Vimos el mal en toda su crudeza. Desde entonces rezo por aquella pobre niña - Alfa y Omega

Esta semana hemos terminado el curso del Centro de Educación de Menores (CEM). Son unas clases de apoyo a menores por las tardes. Un total de 20 voluntarios vienen a ayudarles a hacer sus deberes, a resolver dudas y sobre todo a educar integralmente. No solo intentamos que aprueben las asignaturas y mejoren su rendimiento escolar –lo cual ya es un logro– sino que vamos más allá. Inculcamos valores de respeto, de agradecimiento, de colaboración, de iniciativa, etcétera. También cuidamos la relación con los padres, para ayudar a la familia en su totalidad.

Hubo un caso especial que nunca olvidaré. Hace ya un tiempo, una niña de 10 años se portaba muy mal en las clases de apoyo escolar. Los voluntarios ya no sabían que hacer con ella y andaban desesperados. Robaba lápices, insultaba a los compañeros, discutía con los voluntarios. Ella nos decía que sus padres la pegaban. Cuando hablamos con ellos nos aseguraron que jamás la habían hecho daño y que era muy mentirosa. Ellos también estaban preocupados por su comportamiento. Estuvimos a punto de expulsarla porque nadie se hacía con ella. Al final decidimos tener paciencia y tratarla con cariño y firmeza. A los pocos meses salió la verdad a la luz. Finalmente confesó el problema de fondo: un amigo de la familia que vivía con ellos la había forzado con frecuencia desde hacía un año. Los padres no sabían nada. Intervino la Policía y al final confesó el pederasta. Había violado a la niña en ausencia de sus padres durante un año entero. Nos quedamos todos aterrados. Vimos el mal en toda su crudeza. El impacto fue brutal. Aquella alimaña de hombre acabó en la cárcel. Sus padres se fueron del barrio y empezaron de nuevo su vida. Yo siempre me acuerdo de rezar por aquella pobre niña. Y me alegro de que el centro permita llegar más allá de los estudios, llegando hasta el corazón de la familia.