Amor a los enfermos - Alfa y Omega

Amor a los enfermos

Hoy, fiesta de Nuestra Señora de Lourdes y XVIII Jornada Mundial del Enfermo, se cumple el 25 aniversario del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, y con este motivo se está celebrando en Roma un encuentro de los miembros y colaboradores de dicho Consejo. El encuentro ha sido posible gracias al trabajo de monseñor José Luis Redrado, Secretario de Consejo Pontificio, que conoce de primera mano -como relata en estas páginas- la experiencia de la enfermedad

Jesús Colina. Roma
Gesto significativo de Benedicto XVI, en una de las Audiencias Generales de los miércoles

Hoy jueves, conmemoración de Nuestra Señora de Lourdes, la Iglesia católica celebra en el mundo con infinidad de Vigilias de oración, procesiones con antorchas y otras actividades, la Jornada Mundial del Enfermo. Para esta ocasión, Benedicto XVI ha escogido un lema original: La Iglesia al servicio del amor por los que sufren.

En esta ocasión, el Papa no subraya el servicio a los que sufren. En esta ocasión, los protagonistas de la Jornada son todos los demás, los que de la enfermedad ni siquiera quieren acordarse y que con frecuencia se cruzan con indiferencia con la vida de sus enfermos, incluso familiares.

Uno de los cuadros de la exposición La Iglesia al servicio del amor por quienes sufren, inaugurada, el pasado martes, en el atrio del Aula Pablo VI, del Vaticano. La muestra contiene 28 cuadros del pintor italiano Francesco Guadagnuolo, cuyo tema principal es el Papa Juan Pablo II, quien constituyó el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, que hoy cumple 25 años

«Todo cristiano está llamado a revivir, en contextos distintos y siempre nuevos, la parábola del Buen Samaritano», afirma el Santo Padre en el Mensaje que ha escrito para la Jornada. Por este motivo, su Mensaje se convierte en una exhortación «a inclinarnos sobre las heridas del cuerpo y del espíritu de tantos hermanos y hermanas nuestros que encontramos por los caminos del mundo».

En este día, la Iglesia celebra, además, los 25 años del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, cuyo obispo Secretario es el religioso navarro de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios monseñor José Luis Redrado -cuyo testimonio publica Alfa y Omega en estas páginas-. Con motivo de sus Bodas de Plata, el organismo vaticano ha congregado en Roma en estos días a médicos, enfermeros, capellanes y representantes de organizaciones sanitarias de los cinco continentes, para hacer un balance de la obra de ayuda que en este campo realiza la Iglesia católica.

Monseñor José Luis Redrado, Secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud. Pastor de los enfermos, y enfermo con ellos

«Después de un proceso de enfermedad –malaria– me hice con mi cuerpo, lo sentí mío después de un mes en que me parecía haberlo perdido. Curado, lo he encontrado. Os cuento mi experiencia». Así comienza su relato el obispo navarro José Luis Redrado Marchite. El religioso de San Juan de Dios, nacido en Fustinaña, hace 73 años, es el Secretario del Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud, el organismo vaticano encargado de dar seguimiento en nombre del Papa a los hospitales, clínicas, dispensarios y obras sanitarias de la Iglesia católica en el mundo.

Después de mil viajes al África, después de varios diagnósticos, descubrió que había contraído la malaria, en 2005. Comenzó así lo que él define como «toda una Cuaresma y Semana Santa» bajo las tenazas de la enfermedad. Ingresado en Cuidados Intensivos en el hospital de la Isla Tiberina, de Roma, el prelado se preguntaba a sí mismo: «¿Tan grave estoy que me prohíben visitas, llamadas…?». La respuesta se la daba su cuerpo sin fuerzas. «No es tuyo, más flaco, necesitado de todo, no es tuyo, es de los otros, de los médicos, de las enfermeras… No siento dolor físico, pero no puedo hacer nada por mí mismo, me faltan fuerzas y soy dependiente en todo, hasta para llevar el alimento a la boca; ayer tan fuerte, tan autónomo, y hoy, enfermo, tan dependiente. No eres tú mismo».

