Pablo VI, un profeta desconocido - Alfa y Omega

Pablo VI, un profeta desconocido

La Iglesia se dispone a vivir la recta final del Año de la fe, iniciativa profética, pero no inédita. Pablo VI convocó ya un Año de la fe hace 45 años, y esta circunstancia brinda una ocasión providencial para redescubrir a un gran Papa que tuvo que hacer frente a retos difíciles y que padeció dolorosas incomprensiones. En las próximas semanas, se esperan novedades en su Causa de canonización

Jesús Colina. Roma
Pablo VI y el entonces cardenal Wojtyla. Se esperan novedades para la beatificación del primero, y la canonización del segundo.

En la recta final del Año de la fe, iniciado el 11 de octubre de 2012, y que el Papa Francisco clausurará el 24 de noviembre próximo, la Iglesia está descubriendo la actualidad de uno de sus profetas del siglo pasado: Pablo VI, Papa en cierto sentido desconocido, particularmente en España. De hecho, las vicisitudes políticas que vivió nuestro país durante su pontificado llevaron a interpretaciones contrapuestas que, en algunos ambientes, impidieron comprender serenamente su magisterio.

Según ha podido saber Alfa y Omega, en las próximas semanas se analizará en el Vaticano una curación, científicamente inexplicable, atribuida a la intercesión de Giovanni Battista Montini, quien fue obispo de Roma desde 1963 hasta 1978. Si el milagro es reconocido por la comisión médica, después por la comisión teológica, por la comisión de cardenales, y por el mismo Santo Padre, entonces se habrá superado el último peldaño del proceso de beatificación del Papa Pablo VI.

En diciembre pasado, Benedicto XVI ya había reconocido el heroísmo de sus virtudes, declarándole Venerable. De este modo, la Iglesia podría elevar en breve a los altares a Pablo VI y canonizar a Juan Pablo II, de quien también se está analizando un nuevo milagro atribuido a su intercesión.

Año de la fe, intuición de Pablo VI

La Iglesia universal del nuevo milenio sigue inspirándose en la figura y herencia de Pablo VI, particularmente en este Año de la fe, pues, como explicó en su convocatoria Benedicto XVI, se trata de una intuición de aquel Papa, que ya había hecho realidad hace 45 años. El Papa Ratzinger, en la Carta apostólica Porta fidei, convocando el presenta Año de la fe, recordaba que el Papa Montini concibió aquel Año «para que en toda la Iglesia se diese una auténtica y sincera profesión de la misma fe»; y quiso que ésta fuera confirmada de manera «individual y colectiva, libre y consciente, interior y exterior, humilde y franca».

Pensaba que de esa manera toda la Iglesia podría adquirir una «exacta conciencia de su fe, para reanimarla, para purificarla, para confirmarla y para confesarla».

El Año de la fe 1967-1968, que quiso celebrar el XIX centenario del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo, tenía lugar prácticamente un año después de la clausura del Concilio Vaticano II. En ese momento, como reconocería en una conferencia el entonces teólogo Joseph Ratzinger, en la Iglesia reinaba «un cierto malestar, una atmósfera de frialdad e incluso de desilusión, como sucede con frecuencia tras los momentos de alegría y de fiesta».

El Papa comenzaba a afrontar una situación muy difícil: por un lado, algunos sectores tradicionalistas acusaban al obispo de Roma y al Concilio de traicionar la tradición de la Iglesia abrazando el modernismo; otros sectores buscaban que el Papa rompiera con la tradición, aceptando e introduciendo en la Iglesia aperturas incompatibles con sus dos mil años de Historia.

Según explicaba el gran filósofo francés convertido al catolicismo Jacques Maritain, en Le paysan de la Garonne, el Papa debía responder a esta situación «con una profesión de fe completa y detallada», en la que se presentara todo lo que realmente contiene el Símbolo de Nicea, el Credo.

