Una rosa en Irak. ¿Los cristianos dejaremos de existir? - Alfa y Omega

Una rosa en Irak. ¿Los cristianos dejaremos de existir?

Cristina Sánchez Aguilar
Foto: Eduardo Manzana

Pascale Warda todavía era una niña. Le gustaba ir de excursión con su tía a la capital y recorrer una a una las tiendas de la calle de Al-Mutanabbi, conocida como el «corazón y alma de la alfabetización y de la comunidad intelectual en Bagdad». Allí buscaban, entre cientos de libros llenos de polvo, tesoros escondidos con poemas, historias de personajes rebeldes y manuales sobre la existencia de Dios. Un día se topó con la biografía de una santa francesa, Juana de Arco. Tardó un día en empaparse de su historia. «Papá, Juana era una mujer y consiguió con tan solo 17 años liderar el Ejército francés y otorgar la corona al rey Carlos VII. ¿Crees que algún día podrá alguna mujer hacer lo mismo en Irak?». Aquel libro fue más que una lectura infantil. Fue una inspiración –y casi una premonición– para la iraquí.

Años después, siendo aún una niña, la cristiana asiria tuvo su primer encontronazo con el régimen de Sadam Husein. Un día en clase los profesores le entregaron un manual –el oficial del partido Baaz, impuesto en todos los centros escolares– en el que leyó: «Cualquier árabe es musulmán, y cualquier musulmán es árabe». Indignada por sentirse rechazada en su propio país, la joven corrió a visitar al sacerdote Hanna Markho, hombre sabio para los vecinos de Doudia, la localidad donde Pascale vivía con su familia. «¡Mira lo que está escrito aquí! ¿Significa que tarde o temprano nos matarán? ¿Los cristianos dejaremos de existir?». Markho, quien años después se convertiría en obispo de Erbil, espetó a la niña: «No hables sobre esto, te arriesgas mucho». Pero ella ya tenía cristalino que quería trabajar para lograr la paz en Irak. Para que su pueblo fuera reconocido en su país. Para que sus vecinos no tuvieran que emigrar. Para que su padre no tuviera que reconstruir su casa por quinta vez.

Nombrada ministra de Inmigración y Refugiados en el Gobierno iraquí tras la guerra de 2003, Pascale Warda ha vivido cinco ataques directos, el exilio forzado a Francia, la muerte de sus compañeros de trabajo… pero también la acogida de miles de refugiados y el rescate de sus familiares en un campo de refugiados de Turquía gracias a la primera dama francesa Danielle Mitterrand. Su ONG Hammurabi recibió el premio a la Mejor Organización de 2012 por el Departamento de Estado de Estados Unidos. «Nuestra misión es estar presentes en Tierra Santa. Dar testimonio con nuestro modo de vida». Y todo ello lo consigue a golpe de fe, de rodillas, con un rosario en la mano. «Rezo, respiro, duermo, miro a mis hijas y vuelvo a empezar». Todo esto, y más, lo cuenta la periodista Ana Gil en el recién publicado Una rosa en Irak, de ediciones Teconté.