Una fe sin grietas - Alfa y Omega

Una fe sin grietas

Mayo es el mes de la Virgen, y junio está tradicionalmente dedicado al Corazón de Cristo. A ello se refirió Benedicto XVI en la noche del pasado sábado, al rezar el Rosario en una vigilia de oración, en la Plaza de San Pedro, de Roma

Papa Benedicto XVI
Procesion con la Virgen el 31 de Mayo de 2008 en la plaza de San Pedro del Vaticano. Acto mariano convocado por el Papa Benedicto XVI con motivo del final del mes de Mayo. Foto: AFP PHOTO/Tiziana Fabi

Hoy celebramos la fiesta de la Visitación de la Virgen María y la memoria del Corazón Inmaculado de María. Antes de preocuparse por sí misma, María piensa en la anciana Isabel, al saber que su embarazo está en un estado avanzado y, movida por el misterio de amor que acaba de acoger en su interior, se pone en camino rápidamente para ir a ofrecerle ayuda. ¡Ésta es la grandeza sencilla y sublime de María! Cuando llega a la casa de Isabel, ocurre algo que ningún pintor podrá plasmar nunca en toda su belleza y profundidad. La luz interior del Espíritu Santo envuelve sus personas. E Isabel, iluminada desde lo Alto, exclama: «Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!» Estas palabras podrían parecer desproporcionadas respecto al contexto real. Isabel es una de las muchas ancianas de Israel y María una muchacha desconocida de una aldea perdida de Galilea. ¿Qué pueden ser y qué pueden hacer en un mundo en el que cuentan otras personas y otros poderes? Sin embargo, María nos sorprende una vez más; su corazón es limpio, totalmente abierto a la luz de Dios; su alma no tiene pecado, no carga con el peso del orgullo o el egoísmo. Las palabras de Isabel encienden en su espíritu un cántico de alabanza que es una auténtica y profunda interpretación teológica de su historia: una lectura que tenemos que seguir aprendiendo de quien tiene una fe sin sombras ni grietas. María reconoce la grandeza de Dios. Éste es el primer e indispensable sentimiento de la fe: el sentimiento que da seguridad a la criatura humana y que libera del miedo, a pesar de las tempestades de la Historia.

Benedicto XVI, ante una imagen de la Virgen María, en un momento de la celebración del pasado sábado

Más allá de la superficie, María ve con los ojos de la fe la obra de Dios en la Historia. Por este motivo es bienaventurada, pues ha creído. Su fe le ha hecho ver que los tronos de los poderosos de este mundo son provisionales, mientras que el trono de Dios es la única roca que no cambia, que no se derrumba. Su Magníficat, con el pasar de los siglos y milenios, sigue siendo la interpretación más verdadera y profunda de la Historia, mientras las interpretaciones de muchos de los sabios de este mundo han sido desmentidas por los hechos en el transcurso de los siglos.

El Corazón de Cristo

El Corazón de Cristo, símbolo de la fe cristiana, particularmente amado tanto por el pueblo como por los místicos y los teólogos, pues expresa de una manera sencilla y auténtica la buena noticia del amor, resume en sí el misterio de la Encarnación y de la Redención. Y el viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, tercera y última de las fiestas que han seguido al Tiempo Pascual, tras la Santísima Trinidad y el Corpus Christi. Esta sucesión hace pensar en un movimiento hacia el centro: un movimiento del espíritu guiado por el mismo Dios. Desde el horizonte infinito de su amor, de hecho, Dios ha querido entrar en los límites de la Historia y de la condición humana, ha tomado un cuerpo y un corazón, para que podamos contemplar y encontrar el infinito en el finito, el misterio invisible e inefable en el Corazón humano de Jesús, el Nazareno.

Cada uno de nosotros, cuando se detiene en silencio, necesita sentir no sólo el palpitar de su corazón, sino, de manera más profunda, el palpitar de una presencia confiable, que se puede percibir con los sentidos de la fe y que, sin embargo, es mucho más real: la presencia de Cristo, corazón del mundo.