Un pontificado en la encrucijada - Alfa y Omega

Acaba de presentarse en Roma el primer análisis riguroso y exhaustivo del pontificado de Benedicto XVI, un volumen escrito por el profesor Roberto Regoli, de la Universidad Gregoriana, titulado Oltre la crisi della Chiesa. Il pontificato di Benedetto XVI (ediciones Lindau). La presentación ha dado pie a un apasionado comentario de un testigo de excepción, monseñor Georg Gänswein, que comienza recordando la respuesta del Papa a su biógrafo, Peter Sewald, sobre si él era el final de lo viejo o el inicio de lo nuevo. «Las dos cosas», le respondió, mostrando así su conciencia de protagonizar un momento crucial de la historia de la Iglesia. Es llamativa la referencia al caso de Gregorio VII, el gran Papa reformador del medievo que sin embargo murió en el exilio. Solo el tiempo ha permitido que se le restituyera su grandeza…

El fiel secretario revela en esta intervención un dato desconocido: ninguno de los malévolos ataques que sufrió el Papa golpeó su corazón tanto como el trágico accidente que costó la vida a Manuela Camagni, una de las Memores Domini de la familia pontificia. Gänswein discrepa del profesor Regoli sobre un supuesto empantanamiento del pontificado en 2010, debido a las sucesivas crisis: el caso Williamson, los abusos sexuales de sacerdotes y el caso Vatileaks. Sus impresionantes viajes al Reino Unido y Alemania, el modo en que afrontó la crisis de los abusos, o el esfuerzo de escribir la trilogía de Jesús de Nazaret, no abonan esa hipótesis.

Resulta esclarecedor todo lo relacionado con la renuncia. Descarta con firmeza que cualquier cuervo hubiese podido empujar al Papa a semejante decisión. Benedicto XVI era consciente de la disminución progresiva de sus fuerzas para su gravosísimo oficio; había reflexionado a fondo, desde el punto de vista teológico, sobre la posibilidad de la figura de un Papa emérito. Y llevó a cabo su decisión con plena y serena conciencia. Gänswein se detiene sobre el alcance teológico de la renuncia, y aclara que afecta a la potestad de gobernar la Iglesia, pero no fue una revocación del vínculo con el ministerio de Pedro. A su juicio fue un acto de extraordinaria audacia que ha renovado y potenciado el oficio petrino. Termina recordando la despedida en la plaza de San Pedro: «Siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda». Palabras que hoy repetiría sin duda el Papa Francisco.