«Después –sigue recordando–, tu cuerpo reacciona. Los resultados de la técnica, medicación, controles…, dan pronto resultados positivos que advierto en mi cuerpo que, aunque necesitado de apoyo, comienza a reaccionar, a coger fuerzas. Comienzo a notar una fuerte mejoría; comienzan a quitarme tubos, sondas…; me levanto todavía ayudado y, casi como un milagro, soy yo mismo, que me siento fuerte y no necesito ayudas para levantarme, asearme…, una liberación. He recobrado mi cuerpo, decía al médico y a las enfermeras».

En la enfermedad descubres otros valores

El obispo, sin embargo, ve esta experiencia como una bendición de Dios. Considera que la enfermedad ha sido «beneficiosa, porque me ha ayudado a reflexionar, ha sido una ocasión para detener la vida agitada, estresada, y también porque es una ocasión para la amistad y para darte cuenta de que, a tu alrededor, existen muchas personas buenas. Descubres personas nuevas en el hospital, en tu comunidad, en la vida de trabajo. He sentido cerca un río de oraciones, mucha solidaridad, muchos amigos, todos medicina del cuerpo y del espíritu que me han ayudado a superar la enfermedad con paz y serenidad».

A esto, añade: «Yo también ha rezado, como se reza cuando el cuerpo está roto, enfermo. Todos los días, durante la oración, pasaban por mi mente infinidad de rostros e instituciones. Y de modo particular lo he hecho el primer día que comencé a incorporarme en el trabajo». Por último, el obispo ofrece dos secretos que le hicieron mucho más llevaderos los largos días en el lecho del hospital: la buena lectura (pudo leer unos cincuenta libros) y la buena música. «¡Cuánto cura la buena música! Es un buen medicamento».

J. C.

Los números son impresionantes. Según ha explicado a Alfa y Omega el Consejo Pontificio para la Salud, en estos momentos, la Iglesia cuenta con 117 mil centros sanitarios católicos en el mundo. Sin su labor, en algunos sectores la atención a los enfermos del mundo quedaría totalmente bloqueada. Hoy día, por ejemplo, uno de cada cuatro enfermos de sida en el mundo es atendido por una institución eclesial. Y este porcentaje se multiplica al menos por dos en el caso de los enfermos de lepra.

Benedicto XVI, como explica en su Mensaje, quiere que este 11 de febrero sirva para dar gracia a las personas que cada día «realizan un servicio para con los que están enfermos y los que sufren», haciendo que «el apostolado de la misericordia de Dios, al que se dedican, responda cada vez mejor a las nuevas exigencias».

Juan Pablo II y un proyecto que nació en España

La Jornada Mundial del Enfermo fue constituida por Juan Pablo II el 13 de mayo de 1992, y se celebró por primera vez el 11 de febrero del año siguiente. En la Carta que dirigió al entonces Presidente del Consejo Pontificio para los Agentes Sanitarios, monseñor Fiorenzo Angelini, el Papa polaco manifestaba la conveniencia de «extender a toda la comunidad eclesial una iniciativa que se está realizando en algunos países y regiones, con grandes frutos pastorales». Con estas palabras, Juan Pablo II «quería decir sobre todo la Conferencia Episcopal Española, aunque también la cubana»; lo explicó, en declaraciones a Alfa y Omega, monseñor Zygmunt Zimowski, actual Presidente del Consejo, durante su visita a España el pasado mes de septiembre. Si bien este viaje a nuestro país tuvo como motivo las XXXIV Jornadas Nacionales de Delegados de Pastoral de la Salud, igualmente quiso subrayar que, con su presencia, también deseaba «agradecer a España» esta aportación.

También resaltó que, si bien gran parte de lo realizado por el Consejo Pontificio en sus 25 años de vida se debe a la labor realizada por monseñor Angelini, «el verdadero protagonista» de ese cuarto de siglo «fue Juan Pablo II, un hombre de mucho sufrimiento. Sufrió mucho de niño al perder a su madre con sólo nueve años, y de ella dijo que sólo recordaba lo mucho que había sufrido. La otra razón por la que era muy sensible a los sufrientes fue conocer en persona la Segunda Guerra Mundial», y todo el dolor que produjo. Todo esto -añade el prelado- continuó en un pontificado «en el que la Providencia de Dios quiso que sufriera mucho». Como broche final, «su último Viaje apostólico fue a Lourdes. No quiso dormir en la nunciatura ni en la casa del obispo; dijo que era un enfermo, y que quería estar con los enfermos».

M. M. L.