El Papa de los sencillos - Alfa y Omega

El Papa de los sencillos

Cronista de los acontecimientos que se produjeron alrededor del Concilio Vaticano II, el profesor de Teología don Aurelio Fernández ha sido testigo de excepción de las décadas más convulsas de la Iglesia en el último siglo. En esta entrevista para Alfa y Omega, cuenta cómo le afectó al Papa Pablo VI el ambiente de desafección eclesial de aquellos años, y cómo se enfrentó con valentía a un ambiente en contra para defender la vida y la fe de los sencillos

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
El deber de transmitir la vida humana, fuente de grandes alegrías… (Humane vitae, 1).

Usted vivió en primera fila el Concilio Vaticano II y el pontificado de Pablo VI…
Fui cronista del Concilio para un periódico de provincias; y, después, fui enviado a Roma durante los primeros Sínodos de los Obispos por La Gaceta del Norte. Hice entrevistas a los cardenales Alfrinck, Döffner, Suenens, König y a los grandes teólogos del Concilio…

En los años posteriores al Concilio, Pablo VI decía cosas como: «Me duele el movimiento de crítica corrosiva hacia la Iglesia»; y hablaba de «una psicología disolvente de las certezas de la fe» y de «las desafecciones de no pocos sacerdotes y religiosos». Incluso el cardenal Marcelo González, al hablar de estos asuntos con el Papa, contaba que a Pablo VI, en mitad de la conversación, se le saltaban las lágrimas…
Recuerdo que Pablo VI se lamentaba mucho, porque estaban muy revueltas las cosas. Era muy crítico con todo lo que estaba pasando en la Iglesia. El Papa sufría por el cambio tan profundo que sufría la Iglesia, que reflejaba un cambio también muy grave en la cultura, algo que explotó en Mayo del 68. Fue una gran convulsión, y no se sabía a dónde íbamos. Fue una revuelta contra la cultura de Occidente; Habermas habla del descarrilamiento de la cultura occidental: no se puede expresar mejor.

¿Cómo afectó este clima a la Iglesia? Pablo VI tenía la impresión de que «el humo de Satanás entraba en el templo de Dios».
El pontificado de Pío XII fue de una gran estabilidad y de gran amplitud. Parecía que nadie sería capaz de sustituirle, pero llegó Juan XXIII y fue de una luminosidad indiscutible, que llenó toda la Iglesia. Y sucedió algo curioso: mientras la cultura occidental era pesimista, pues se alimentaba del existencialismo, el Concilio Vaticano II fue de una esperanza desbordante, y así lo muestra el inicio de la Gaudium et spes. Pero esa esperanza fue interpretada como que había que hacer todo nuevo, proponer una doctrina nueva y acabar con todo.

Benedicto XVI ha hablado de que hubo un Concilio real y un Concilio mediático.
Así es. Enseguida comenzó el disenso; un ejemplo: en el Sínodo de los Obispos del año 1969, al mismo tiempo que tenían lugar las asambleas en el Vaticano, en paralelo, unas calles más abajo, se organizó un Congreso de los disidentes, como un Concilio paralelo, que proponía que la jerarquía debía ser elegida por el pueblo, y cosas así. Se decían cosas curiosas en aquellos años: en Zaragoza, llegué a escuchar a un sacerdote que pedía: Hay que vender el Pilar, porque pobreza no es lo mismo que economía. Otra vez escuché: Hay que dejar de llamarse sacerdotes, debemos llamarnos camareros. Fue una explosión de ideas, y la situación era tal que, sólo dos años después del Concilio, el primer Sínodo de los Obispos estuvo dedicado a la Preservación y fortalecimiento de la fe católica y a la Coherencia doctrinal. También hay que decir que la matriz cultural de Occidente estaba ya deteriorada, por el existencialismo que surgió tras la Segunda Guerra Mundial.

La Humanae vitae se publicó en 1968, en pleno desconcierto postconciliar…
La Humanae vitae toca un tema esencial, que afecta a la sexualidad, al matrimonio y a la procreación. La Comisión de estudio fundamental, que debía asesorar al Papa, se mostró paradójicamente a favor de los anticonceptivos y de un cambio en el magisterio en este asunto. Hay que tener en cuenta el ambiente de aquellos años: el Papa firma la encíclica poco después de Mayo del 68 y su Haz el amor y no guerra, y pocos años después de que se empezara a comercializar la píldora.

El matrimonio y la procreación no son asuntos fáciles, y la píldora proponía una vida conyugal sin temor a tener hijos: fue una revolución y cambió mucho la vida matrimonial y el mismo concepto de procreación. La encíclica del Papa vino a abordar un tema muy importante de la vida moral, y se publicó cuando en el ambiente ya se había extendido la mentalidad de que la anticoncepción era lícita. Pablo VI no lo tenía nada fácil; fue precisamente en aquel momento en el que nació el movimiento del disenso entre los teólogos. Podías oír a algunos teólogos afirmar que el Papa estaba equivocado.

También se dice que las Conferencias Episcopales se sublevaron contra la encíclica —la holandesa publicó una Declaración apenas cinco días después—. No es así, porque mantuvieron la obediencia al magisterio del Papa, pero sí es cierto que manifestaban su temor ante el ambiente en contra. En agosto del año siguiente, el mismo Comité Pastoral del episcopado holandés votó (con 100 votos a favor y 4 en contra) a favor de ideas no concordantes con la encíclica…

Pablo VI sufrió mucho por esto. Incluso la Comisión asesora filtró a la prensa su Informe a favor de la anticoncepción, para forzar la mano del Papa…
Así es. Pero hay una anécdota muy curiosa. El cardenal Casaroli contó una vez que el Papa tenía la encíclica preparada y que se mostraba enormemente preocupado. Entonces se marchó a Castel Gandolfo; cuando volvió, lo hizo con la encíclica firmada, y volvió gozoso y contento.

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