El Corpus, una fiesta arraigada en Madrid - Alfa y Omega

El Corpus, una fiesta arraigada en Madrid

Cristina Tarrero

La fiesta del Corpus podemos considerarla como una festividad moderna en la liturgia cristiana. Su origen data del siglo XIII y, aunque se señala como fecha clave para la celebración el año 1240, fue realmente Urbano IV quien lo refrendó en 1264 PT y Clemente V lo confirmó en 1311. Sabemos que en Toledo el castellano monarca Alfonso X el Sabio participó en la celebración del Corpus en el año de 1280.

En el siglo XV ya está establecida de forma definitiva la fiesta, en Madrid se conserva un documento de 1481 que confirma la importancia de la celebración: «Que todas las fiestas del Cuerpo de Nuestro Señor que de aquí en adelante se hiciesen, que todos los oficios de la Villa saquen cada oficio sus juegos con representación honrosa lo más honradamente que ellos pudieren».

El Corpus Christi era una festividad religiosa organizada por las autoridades locales, pero, al tomar parte en ella la Monarquía, pasaba a convertirse en una fiesta cortesana, por tanto mezclaba lo cortesano y lo popular

Recorridos

Al incorporar aspectos cortesanos y populares, la procesión convertía la ciudad en un espacio sacralizado Existían diferentes itinerarios procesionales, pero el trayecto que más gustó fue el realizado en 1647 y que se utilizó ininterrumpidamente hasta el año 1662, en que se trastocó por la salud del rey. Felipe IV al trono decidió cambiar el paso por el Alcázar, debido a que «las tapicerías se malograban» y a la solicitud del Ayuntamiento, que exigía un paso por el Ayuntamiento, la Cárcel de Corte y la Sala de Alcaldes.

Felipe IV consideró el nuevo recorrido instado no solo por el Ayuntamiento, sino por que observó que colgar al exterior los tapices no haría más que dañarlos. Sin embargo, existen referencias que indican que en ocasiones se reemplazó el nuevo trayecto por el antiguo. En el año 1657, estando la reina embarazada, fue necesario que la procesión pasase por Palacio para que la soberana no tuviera que moverse y en los años en que el rey estaba enfermo y postrado volvió a pedir que la procesión pasase frente a Palacio (años 1664 y 1665). Más tarde, con la llegada al poder de Carlos II se volvió a repetir este itinerario, puesto que el nuevo monarca estaba siempre enfermo y su salud no le permitía participar en la fiesta.

La reina y los infantes no solían participar en la procesión; si esta pasaba por Palacio, la veían desde el balcón, y si no llegaba hasta el Alcázar, gustaban de verla desde la casa de los marqueses de Cañete Más tarde, con el fallecimiento de estos, se decidieron por hacerlo desde la Casa de la Villa. Con la llegada de los Borbones, tampoco es posible generalizar en este punto. Felipe V, durante los años veinte, cuando abdicó en Luis I y no se encontraba en buen estado de salud, pidió que la procesión volviese a pasar por el Alcázar; pero, tras el incendio de 1734, se vio obligado a cambiar el trayecto. El rey, entonces, saldría del Buen Retiro y en este caso los infantes y la reina verían la procesión desde las Casas del Ayuntamiento.

Desde el comienzo de la celebración esta salía y volvía a Santa María de la Almudena, aunque como hemos visto había varios recorridos podemos generalizar diciendo que partía de Santa María, San Salvador, Ayuntamiento, calle Mayor, plaza Mayor, Santa Cruz, San Felipe y vuelta a calle Mayor.

En 1778 la Iglesia de Santa María estaba cerrada por una restauración ya que amenazaba ruina y la procesión partió del convento del Santísimo Sacramento donde se trasladó la imagen de la Almudena.

El Ayuntamiento se encargaba de la cera, la música y los toldos. En principio, estableció para ello una asignación fija, que, con el tiempo fue cambiando, elevando el gasto tanto en los cirios como en las hachas que precedían al Santísimo en la procesión. Asimismo, daba una vela al que iba en la procesión. Todo el trayecto se entoldaba, para aliviar a los espectadores del calor del sol. Además del acompañamiento musical que tenían las danzas y los autos, la procesión se acompañaba con los ministriles de la Villa.

Elementos en una procesión

Las calles, casas e iglesias se revestían con tapices, brocados y pinturas. Los tapices de las colecciones reales decoraban la fachada del Alcázar y las iglesias. Las calles tenían distribuidos altares. Los toldos cubrían enteramente las calles protegiendo al cortejo y a los espectadores.

Los hombres vestían con traje de verano, las mujeres estrenan vestidos tocadas con matillas. Llevaban cestos con flores para arrojar al Santísimo Sacramento. El rey salía de Palacio acompañado por el caballerizo mayor, el mayordomo mayor, el capitán de guardia y el gentil hombre de la cámara. Acudía a Santa María de la Almudena. Frente a la Iglesia de San Salvador (hoy día desaparecida, situada frente al Ayuntamiento) se instalaba un tablado.

