Un alimento perdido es un alimento robado a los pobres y desfavorecidos - Alfa y Omega

Un alimento perdido es un alimento robado a los pobres y desfavorecidos

La Misión de la Santa Sede ante la FAO organizó un acto para dialogar sobre iniciativas concretas para reducir la pérdida de comida. Intervinieron el cardenal arzobispo de Manila y presidente de Caritas Internationalis, monseñor Luis Antonio Tagle; el director general de FAO, José Graziano da Silva; y el observador permanente de la Santa Sede en FAO, monseñor Fernando Chica. En el mundo hay 795 millones de personas que pasan hambre y se desperdician 1.300 millones de toneladas de alimentos al año

Redacción

El cardenal arzobispo de Manila y presidente de Caritas Internationalis, Luis Antonio Tagle intervino este lunes en la conferencia celebrada en la sede de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), dedicada a las «Iniciativas concretas para reducir la pérdida de alimentos en el contexto de la seguridad alimentaria. Un reto para la comunidad internacional».

«El problema de la pérdida de alimentos está muy presente entre las preocupaciones de la Iglesia Católica como una de las cuestiones que dificulta la disponibilidad de alimentos para todos y, por lo tanto, socava el desarrollo», dijo el purpurado. «En la práctica de las organizaciones de Cáritas, uno de los retos para la ejecución de proyectos, en todos los niveles, es la pérdida de alimentos que los agricultores y las comunidades experimentan año tras año.

La pérdida de alimentos se produce en todas las etapas de la cadena agrícola después de la cosecha, incluso durante el transporte del campo a la granja, durante la trilla o el descascarillado, durante el almacenamiento, durante el transporte al mercado y durante su comercialización. Es especialmente perniciosa para los agricultores en pequeña escala cuya seguridad alimentaria y cuya capacidad de ganar dinero con su trabajo pueden verse seriamente amenazadas… Los frutos de la tierra son para el beneficio de todos. Para ello es necesario adoptar una perspectiva social que tenga en cuenta los derechos fundamentales de los pobres y los desfavorecidos. De acuerdo con la Doctrina Social de la Iglesia Católica la propiedad privada está subordinada al destino universal de los bienes», añadió.

Para monseñor Tagle, «la experiencia de las organizaciones de Cáritas demuestra que, a menudo, los pequeños agricultores no poseen la capacidad de gestionar las pérdidas posteriores a la cosecha. El derecho humano a una alimentación adecuada requiere la igualdad de acceso a los recursos para la alimentación; es decir, aparte de la propiedad de los bienes, la población rural debe tener acceso a los medios de educación técnica, al crédito, a los seguros y a los mercados. Este —precisó— es también el tipo de acompañamiento que Cáritas ofrece a través de la promoción de métodos mejores de cosecha, de la formación en técnicas de cosecha y almacenamiento puntuales, de sensibilización sobre el derecho a la alimentación, así como en requerir de los gobiernos políticas y estrategias específicas que orienten la tarea de todos los involucrados en las pérdidas posteriores a la cosecha, desde los investigadores, extensionistas, representantes del sector privado, gobiernos, ONGs y agricultores».

En este sentido puso el ejemplo de dos iniciativas de Cáritas en Estados Unidos, una en Maine cuyo objetivo es proporcionar vegetales orgánicos ricos en nutrientes a las personas necesitadas que recurren a los comedores sociales. «Algunos de los productos —explicó— se distribuyen directamente en el campo, mientras que la mayor parte se elabora en asociación con pequeñas empresas propiedad de mujeres para su distribución durante los meses de invierno. Esta forma de asociación fomenta el empleo y la cooperación además de permitir que las verduras se conserven durante el duro invierno de Maine cuando la necesidad es más grande».