Maritain expresó esta idea al cardenal suizo Charles Journet, quien se encargó de presentarla al Papa. El Papa ideó de este modo la convocación de un Año de la fe, que tendría entre sus momentos culminantes una promulgación actual del Credo de la Iglesia católica.

En momentos de grandes debates, en los que parecía ponerse en tela de juicio el fundamento mismo de la fe cristiana, el Papa Montini pedía que, durante ese año, los obispos proclamaran de manera solemne el Credo junto a sacerdotes y fieles. Pocos meses después de la apertura del Año de la fe, del 29 de septiembre al 29 de octubre de 1967, se reunió por primera vez, tras su reintroducción, el Sínodo de los Obispos, que también sometió al Papa la petición de redactar una declaración que permitiera al pueblo cristiano distinguir con claridad lo que pertenece a la fe católica y lo que es especulación teológica o simple opinión. El Papa pronunció esta declaración, a la que le dio el nombre de Credo del pueblo de Dios, el 30 de junio de 1968, en la clausura del Año de la fe.

Al promulgar la declaración, el Papa Pablo VI hacía una descripción de la coyuntura de entonces que parece coincidir con la actual situación que atraviesa la Iglesia: «Bien sabemos, al hacer esto, por qué perturbaciones están hoy agitados, en lo tocante a la fe, algunos grupos de hombres. Los cuales no escaparon al influjo de un mundo que se está transformando enteramente, en el que tantas verdades son o completamente negadas, o puestas en discusión».

El Papa comenzaba aquella profesión de fe con estas palabras: «Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles -como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida- y de las cosas invisibles -como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles- y también Creador, en cada hombre, del alma espiritual e inmortal…».

Pablo VI, en la clausura del Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965.

La fe, secreto de su heroísmo

El cardenal Angelo Amato, Prefecto de la Congregación de las Causas de los Santos, reconoce precisamente que la «nota dominante de la santidad de Pablo VI es su fe heroica, en un período de graves turbulencias ideológicas. El Papa tuvo una fe inquebrantable en el Evangelio, en la santidad de la Iglesia, en la bondad de los valores de la tradición cristiana, en la defensa del Concilio Ecuménico Vaticano II. Su Credo del pueblo de Dios es una prueba convincente de ello».

El cardenal Giovanni Battista Re, de la misma tierra y colaborador de Pablo VI, Prefecto emérito de la Congregación vaticana para los Obispos, reconoce -comentando el reconocimiento de sus virtudes heroicas- que «Pablo VI ha sido un hombre de Dios que amó a la Iglesia, y un Papa abierto al diálogo, que amó a nuestro mundo moderno con sus progresos y sus maravillosos descubrimientos, que han hecho la vida más confortable». Y añade: «Al mismo tiempo, fue un hombre de elevada espiritualidad, capaz de heroísmo en el ejercicio de las virtudes. En su vida, trató de descubrir siempre la voluntad de Dios y de seguirla en toda circunstancia».

«Pablo VI amó a Cristo y entregó toda su energía para anunciarlo a todos», afirma el purpurado italiano. «La conciencia y el corazón de Pablo VI tuvieron una gran sensibilidad por el hombre: sus valores, sus problemas, sus dramas, su historia y su destino eterno. Pocos han sabido, como él, interpretar las ansias, las inquietudes, la búsqueda y el cansancio del hombre y de la mujer modernos», continúa. Y el cardenal Re recuerda que, mientras vivió, «Pablo VI fue objeto de críticas, e incluso de calumnias. Tras su muerte, se ha comenzado a reconocer su grandeza, la importancia de su pontificado, el valor de su pensamiento, la profundidad de su espiritualidad».

