Cardenal Sebastián: «Ocultar la verdad no ayuda; sí, descubrirla con paciencia» - Alfa y Omega

Cardenal Sebastián: «Ocultar la verdad no ayuda; sí, descubrirla con paciencia»

El cardenal Fernando Sebastián participó en el Sínodo de los Obispos invitado por el Papa Francisco. Recién regresado de Roma, compartió con Alfa y Omega sus impresiones:

Ricardo Benjumea
El cardenal Fernando Sebastián, durante su intervención en el Sínodo de la Familia, el pasado 7 de octubre

¿Cuáles son las grandes líneas o mensajes que lanza este Sínodo?
Este Sínodo ha sido, en el campo de la familia, el cumplimiento de la consigna del Santo Padre para ser Iglesia en salida, una Iglesia que sale de sus rutinas para ir en busca de los que se fueron o de los nunca han venido. Y esto comenzando por el campo de la familia, una realidad que afecta profundamente a la vida y a los sentimientos de las personas, de todas las personas, niños, adultos y ancianos. Los grandes mensajes de este Sínodo vienen a ser algo así:

• La familia cristiana es un gran bien para las personas, para la sociedad y para la Iglesia;

• se equivocan los que pretenden destruirla a favor de unas libertades quiméricas, o de un felicidad soñada;

• la Iglesia quiere ayudar a todos a conocerla y a vivirla mejor, a los cristianos y a los no cristianos, a los que ya la viven y a los están en otros proyectos o en otras situaciones;

• para poder ayudar tenemos que comenzar por conocerla mejor nosotros y por vivirla con mayor coherencia y mayor generosidad;

• el comportamiento actual de los cristianos es bastante deficiente.

Junto a algunos que viven muy bien su vida matrimonial y familiar, hay otros muchos que la desconocen, la menosprecian y la desprestigian con su manera de proceder. Tenemos que provocar dentro de la Iglesia un movimiento de mayor estima por el matrimonio cristiano, por la familia, por la fidelidad y la natalidad. Tenemos que ayudar para que los matrimonios que se celebran sacramentalmente estén mejor preparados y sean más religiosos, más auténticos, más consistentes y fecundos.

En la estela de esa salida misionera que pide el Papa, este Sínodo demanda un nuevo tipo de presencia o de lenguaje ante las situaciones más alejadas de la doctrina de la Iglesia. ¿Cómo deben interpretarse estas orientaciones?
El Sínodo nos invita a aplicar la ley de la gradualidad, o mejor, la ley de la convergencia. Consiste en acostumbrarnos a ver en las formas deficientes de familia, no sólo ni principalmente, las sombras, lo que les falta, sino lo poco o mucho de bueno que pueden tener. Si un hombre y una mujer se aman de verdad y se juntan para convivir, y son fieles el uno al otro y se quieren de verdad, y cuidan de sus hijos, aunque no estén casados sacramentalmente, en ellos hay cosas buenas, en las cuales esté sin duda presente la gracia de Dios. El Sínodo nos pide que, en vez de reprocharles lo que no tienen, comencemos reconociendo lo que tienen y ayudándolos a crecer, con paciencia y comprensión, hasta que podamos hablarles de Jesucristo y de cómo Él perfeccionó y enriqueció el amor humano y de cómo está presente en el amor y en la vida de quienes se casan en su nombre y cuentan con Él en su vida. Es un método de convergencia, fundado en la doctrina del Vaticano II y de la buena teología tradicional de que Dios quiere la salvación de todos los hombres, y ayuda con su gracia a todos los hombres y los conduce misteriosamente hacia el encuentro con Jesucristo, que es el Consumador y Salvador de toda realidad humana. Lo mismo se puede decir de los matrimonios civiles y de cualquier otra realidad humana vivida con buena fe y con voluntad de ser fiel a la verdad y a las luces y mociones que todos recibimos del amor de Dios. Éste es el cambio que el Concilio Vaticano II nos pedía a los católicos en nuestras relaciones con las instituciones humanas. Dialogar, ofrecer, ayudar, en vez de condenar. Y esto se puede hacer, se debe hacer, sin ocultar ni recortar la doctrina de Jesús ni de su Iglesia. Ocultar la verdad nunca es ayudar. Irla descubriendo poco a poco, con paciencia y amor, sí puede serlo.

¿Cómo describiría el ambiente que se ha vivido en Roma?
El ambiente del Sínodo lo creó el Santo Padre cuando nos dijo en el discurso inaugural: «Hablad con libertad; escuchad con humildad». Eso es lo que hemos vivido. Cada uno ha dicho lo que le parecía que tenía que decir, con honestidad y con respeto. Y todos nos hemos escuchado y nos hemos tenido en cuenta con humildad y serenidad. En el Sínodo no ha habido polémicas, ni graves tensiones. Ha habido diferencias, contrastes, pero todo ha sido acogido con tranquilidad, y en todo momento hemos buscado el acercamiento, tratando de ser fieles a las enseñanzas y al ejemplo del Señor Jesucristo, centro y verdadero Moderador de nuestra Asamblea.

Hemos visto un debate franco entre los Padres sinodales ante algunas cuestiones. Ese debate, en un clima fraterno y cordial, ¿corre el peligro de enturbiarse una vez que ese debate llegue a la calle? En otras palabras: ¿hay riesgo de contraponer el cuidado de las ovejas que siempre han estado en el redil, con la búsqueda de las ovejas perdidas?
Sí, en todo lo que se hace siempre hay riesgos. Pero los riesgos, cuando hay buena voluntad, se pueden reconocer y se pueden superar. El riesgo viene de las exageraciones, de los comentarios interesados, de las posturas un poco desmesuradas. En las posturas y recomendaciones no existe objetivamente ese riesgo. Se trata de ayudar a la gente a descubrir la belleza y el valor del matrimonio católico y de la familia cristiana. Si esta presentación se calla o se deforma ya estamos en otra cosa. Si nos acercamos en una barca a salvar a unos náufragos que se están ahogando, tendremos que acercarnos a ellos para ayudarlos a subir a la barca; pero si, por ayudarlos más deprisa, nos echamos nosotros también al agua, nos ahogaremos con ellos. La comparación es bien clara, a los que están fuera de la plena comunión con la Iglesia hay que ayudarlos a llegar a ella, a entrar y vivir en la Iglesia, en la comunión y la gracia de Dios. Engañarlos con algunas frases agradables, pero no verdaderas, es dejarlos en su naufragio.

¿Cómo ve el proceso que se abre en las Iglesias locales hasta el Sínodo ordinario de octubre de 2015?
El plan de conjunto propuesto por el Papa Francisco me parece de una gran importancia. Es un reto muy grande para la Iglesia. Ha quedado claro ante el mundo que la Iglesia católica quiere ayudar y servir a la familia humana y cristiana, fundada en la alianza de amor, perpetuo y fecundo, entre un varón y una mujer, según los designios de Dios.

Pero somos conscientes del deterioro que esta familia está sufriendo en nuestro mundo, del descuido de muchos cristianos, de las potentes fuerzas que actúan sobre ella buscando otros intereses difíciles de identificar. Es igual. Este servicio es una obligación de amor y de misión que los cristianos tenemos. Contamos con la ayuda de Dios y con la predisposición de los hombres y mujeres de buena voluntad hechos por Dios para el amor. El Evangelio es la fuerza de Dios. Lo débil de Dios es más fuerte que lo fuerte de los hombres. Este plan tiene que ser una fuerte llamada al fervor y a la confianza misionera de los cristianos. Nosotros ¡sí que podemos!