La otra en el Estado de Washington para distribuir frutas y verduras frescas a los hogares de bajos ingresos. Así, Cáritas en la ciudad de Spokane ha creado una red de más de 50 empresas agrícolas para alimentar a una comunidad en la que el 17 % de los residentes reciben alimentos a través de cupones proporcionados por el Gobierno. «Se ha puesto en marcha un fuerte sistema desde la granja al banco de alimentos, trabajando con numerosos socios, entre ellos las universidades para facilitar programas de educación nutricional y para aumentar la capacidad de la cadena de suministro. Los agricultores están conectados con las rutas de abastecimiento que llevan a la ciudad y con los lugares de distribución alimentaria en las cercanías, lo que hace posible que los alimentos lleguen a su destino sin una infraestructura sustancial de transporte. Un equipo sencillo, es decir un vehículo de reparto, neveras y refrigeradores para el almacenamiento incrementan la capacidad de los sitios de distribución», dijo el arzobispo.

«En resumen, la forma en que Cáritas se ocupa de las pérdidas de alimentos no consiste solamente en una solución técnica. Por el contrario, responde a una visión basada en el desarrollo humano que es integral y ecológico: los programas de Cáritas siempre están orientados a las personas más vulnerables y marginadas; aseguran el desarrollo sostenible, respetando el medio ambiente, la salud y el bienestar humano y el fomento de la creación de empleo; su objetivo es conseguir la justicia social, mediante la creación de alianzas virtuosas basadas en la solidaridad y la cooperación, favoreciendo la inclusión social», concluyó el purpurado.

Apoyo de la Iglesia

Por su parte monseñor Fernando Chica Arellano, observador permanente de la Santa Sede ante la FAO, después de recordar que la Iglesia apoya todo verdadero esfuerzo que haga germinar los bienes que son fruto del trabajo humano, afirmó: «Nuestra reunión ha deseado lanzar una acuciante llamada de alerta a la conciencia de la humanidad, para que nadie permanezca como un mero observador ante esta lacra, para que ninguna persona quede impasible viendo cómo multitud de hombres, mujeres y niños ponen en riesgo su sagrado derecho a la vida porque no tienen nada que comer o porque a duras penas se alimentan… Con frecuencia, ante los conflictos bélicos, las injusticias, el deterioro del medio ambiente o las deficiencias sanitarias buscamos tomar medidas perentorias que eviten exponer a la población al grave peligro de no poder satisfacer sus necesidades primordiales. Esta ha de ser también nuestra convicción a la hora de inspirar cualquier acción encaminada a eliminar la pérdida de productos alimenticios. Si ante dicha tragedia no actuamos, si preferimos el silencio o perseveramos en la ambigüedad, estará venciendo el egoísmo. Nuestra parálisis será el triunfo de intereses sesgados que acabarán condenando a los más vulnerables a morir de hambre o a un alto riesgo de malnutrición».

«Aquí en la FAO —terminó— hoy todos juntos hemos querido proclamar con toda seriedad y convencimiento: en vez de perder alimentos, que todo se aproveche, que ningún producto se tire porque haya sufrido un deterioro superficial. Si logramos que ningún producto alimenticio se pierda, habremos pasado de la muerte a la vida. En efecto, frente a la pérdida de alimentos, que va unida simbólicamente a la muerte, hemos de promover la cultura del cuidado y el esmero, que ha de ir vinculada al fomento de la vida, de la solidaridad y de la ayuda a los más necesitados. Un alimento perdido es un alimento robado a los pobres y desfavorecidos».

SIC / Redacción

Intervención de monseñor Fernando Chica

Intervención de Monseñor Fernando Chica Arellano, Observador Permanente de la Santa Sede ante la FAO, en el Side Event «Iniciativas concretas para reducir la pérdida de alimentos en el contexto de la seguridad alimentaria. Un reto para la comunidad internacional».

FAO – Green Room – 30 de mayo de 2016

Señor director general,
eminencia reverendísima,
excelencias,
señoras y señores,
amigos todos:

Quisiera brevemente concluir este significativo encuentro sobre la pérdida de alimentos con unas palabras, para mostrar que, lo que hemos pretendido en esta tarde, no ha sido otra cosa que focalizar debidamente que la pérdida de alimentos es uno de los desafíos más importantes que hoy tiene la humanidad para garantizar la seguridad alimentaria en todos sus aspectos. Esto lo viene poniendo de manifiesto con frecuencia la FAO. Con esta reunión, hemos querido subrayar que no basta reflexionar sobre esta cuestión. Hace falta actuar urgentemente, de forma concreta y con altura de miras. Ojalá que este evento sea un verdadero acicate para ello.

