Cardenal Scola: el no a los divorciados «no es un castigo, es invitación a un camino»
Durante el Sínodo de la familia, el cardenal Angelo Scola, arzobispo de Milán, cuenta sus impresiones sobre la vida de la Iglesia un año y medio después de la elección del Papa Bergoglio. Entrevista publicada en Páginas digital
Eminencia, a veces parece que a la Iglesia europea le cuesta comprender la novedad de Francisco. También en el Sínodo hay posiciones heterogéneas, ¿se podrán llegar a consensuar algunas conclusiones?
Estoy convencido de que sí. Antes del cónclave, los europeos expresamos un juicio claro sobre la vida de la Iglesia, hablando explícitamente de las escasas probabilidades de que fuera elegido un Papa europeo. Hoy tenemos un Papa cuya experiencia pastoral ha pasado por la dolorosa y profunda convivencia con la marginación, la pobreza, llegando a formular una teología y una cultura significativas para todos. Para nosotros europeos eso constituye una provocación que al principio puede ser incluso desestabilizadora, pero que si la hacemos nuestra, como nos pide la naturaleza comunional de la Iglesia, resulta absolutamente valiosa. Estamos avanzando en esta dirección y por ello el futuro está cargado de esperanza. Entre otras cosas, si bien es cierto que Europa está cansada, también es verdad que lo está porque desde hace siglos lleva sobre sus espaldas problemas muy complejos. La mens europea seguirá teniendo un fuerte peso en la construcción de una nueva civilización y un nuevo orden mundial.
Francisco quiere que el Sínodo sea ante todo una ocasión de confrontación, ¿qué le parece?
En la asamblea sinodal se está dando en acto una extraordinaria escucha recíproca. No existe ningún lugar en el mundo donde 250 personas procedentes de todos los países trabajen juntas así. La catolicidad de la Iglesia es palpable y es un espectáculo. Además, la praxis introducida en 2005 por Benedicto XVI de dejar al final de la jornada una hora de libre confrontación ha ido madurando. Todos tienen posibilidad de retomar la intervención de otro y decir «no he entendido esto, yo lo diría así, etc». Verdaderamente es un crecimiento del ejercicio de la colegialidad.
El debate mediático pre-sínodo se ha focalizado en el tema de la comunión a los divorciados vueltos a casar.
Pero el tema del acceso a la comunión sacramental de los divorciados vueltos a casar se inserta en la necesidad, sentida por todos, de referirse a la realidad completa de la familia, que tiene un valor inmenso para la Iglesia y para la sociedad. Tratamos de encontrar el camino adecuado y los lenguajes más comprensibles para comunicar la belleza de la propuesta cristiana ofrecida a todos. Además, en el debate han surgido otras situaciones complejas y difíciles. Por ejemplo, el tema de la poligamia ha tenido un gran peso tanto en las intervenciones de los padres africanos como asiáticos. De todos modos, ningún tema delicado, ni siquiera el de la homosexualidad, se ha acallado.
¿Qué piensa de la posibilidad de dar la comunión a los divorciados vueltos a casar?
He sido sucesor de Roncalli en Venecia y he podido ver algunos de sus apuntes que hablan de pastoral. Roncalli pone la pastoral en referencia directa a la historia y a la salvación. Es pastoral proponer a Jesús como cumplimiento y salvación de la persona concreta. Él es camino, verdad y vida para cada uno, sea cual sea la situación en que se encuentre. Personalmente, percibo la necesidad de que la idea de Roncalli se asuma más plenamente, reconociendo el nexo inseparable entre doctrina, pastoral y disciplina. Solo desde esta perspectiva unitaria podrá emerger una acción eclesial adecuada para los divorciados vueltos a casar. Es verdad que la eucaristía, en ciertas condiciones, tiene un componente de perdón de los pecados, pero también es cierto que no es un «sacramento de curación» en sentido propio. Además, la relación entre Cristo esposo y la Iglesia esposa no es para los esposos sólo un modelo. Es mucho más: es el fundamento de su matrimonio. Pienso que el nexo entre eucaristía y matrimonio sigue siendo sustancial. Por tanto, aquellos que han contraído un nuevo matrimonio se encuentran en una condición que objetivamente no permite el acceso a la comunión sacramental. Lejos de ser un castigo, es la invitación a un camino. Estas personas están dentro de la Iglesia, participan activamente en la vida de la comunidad. Se podrán revisar algunas exclusiones: por ejemplo, su participación en el consejo pastoral o la posibilidad de enseñar en una escuela católica. Pero personalmente, desde el punto de vista sustancial, aún no he encontrado una respuesta a la posibilidad de que accedan a la comunión sacramental sin chocar de hecho con la indisolubilidad del matrimonio. En resumen, la indisolubilidad, o entra en lo concreto de la vida, o es una idea platónica. Debo añadir que muchos padres han pedido que se revise la modalidad de verificación de la nulidad del matrimonio, dando más peso al obispo. Yo mismo he hecho una propuesta en ese sentido.
En el Sínodo también se ha hablado del sufrimiento de las parejas homosexuales. ¿Cómo mira la Iglesia hoy a estas personas?
Está fuera de toda duda que somos lentos a la hora de asumir una mirada plenamente respetuosa con la dignidad y la igualdad de las personas homosexuales. Por lo que respecta a sus uniones, las palabras indican las cosas. No es justo suscitar, directa o indirectamente, confusión sobre algo tan decisivo como la familia. Considero que la palabra familia, junto a la palabra matrimonio, debe reservarse para una unión estable, abierta a la vida y entre hombre y mujer. Para la pareja homosexual habrá que encontrar otro término. También la cuestión de la filiación, sobre todo con la subrogación de la maternidad, abre un problema muy grave. Se corre el riesgo de dar al mundo hijos huérfanos con padres vivos.
¿Existe una nueva frescura en la Iglesia?
El Papa, con su particular estilo, que se une a nosotros llegando incluso media hora antes, que va a buscar a las personas al lugar en el que están, que viene a tomar café con nosotros, que saluda a los camareros, genera un clima nuevo. Ciertamente, la Iglesia se enfrenta a una gran prueba: la confrontación con la revolución sexual es un desafío quizás no menor que la revolución marxista. Partiendo de la autoevidencia del eros —el hombre entiende quién es en referencia a su ser situado en la diferencia sexual— debemos parangonarnos con visiones del hombre muy distintas. No basta una respuesta intelectual. Hay que regenerar desde abajo el pueblo de Dios, con una nueva educación en el amor, empezando desde la adolescencia, y con la conciencia de que la familia es el sujeto de la pastoral, y no el objeto. Nuestras parroquias, asociaciones y movimientos deben ser sobre todo moradas que muestran la belleza y la bondad del Evangelio, que entran en el necesario debate de una sociedad plural, con franqueza, apuntando al máximo reconocimiento posible.
Paolo Rodari / Páginas digital