito a contemplar a la Iglesia en diez dimensiones para que descubráis en ella la gran compañera del camino en el que estamos metidos los hombres. Es la Palabra de Dios quien la mantiene viva, la que nos hace ver que Cristo no es una figura del pasado, sigue presente; descubrimos su presencia real en la vida sacramental, en el perdón sacramental, la Eucaristía, el Bautismo como nacimiento nuevo. La Iglesia en medio del mundo quiere seguir entregando el mensaje central del Evangelio: Dios es amor. Todo debe partir de esto y debe llevar a esto. En el mes del Sagrado Corazón, Cristo me inspira que os acerque estas diez dimensiones:

1. A una Iglesia que acompaña: Que en nombre de Jesucristo sale al camino donde están viviendo los hombres, se encuentra con ellos en las circunstancias reales en las que viven. Como Jesús, se acerca a todas las realidades en las que el ser humano construye la historia y entrega su luz, su vida, su gracia, su amor. Escucha con pasión el clamor de los pobres y excluidos, vive y hace con la gracia y con la fuerza de testigos la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad.

2. Una Iglesia que ama: Con el mismo amor de Cristo, que nunca se retira de las situaciones de cruz en las que viven los hombres y sabe dar la vida por ellos, asumiendo el reto de amar sin condiciones a quienes están perdiendo la vida, dándola por ellos. Que hace verdad aquellas palabras del Éxodo: «He visto la aflicción de mi pueblo, […] he escuchado su clamor, […] conozco sus sufrimientos. He bajado para librarlo» (Ex 3, 7-8).

3. Una Iglesia que cura: Ella se sabe guiada por el Evangelio de la misericordia y por el amor al hombre, y pasea por el mundo mirando las heridas que tienen los hombres. Así entendemos aquellas palabras de Jesús: «Dadles vosotros de comer».

4. Una Iglesia que perdona: No se acerca a los hombres inquisitorialmente, sino que lo hace con el mismo amor de Cristo y con la misma misericordia de Cristo. ¡Qué bello es el pasaje en el que Cristo acepta la invitación de un fariseo a comer en su casa sin ninguna condición! Jesús se deja acoger, quiere compartir la vida, se deja encontrar. Se encuentra con el fariseo y con una mujer pecadora, que se acerca a esa misma casa a lavarle los pies y secárselos con sus cabellos. A los dos Jesús les devuelve a la misericordia y al amor. Y lo hace con lo que es propio de Dios: perdonando.

5. Una Iglesia que sale a todos los caminos por los que van los hombres: Ningún camino, ninguna situación puede ser extraña para la Iglesia, porque nada fue extraño para Jesucristo. A todos los hombres y a todas las situaciones. «Id por el mundo y anunciad el Evangelio a todos los hombres».

6. Una Iglesia que anuncia la Buena Noticia: Urge recuperar el carácter luminoso propio de la fe. Urge entregar la Buena Noticia. Cuando se apaga la luz de la fe, las demás luces languidecen. Pero esto hay que hacerlo desde un encuentro con el Dios vivo que nos llama, nos revela su amor y, cuando aceptamos que entre en nuestra vida, nos transforma.

7. Una Iglesia que sale en comunión: ¡Qué fuerza tiene decir: «Creo en la Iglesia, una»! Y adquiere mayor fuerza aún cuando miramos a la Iglesia católica en el mundo, diseminada por todos los continentes, culturas, lenguas. Todos formando una unidad, ¿cómo puede suceder esto? Nos lo dice el Catecismo: la Iglesia «tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad» (n. 161).

8. Una Iglesia que manifiesta ser madre: Como Jesús, nunca abandona, siempre tiene los brazos abiertos. Como Jesús, que al terco Tomás no lo abandonó, no le cierra la puerta y sabe esperar, así es la Iglesia que siempre da el abrazo de la misericordia. Es madre y siempre tiene un gesto de compasión, de amor y de afecto.

9. Una Iglesia que sorprende siempre: Siguiendo los pasos y las huellas de Jesús nos invita a crecer en la unidad en las realidades concretas en las que estamos, la parroquia, la diócesis. La unidad no viene del consenso, viene de Aquel que crea la unidad en la diversidad. Nunca dividamos, fuera las habladurías, no provoquemos heridas en la unidad.

10. Una Iglesia que sabe Quién la sostiene: Es santa porque sabe que Jesucristo está indisolublemente unido a ella y que la guía el Espíritu Santo, que la transforma y purifica y renueva. No es santa por sus méritos, lo es porque Dios la hace santa.