A este respecto, deseo agradecer vivamente el extraordinario servicio que la FAO presta a toda la humanidad poniendo de manifiesto que solamente se podrá acabar con la pérdida de alimentos mediante un esfuerzo común y decidido, tal y como esta benemérita organización viene señalando a través de los objetivos que la misma tiene fijados en sus distintos programas y departamentos.

Como todos sabemos, a la Santa Sede no compete proponer soluciones técnicas. Ahora bien, en su misión de anunciar la Buena Noticia del amor de Dios a todas las naciones, quiere continuar mostrando su cercanía ante cualquier noble esfuerzo, sosteniéndolo con la palabra y las obras, para que no solo sea técnicamente válido, sino humanamente auténtico, es decir, capaz de mostrar generosidad y genuino interés por los pobres y menesterosos. La Iglesia apoya todo verdadero esfuerzo, a fin de que se convierta en un estímulo que conserve y haga germinar los bienes que son fruto del trabajo humano.

Nuestra presencia aquí no es solamente circunstancial. Tiene un significado profundo y elocuente, ya que la temática que nos ha congregado recuerda que la seguridad alimentaria, tanto si se refiere a la cantidad del alimento como a su calidad, constituye un elemento esencial en la vida de toda persona, de todo grupo humano, de cualquier pueblo de la tierra.

Con este encuentro, hemos querido evidenciar que, no obstante haya habido avances y se hayan alcanzado algunas metas para erradicar la pérdida de alimentos, todavía persisten dolorosos obstáculos y se perciben desequilibrios. Lamentablemente, aún permanecen altos los índices de las pérdidas de productos agrícolas destinados a la alimentación humana.

Nuestra reunión ha deseado lanzar una acuciante llamada de alerta a la conciencia de la humanidad, para que nadie permanezca como un mero observador ante esta lacra, para que ninguna persona quede impasible viendo cómo multitud de hombres, mujeres y niños ponen en riesgo su sagrado derecho a la vida porque no tienen nada que comer o porque a duras penas se alimentan. Mientras tanto, es mucho lo que todavía se pierde en la fase de la recolección, del almacenamiento o de la distribución. Este es un hecho escandaloso que, como indicaba el Papa Francisco a la FAO, invita a pensar en «la enorme cantidad de alimentos que se desperdician, en los productos que se destruyen, en la especulación con los precios en nombre del dios beneficio»[1].

Se trata de un ejemplo más que pone de relieve cómo el hambre y la malnutrición son cada vez menos aceptados en un mundo que dispone de conocimientos y recursos suficientes para terminar con este triste flagelo, de consecuencias dramáticas, precisamente evitando la pérdida de alimentos.

De lo que han dicho los ilustres ponentes de esta tarde, cabe deducir que la erradicación de la pérdida de alimentos queda todavía bastante lejos. Por tanto, no hay tiempo que perder. Hemos de poner manos a la obra para que ningún alimento se pierda. Se requiere para ello no solamente un análisis claro de la actual situación de las estructuras, sino también una firme voluntad política, unos compromisos jurídicos eficaces y unas clarividentes medidas económicas que consientan llevar a cabo reestructuraciones e intervenciones urgentes y necesarias. En una palabra, se trata de posibilitar unas condiciones de vida personal y comunitaria que permitan a todos implicarse total y decididamente en esta cuestión tan importante, no solo para la nutrición, sino también para el desarrollo integral de todo ser humano, en cualquier momento de su existencia.

Con frecuencia, ante los conflictos bélicos, las injusticias, el deterioro del medio ambiente o las deficiencias sanitarias buscamos tomar medidas perentorias que eviten exponer a la población al grave peligro de no poder satisfacer sus necesidades primordiales. Esta ha de ser también nuestra convicción a la hora de inspirar cualquier acción encaminada a eliminar la pérdida de productos alimenticios. Si ante dicha tragedia no actuamos, si preferimos el silencio o perseveramos en la ambigüedad, estará venciendo el egoísmo. Nuestra parálisis será el triunfo de intereses sesgados que acabarán condenando a los más vulnerables a morir de hambre o a un alto riesgo de malnutrición.