Así sorprendió Pablo VI al mundo
  • Poco después de su elección, en 1964, Pablo VI renunció a la utilización de la tiara papal, y la puso en venta para ayudar a los necesitados con el dinero recaudado. El cardenal Francis Joseph Spellman, arzobispo de Nueva York, la compró con una suscripción popular que superó el millón de dólares.
  • Fue el primer Papa que viajó en avión para visitar Tierra Santa, en 1964. Era la primera vez que un Pontífice regresaba a los lugares de la vida de Jesús.
  • Concluyó el Concilio Vaticano II, abierto por su predecesor, Juan XXII, garantizando la solidez doctrinal católica en un período de tensiones ideológicas: apoyó el aggiornamento o modernización de la Iglesia católica, garantizando siempre la «tutela de la fe» y la «defensa de la vida humana».
  • Abrazó al Patriarca ecuménico de Constantinopla Atenágoras, un gesto que llevaría al levantamiento de las excomuniones entre ortodoxos y católicos surgidas con el gran cisma de Oriente.
  • Reintrodujo en la Iglesia el Sínodo de los Obispos, como un medio concreto para mostrar la colegialidad que caracteriza el gobierno de la Iglesia entre el Papa y los obispos.
  • En 1966, abolió, tras cuatro siglos, el Índice de libros prohibidos.
  • En la Nochebuena de 1968, celebró en la ciudad italiana de Taranto la Santa Misa en una industria metalúrgica, evento sin precedentes en la Historia.
  • Antes de que recibiera el Premio Nobel de la Paz, el Papa Pablo VI descubrió la grandeza de la Madre Teresa, reconociendo a su Congregación religiosa, y asignándole el Premio de la Paz Papa Juan XXIII, en 1971.
  • Fue el primer Papa viajero de la Historia: además de Tierra Santa, visitó la India (1964), las Naciones Unidas (Nueva York, 1965), Fátima (1967), Turquía (Constantinopla, 1967), Colombia (Bogotá, 1968), Ginebra (Organización Internacional del Trabajo, 1969), Uganda (1969), Asia Oriental, Oceanía y Australia (1970).
  • Antes que Juan Pablo II, Pablo VI también fue objeto de un atentado, del que salió indemne, en su viaje asiático a Filipinas, cuando un desequilibrado mental trató de apuñalarle.

J. C.

Pablo VI, amigo de España

Pablo VI fue víctima en España de una intensa campaña desinformativa y denigratoria. Por ello, es necesario hacer dos puntualizaciones:

La primera, para responder a una supuesta injerencia de Pablo VI en asuntos políticos. Cuando algunas voces pretendían amordazar al Papa aludiendo a su condición de Jefe de Estado extranjero, se olvidaban de que el Papa tiene no sólo el derecho, sino también el deber, de intervenir en todos los casos que afectan a las conciencias de sus hijos católicos. Y se olvidaban, además, de que ese derecho del Papa estaba garantizado por las leyes vigentes en España, pues ley vigente era el Concordato, que garantizaba la comunicación, sin impedimentos, del Papa con sus fieles.

La segunda puntualización era aún más innecesaria y casi ridícula. Cuando algún comentarista señalaba que el Papa recibía con sonrisas a gobernantes de países comunistas o a cabecillas de países africanos y que, en cambio, sólo parecía reservar sus exigencias para España, estaba, en realidad, ofendiendo a España y a sus gobernantes. Que el Papa exigiera más a una nación católica, era, para los españoles, un honor y, para el Papa, casi un deber.

Pablo VI hizo mucho por España y trató de ayudarla sin hostilidad hacia los gobernantes; ayuda y exigencia dolorosas, como toda reprensión paterna, pero más de agradecer porque al propio Papa costaban dolor sus gestos hacia España. Pablo VI no carecía precisamente de información, ni lo hacía precipitadamente. Asumía con plena conciencia el riesgo de una impopularidad en España, como había asumido riesgos parecidos con otras decisiones a nivel universal.

En aquellos momentos difíciles para el país, tal vez lo que más necesitaba España eran verdaderos amigos. Y no eran los mejores los que siempre y en todo daban la razón al régimen español, sino los que se atrevían a exigirle caminos mejores, más altos, ejemplares y difíciles. Entre estos amigos estaba el Papa Pablo VI, que deseaba una transición pacífica de España hacia la democracia, impulsada por él mismo desde el comienzo de su pontificado en 1963.

Vicente Cárcel Ortí

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