Una respuesta a nuestras múltiples crisis - Alfa y Omega

Sostengo que el cambio revolucionario que se necesita para salir del callejón sin salida de las crisis que se acumulan y multiplican, surgiría del proyecto político que partiese de la teoría de la virtud y de la Nueva Economía Institucional (NEI). Debo advertir de que entre ambas concepciones no existe una relación bien establecida, y eso quiere decir que, al plantearla, cometo una osadía, para bien y para mal.

La NEI considera que el desarrollo económico de los países no depende solo de los factores clásicos, capital y trabajo, ni tan siquiera de los hoy decisivos capital humano y progreso técnico, sino también y de una manera muy principal del buen funcionamiento de las instituciones, especialmente las públicas (y también las sociales, entre ellas la familia). Ellas son las que surgen de los tres poderes, legislativo, ejecutivo y judicial, y de sus ramificaciones, además de los partidos, sindicatos, y las leyes, así como del conjunto de normas morales y éticas.

Si tengo que citar un solo nombre de referencia en este ámbito, no dudo en consignar el del Nobel de Economía Douglas C. North. Un diagnóstico de la eficiencia de nuestras instituciones públicas desde esta perspectiva aportaría unos resultados vergonzosamente malos.

Con la denominación de teoría de la virtud, o su plural, como se prefiera, me refiero al pensamiento aristotélico-tomista, que tiene en Alasdair MacIntyre a su mejor tratadista actual. Esta concepción podría explicar el funcionamiento de la sociedad en términos de las prácticas requeridas para alcanzar los bienes necesarios que constituyen los fines de las diversas instituciones. Su plasmación política consistiría en construir las condiciones objetivas que lo hacen posible. Las virtudes son como una máquina social que, a semejanza de un alternador en el mundo de la física, transforman determinados intangibles, los valores, en ventajas y ganancias materiales.

La articulación de estas dos concepciones sería completa introduciendo la doctrina social de la Iglesia como marco de referencia común, y prescriptor de fundamentos y fines.

También puedo expresar la idea en estos otros términos: la doctrina social de la Iglesia es una excelente respuesta a nuestras necesidades, pero adolece de un déficit de aplicaciones, que la NEI y la teoría de la virtud le permite superar.