Aquí en la FAO, hoy todos juntos hemos querido proclamar con toda seriedad y convencimiento: en vez de perder alimentos, que todo se aproveche, que ningún producto se tire porque haya sufrido un deterioro superficial. Si logramos que ningún producto alimenticio se pierda, habremos pasado de la muerte a la vida. En efecto, frente a la pérdida de alimentos, que va unida simbólicamente a la muerte, hemos de promover la cultura del cuidado y el esmero, que ha de ir vinculada al fomento de la vida, de la solidaridad y de la ayuda a los más necesitados. Un alimento perdido es un alimento robado a los pobres y desfavorecidos.

Por otra parte, las «buenas prácticas» que nos han sido presentadas esta tarde nos están diciendo que conocer debidamente la realidad de los pequeños agricultores en toda su complejidad puede volvernos todavía más conscientes de que el problema del hambre va unido a una estrategia de desarrollo global que prevea e incluya también cómo reducir y por tanto eliminar la pérdida de alimentos. Este aspecto particular enriquece aquella idea de solidaridad capaz de superar las divisiones y así garantizar el reparto de los recursos y los beneficios de los bienes producidos, las relaciones comerciales fundadas en la eliminación de barreras, la transferencia de tecnología, la formación de los grupos menos privilegiados y, sobre todo, una mayor distribución de responsabilidades.

En la temática que nos ha ocupado esta misma tarde podemos también tomar como ejemplo la realidad de la familia rural, aprendiendo de ella y colocándola en el centro de los programas encaminados a eliminar la pérdida de alimentos. En efecto, la familia rural constituye un instrumento de educación, a menudo privilegiado y exclusivo, para transmitir valores, asegurar la continuidad de preciosas técnicas así como de adecuados criterios de producción que eviten la pérdida de productos, frecuentemente cosechados con mucho sacrificio y no poco sufrimiento por causa de fenómenos naturales. En este contexto, Su Santidad el Papa Francisco, aludiendo a la pérdida de alimentos, recordaba que «nuestros padres nos educaban en el valor de lo que recibimos y tenemos, considerado como un don precioso de Dios»[2].

Antes de terminar, deseo dar las gracias de modo especial a la Representación Permanente de la República Islámica de Irán, con la que hemos organizado conjuntamente este evento, que no se hubiera podido realizar sin el entusiasmo, la competencia y la tenacidad de Su Excelencia, el señor embajador Majid Dehghan Shoar, ni la constante cooperación de sus colaboradores. Agradezco vivamente al señor director general de la FAO su hospitalidad, así como las finas atenciones y el interés que ha manifestado hacia esta iniciativa. Agradezco de igual modo a la embajadora Maria Laura da Rocha, representante permanente de Brasil ante la FAO, sus amables y acertadas palabras en este evento. Doy las gracias asimismo al doctor Kostas Stamoulis, director general Adjunto y responsable del Departamento para el Desarrollo agrícola y económico, a la doctora Anna Lartey, directora del Área de Nutrición y Alimentación, y al doctor Karl Schebesta, que en su calidad de responsable de la División de los sistemas alimenticios y nutricionales de la ONUDI, ha tenido la bondad de representar muy dignamente al señor director general de dicha organización.

Finalmente, doy las gracias de todo corazón al señor cardenal Luis Antonio Tagle, arzobispo de Manila y presidente de Caritas Internationalis, que es un luminoso ejemplo de generosidad y abnegación, no ahorrando sacrificio alguno en el ejercicio de su ministerio. Su eminencia es Pastor de una Iglesia que peregrina en Filipinas, particularmente cercana a los pobres, los hambrientos y postergados. Como hemos podido comprobar, sus palabras confirman la necesidad de sostener enérgicamente a cuantos trabajan de modo desinteresado y eficaz para fortalecer la solidaridad internacional y promover la justicia y el entendimiento entre los pueblos.

A todos los que han hecho posible este encuentro, de una u otra forma, y a todos ustedes aquí presentes les doy las gracias por el interés con que han seguido esta iniciativa. Muchas gracias.

[1] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2014 (16 de octubre de 2014), n. 1.

[2] Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial de la Alimentación 2013 (16 de octubre de 2013), n. 2.

