¿Diaconisas? - Alfa y Omega

Los medios de comunicación hacen que lleguen a nosotros rápidamente las noticias de lo que sucede en nuestro mundo. Así es como ayer noche me llegó en copia y pega, por Whatsapp, la noticia sobre el debate respecto a la admisión de las mujeres al diaconado. Y con la noticia, la pregunta: «Y tú, ¿qué piensas?».

Ante todo, me parece importante centrar el objetivo, como cuando una quiere hacer una buena foto. Y, por eso, me gustaría hablar más de una mayor «presencia» de la mujer en la Iglesia que de «protagonismo». Porque, en mi opinión, el diaconado, como cualquier otra misión en la Iglesia es un servicio, no un derecho. Nuestra llamada, la que hemos recibido por la consagración bautismal, común a todos los fieles, es servir a los pies de Cristo, y buscar el último lugar. Eso está en el corazón del Evangelio.

Por otra parte, para «centrar» bien el tema, me parece importante no verlo sólo como una solución al problema de la falta de sacerdotes y para paliar necesidades. A este propósito, el padre Spadaro lanzaba ayer en Twitter un fragmento publicado en Civiltà Cattolica en 1972, escrito por el padre Lombardi sobre el Sínodo de la Iglesia en Alemania Federal. En dicho escrito, se hace alusión a la petición del Sínodo al Papa para que todas las normas del Derecho Canónico estén de acuerdo con la dignidad y la igualdad de la mujer. Por lo tanto, no se trata sólo de admitir a las mujeres al diaconado porque faltan sacerdotes. Es algo más profundo.

En tercer lugar, es un tema que realmente necesita ser profundizado. A mí me llamó mucho la atención en mis años de estudio de Filosofía y Teología en la Universidad Gregoriana de Roma, y concretamente de Historia de la Iglesia.

Respecto a los sacramentos del Bautismo y del Matrimonio, me parece importante recordar el papel de los ministros de dichos sacramentos. En el Bautismo, aunque de ordinario son el obispo y el sacerdote (y en la Iglesia latina también el diácono), cualquier persona, incluso no bautizada, en un peligro grave, puede administrar el sacramento siempre que sea su intención el hacerlo respetando la intención de lo que la Iglesia hace al bautizar. Y respecto al Matrimonio, en la Iglesia latina los ministros del Sacramento son los esposos, no el sacerdote, que actúa como testigo (en las liturgias orientales el ministro es el sacerdote o el obispo). Vemos que no hay una rigidez en la Iglesia y que, además, a veces debatimos sobre lo que no conocemos, diciendo que «sólo los curas pueden bautizar y casar». Más allá, lo más bello de estos sacramentos, como de todos los demás, es la Vida de Jesús que nos llega por ellos. No nos quedemos mirando el dedo que apunta a la luna, miremos la luna… porque el verdadero protagonista en ellos es Dios, que hace historia y camino con nosotros.

En lo que se refiere al diaconado, la doctrina católica enseña que, de los tres grados del sacramento del Orden, sólo dos son participación ministerial en el sacerdocio de Cristo: el episcopado y el presbiterado. El diaconado está destinado a ayudarles y servirles, aunque los tres grados sean conferidos por el acto sacramental que llamamos «ordenación». El diaconado no se recibe, pues, en vistas al sacerdocio, sino al servicio. Con lo cual, deducir que de la admisión de las mujeres al diaconado se seguirá la ordenación de las mujeres como sacerdotes es, sencillamente, un error. Aunque eso haga el debate interesante y candente no es así.

Me parece bien que se estudie el tema, puede ser muy positivo. Como sucede en África cuando se reúnen las personas para tratar un problema o un asunto delicado y difícil, es bueno ver todos los aspectos, profundizar y escuchar a todos. Es algo que Nelson Mandela narra de forma bellísima en su autobiografía. Y es algo que está haciendo el Papa Francisco, es decir, que todo el mundo pueda decir lo que piensa, que nadie se quede con las cosas dentro, que se escuchen todas las voces… Y luego, una vez escuchado todo, podremos ponernos más y mejor a la escucha de Dios, del Espíritu, para ver qué nos dice a la luz de los estudiado, de la Sagrada Escritura, del Magisterio y de la Tradición. Aclarar y conocer nuestra historia, y sacar de ahí las consecuencias que se deriven, siempre es bueno. En este sentido, es muy bella la experiencia del cardenal Newman y del proceso de su conversión, que viene a decirnos que el conocimiento profundo de la Historia de la Iglesia y el amor a la verdad de Jesús nos conducirán a una verdad siempre más plena, si lo hacemos sin proyecciones ni ambiciones, sino buscando un lugar a los pies de Cristo, con el deseo de servir a los demás. Mujeres y hombres, laicos, consagrados, ordenados, han recibido y respondido a esta llamada a lo largo de la historia, como el mártir laico Bhatti, asesinado en 2011 en Pakistán por defender en su país a las minorías religiosas.

«Entonces, ¿tú estás a favor o en contra? ¿eres más conservadora o de cambio?». Yo creo que es positivo que se estudie el tema, con serenidad, con rigor intelectual, con honestidad y también, sin perder la paz, que es el signo y el sello de las cosas de Dios. La respuesta llegará. Me parece insensato por mi parte, sin tener todos los elementos, dar una respuesta definitiva. Y tampoco me corresponde. Cierto es que hay indicios en la Historia de la Iglesia como para ver que no habría grandes dificultades para admitir a las mujeres al diaconado. Pero yo no soy una experta, no conozco todo, ni muchísimo menos. Hay que esperar, en esa espera activa hecha de estudio, escucha y oración. El Espíritu de Dios, como decía recientemente el P. Diego Fares en su blog, es capaz de unificar las ideas conflictivas que se suscitan al pensar; nos permite ver la totalidad de la verdad y nos ayuda a poner cada verdad en su lugar, según su importancia para la salvación y el bien común. El Espíritu de Dios no es un espíritu de temor, sino de hijos; no nos obstina, sino que nos abre la mente y el corazón al Misterio de Dios.

Para concluir, quisiera añadir una reflexión desde esta «periferia» de la Tierra que es nuestro poblado de Kanzenze, al sur de la República Democrática del Congo. Porque el mundo, como decía el Papa, no se puede ver sólo desde el centro, hay que aprender a mirarlo también desde otros puntos de vista para tener una visión más completa. Yo comprendí eso por primera vez cuando vi un mapamundi que en lugar de tener en el centro Europa tenía como centro Nueva Zelanda y ¡qué distinto se veía el mundo simplemente ya a primera vista! Digo esto porque vivo en un lugar en el que 9 de cada 10 niñas no van a la escuela; en un país con un índice altísimo de violaciones; en una tierra en la que millones de seres humanos viven para sobrevivir y sobreviven para vivir, y eso se vuelve mucho peor si eres mujer… entonces, focalizar todo un debate y hacerlo una estrella mediática cuando los derechos de tantas niñas y mujeres no son respetados, son ninguneados, son pisoteados… eso ya no. Para esas niñas y esas mujeres también hay derechos. También ellas forman parte de la gran familia de Dios que es la Iglesia. También ellas necesitan más presencia en la Iglesia, en el mundo, en los medios de comunicación, en nuestras preocupaciones, en nuestras luchas, en nuestras decisiones, en nuestros corazones, en nuestras acciones. También ellas gritan que estudiemos mejor cómo llegar a ellas… están ahí, esperando…