En la Iglesia de Santa María de la Almudena era recibido el rey. La iglesia había sido decorada interior y exteriormente. La escalinata de la Iglesia estaba cubierta con un palio. El interior del templo, decorado con colgaduras del duque de Pastrana, patrón de la Congregación de la Real Esclavitud de Santa María de la Almudena. Terminada la misa que habitualmente comenzaba a las ocho y media, la procesión salía de Santa María.

Orden de la procesión

  • Tarasca
  • Gigantones
  • Danzas
  • Niños de la Doctrina
  • El pueblo de Madrid. Cofradías
  • Comunidades religiosas los primeros los frailes del hospital de San Antón
  • Clérigos de la Villa
  • Caballeros de órdenes
  • Consejos
  • Capilla real
  • Predicadores del rey
  • La Custodia Procesional bajo palio llevada por turnos. El palio sostenido por los regidores y corregidores de la Villa
  • Detrás los embajadores
  • Los grandes de España
  • Nobles del entorno del Rey
  • El rey y el nuncio escoltados por una compañía de guardias

Durante el siglo XVI se definieron los elementos de la procesión, actuando los gigantones e incluyendo la tarasca y las danzas. Los autos sacramentales se realizaban sobre plataformas con ruedas, aderezados con bailes.

En el siglo XVII, todas estas celebraciones impregnaban la Villa de un espíritu cortesano y se identificaba a Madrid con la Corte. Algunas de las conmemoraciones eran propias de la Corte y otras lo eran de las autoridades cívicas, aunque el dicho popular no las diferenciaba claramente y se decía «Solo Madrid es Corte». Los monarcas españoles participaron de forma activa en la procesión, que marcaba grandes diferencias teológicas entre el catolicismo y el protestantismo. Fue el Concilio de Trento el que insistió en la magnificencia de la procesión, que debía celebrarse con danzas y representaciones sacramentales.

Durante el reinado de Felipe IV, la procesión del Corpus adquirió su mayor esplendor, quedando plasmado en 1623 con la procesión más solemne y suntuosa del siglo XVII. Ese año se encontraba en España el príncipe de Gales, que había acudido con la intención de casarse con la infanta María, hermana de Felipe IV.

En 1640 se compusieron cuatro carros para los autos sacramentales, dos de ellos realizados por Calderón de la Barca, donde se representaban los misterios de la Misa y el Juicio Final; y otros dos compuestos por Francisco de Rojas, donde figuraban, entre otros aspectos, las ferias de Madrid. La procesión no solo era de carácter religioso, sino que implícitamente tenía carácter político.

La preferencia en el orden de la procesión y la distribución en el interior de la iglesia eran algo sumamente complicado, que exigía control absoluto sobre todos los detalles, pues había que evitar cualquier gesto que pudiese herir sensibilidades y que supusiese futuros problemas. En diferentes ocasiones, el Consejo de Castilla recurrió a un alcalde de Corte para revisar la disposición en el interior de la iglesia y en la procesión. Durante el siglo XVII, el Consejo de Indias se sintió en algunas ocasiones desplazado al igual que el Consejo de Castilla, quien presentó protestas ante el Rey. La celebración del Corpus madrileño mostraba la primacía de los distintos concejos en el gobierno del Reino y, pese a los recelos del Consejo de Castilla, nunca se discutió su primacía en la festividad, aunque no estuviese de acuerdo en la distribución La presencia del Rey en los actos públicos era necesaria y positiva, regulándose el tipo de séquito que le acompañaba en cada ocasión

El siglo XVIII marca el comienzo de la decadencia de la fiesta. Los Borbones no tienen ningún interés en participar de la celebración y el pensamiento ilustrado intenta reducir las prácticas religiosas. Pese a todo, sigue celebrándose la procesión con grandes elementos, pero Carlos III, en 1780, prohíbe las danzas y representaciones a través de una real cédula que, por otra parte, habían perdido su primitiva esencia. Poco a poco, la fiesta se convierte en una celebración más religiosa y menos popular. Se separa la religiosidad cortesana de la popular.

Durante el siglo XIX la procesión se mantuvo, aunque el rey no asistía siempre. Así por ejemplo, en 1814, cuando se restauró el absolutismo el Fernando VII, acudió a la procesión; e Isabel II mantuvo la tradición asistiendo en ocasiones a la procesión que se podía trasladar a la tarde.

El Corpus hoy

Aunque a lo largo del siglo XX, la procesión fue perdiendo fuerza y se ha acabado con gran parte de su escenografía, se mantiene lo esencial: los fieles siguen acompañando al Santísimo por las calles.