Conferencia del cardenal Tagle (en inglés)

The Problem of Food Loss: views from the Catholic Social Teaching and solutions from Caritas
Cardinal Luis Antonio Tagle, President of Caritas Internationalis

Distinguished Director General, Ambassadors,
Ladies and Gentlemen, dear friends

It is a privilege to speak today to such a qualified audience. I am grateful to the FAO for allowing me to take part in this panel, what gives me also the great pleasure to meet personally the Director-General, Prof. José Graziano da Silva. Caritas Internationalis and FAO have an established institutional relation, and my presence here today is a tangible element of this cooperation

My intervention aims at presenting a new way to frame the problem of food loss, suggesting solutions from the experience of Caritas organizations.

The problem of food loss is very present among the concerns of the Catholic Church, as an issue that hampers availability of food for all, therefore undermining human development. In the practice of Caritas organizations, one of the challenges in the implementation of projects at all levels is the food loss that farmers and communities experience, year in year out. Food loss is occurring in all stages of agricultural value chains development after harvest, including during transport from field to the homestead, during threshing or shelling, during storage, during transport to the market and during marketing. It is especially damageful for small-scale farmers, whose food security and capacity to earn from their work can be severely threatened.

Already in his Encyclical Letter Caritas in Veritate, Pope Benedict reaffirmed that a way to eliminate the structural causes of food insecurity is to promote agricultural development, through investments in rural infrastructure, irrigation, transportation, market organization, training and sharing agricultural techniques among farmers (CiV, 27). All these interventions are especially effective in preventing food losses.

More recently, Pope Francis reminded us that realizing the fundamental human right to adequate food is not only an economic and “technical” challenge, but especially ethical and anthropological1: States bear the obligation to create favourable conditions for food security, to respect the person and his/her way to use the necessary resources, to ensure safety and quantity of food. If we want that food systems ensure the right to adequate food for everyone, including the most disadvantaged ones, this requires sound policies and effective measures to prevent food losses. The problem of food loss is clearly a systemic problem, the consequence of food systems not centred around the human person, but rather around the market. In Evangelii Gaudium, Pope Francis said no to an economy of exclusion and inequality, rejecting trickle-down theories, whereby economic growth and free market would eventually bring about greater justice and inclusiveness. He asked all of us: «Can we continue to stand by when food is thrown away while people are starving?»

Especially his Encyclical, Laudato Si’, reminds us that a correct reading of the Biblical texts unfolds for us a beautiful invitation to «till and keep the garden of the world», to be its stewards and guardians (cfr. Gen 2, 15). While «tilling» refers to cultivating and working, «keeping» means caring, protecting, overseeing and preserving. Would the duty to «keep this garden» not apply also to its fruits? The Encyclical goes on: «Each community can take from the bounty of the earth whatever it needs for subsistence, but it also has the duty to protect the earth and to ensure its fruitfulness for coming generations». What better way to protect and ensure fruitfulness than shunning overproduction which depletes natural resources, while making sure that the fruits of the earth do not go lost? The Pope shows deep concern for the depletion of natural resources, recalling that the exploitation of the planet has reached its maximum (LS 23, passim). This makes new patterns of production and consumption absolutely necessary.

The fruits of the earth are to benefit everyone. This requires to adopt a social perspective which takes into account the fundamental rights of the poor and the underprivileged. According to the Catholic Social Doctrine private property is subordinated to the universal destination of goods; recalling the teaching of Saint John Paul II, Pope Francis restates that «a type of development which did not respect and promote human rights –personal and social, economic and political, including the rights of nations and of peoples– would not be really worthy of man» (LS 93).

The experience of Caritas organizations shows that, often, small-scale farmers lack of capacity in managing post-harvest losses. The human right to adequate food requires equal access to resources for food: «thus, apart from the ownership of property, rural people must have access to means of technical education, credit, insurance, and markets» (LS 94). This is also the kind of accompaniment Caritas provides, through the promotion of improved methods of harvest, training in proper harvest timing and storage techniques, awareness-raising on the right to food, as well as advocacy towards governments for the formulation of specific policy and strategies to guide the work of all those involved with post-harvest losses, like researchers, extension workers, private sector players, government, NGOs international aid organizations and farmers.

A study carried out by Caritas Malawi (CADECOM) in 2014, for example, looked at food crops such as maize, millet, sorghum, soy bean, beans, pigeon peas and groundnuts, showing that food losses were posing a challenge to food security of individual farmers and to the country as a whole. It revealed serious unmet needs: firstly, the constraints experienced by farmers, like the lack of financial resources to purchase storage equipment and lack of appropriate storage facilities; a number of storage methods are not accessible, due to limited awareness, lack of access to technologies and prohibitive acquisition costs; farmers need opportunities to go for training and extension services, as well as to avail themselves of traditional and improved technologies. Let us never forget the importance of traditional methods4 for crop storage, particularly relevant to small-scale farmers. Secondly, there are no specific governmental strategies on post-harvest losses. This motivated Caritas Malawi to implement programs to enhance farmers’ capabilities and to engage in policy advocacy.

Including use of herbs from trees/shrubs, use of ash from livestock waste and crop residues and use of traditional granaries. Applying ash to some crops like beans is very effective: they are not attacked by weevils and no longer take time to cook. Ash applied to sweet potato and kept is a pit will ensure preservation for up to five months. Caritas Malawi, however, is working with all levels of farmers: smallholders, middle income farmers and commercial farmers, through different programme approaches suitable to each of them. Therefore, some strategies for managing crop losses –such as use of agro–chemicals- may not work to smallholder farmers who may only require traditional methods. The use of agro-chemicals is very much suitable to middle income and commercial farmers.

The Catholic Social Teaching encourages the promotion of an economy which favours productive diversity and values small-scale food production systems which feed the greater part of the world. In many cases, small-scale producers are forced to sell their land or abandon their traditional crops. Their attempts to shift to other forms of production are often frustrated because regional and global markets are not open to them, or because the infrastructure for sales and transport is geared to larger businesses. Civil authorities have the right and duty to adopt measures in support of small-scale producers and differentiated production. (LS, 129) It is essential that food systems integrate the fundamental value of human work: ensuring that the fruits of human work do not go lost is a matter of justice! National and local policies and measures should encourage various forms of cooperation or community organization which defend the interests of small-scale producers and ensure sustainable development.

For example, Catholic Charities (Caritas) USA carries out a program called «Farm for Maine», aiming at providing nutrient-rich, organic vegetables to needy people who resort to food pantries. Some of the produce is distributed right out of the field, while most of it is processed in partnership with small women-owned business, for distribution over the winter months. This partnership fosters employment and cooperation, beyond allowing to keep vegetables long into the harsh Maine winter when the need is the greatest.

Another example if the food distribution system developed in the State of Washington to distribute fresh fruits and vegetables to low-income households. Catholic Charities of the city of Spokane created extensive connections with over 50 farming enterprises to feed a community in which 17 % of residents receive food through food stamps provided by the government. A robust «farm-to-food bank» system was built, working with multiple partners including universities to provide nutrition education programs and to build supply-chain capacity. Farmers were connected to supply routes culminating in the city, feeding distribution sites at close proximity, allowing to deliver food without substantial transportation infrastructure. Equipment like a delivery vehicle, refrigerators and coolers for storage improved the capacity of distribution sites.

In sum, the ways Caritas addresses food losses do not consist only of technical solution. Rather, they respond to a vision based on human development that is integral and ecological: Caritas programs are always oriented to the most vulnerable and marginalised people; they ensure sustainable development by respecting the environment, human health and well-being, and fostering employment creation; they aim at achieving social justice, by creating virtuous alliances based on solidarity and cooperation, favouring social inclusion.

Conclusions: a new approach to food loss

The market alone cannot guarantee integral human development and social inclusion. Even when addressing an apparently technical problem like food loss, we must not overlook «the deepest roots of our present failures, which have to do with the direction, goals, meaning and social implications of technological and economic growth» (LS 109).

We must look at things differently, we must make policy choices, adopt lifestyles and spirituality that break with the sheer «technocratic paradigm». Adopting only technical remedies to food loss equals to forgetting the human person, separating «what is in reality interconnected and» masking «the true and deepest problems of the global system» (LS 111).

Thank you.