La hija mayor en la encrucijada - Alfa y Omega

El Papa Francisco se ha permitido dirigir «una modesta crítica» a la Francia cuya seña de identidad es la laicité, pero a la que no por ello Francisco deja de considerar como «la hija mayor de la Iglesia». Ha sido durante una entrevista concedida al diario La Croix, una cabecera histórica de la prensa católica europea. Tras reconocer los valores de la laicidad, el Papa ha señalado que Francia tiende todavía hoy a considerar a las religiones como sub-culturas, en lugar de reconocerlas como «culturas a título pleno, con todos sus derechos». Este enfoque es una herencia de la Ilustración, pero Francisco entiende, y ese ha sido su mensaje, que ha llegado la hora de que Francia dé un paso adelante y acepte «que la apertura a la trascendencia es un derecho para todos».

Antes de proponer su crítica en un tono más que cordial, Francisco había afirmado rotundamente que «los Estados deben ser seculares, los Estados confesionales acaban mal, van contra la historia». Su propuesta para avanzar sería un marco de laicidad acompañado por una sólida ley que garantice la libertad religiosa, de modo que las personas sean «libres de profesar su fe en el corazón de sus propias culturas, y no en sus márgenes». Esta reflexión, aunque dirigida a Francia con acentos bastante sabrosos, tiene una valencia europea y una aplicación directa a la situación cultural que despunta en España.

Los periodistas han planteado también al Papa la forma en que los católicos deben hacerse presentes en un contexto cultural crecientemente alejado de la tradición cristiana, y especialmente el modo de afrontar las legislaciones que consideran injustas y contrarias a valores y derechos fundamentales. Francisco ha señalado que el Parlamento es el ámbito propio para aprobar las leyes tras su debate y argumentación, y a continuación ha reivindicado la necesidad de que el Estado respete la conciencia de los ciudadanos. «El derecho a la objeción de conciencia debe ser reconocido dentro de la estructura jurídica, porque es un derecho humano, también para los funcionarios públicos». Además, indicó que el Estado debe tomar en consideración las críticas frente a las leyes aprobadas, también cuando provienen de los católicos, observando que «esa sería una verdadera forma de laicidad».

Francisco retomó implícitamente la cuestión de las religiones consideradas como subculturas al ironizar sobre la tendencia a despreciar los argumentos propuestos por los católicos en el debate público, porque supuestamente ellos hablan «como si fuesen curas». Con este argumento patético se descarta, de hecho, un sólido pensamiento que en Francia se ha desarrollado notablemente, y ha contribuido durante siglos a configurar la vida de la nación. Y de esta manera se empobrece notablemente la conversación nacional, que debe afrontar asuntos cruciales como la acogida e integración de los inmigrantes, la cohesión social, el empleo de los jóvenes y una educación capaz de transmitir una hipótesis de significado.

El Papa ha bromeado con los periodistas de La Croix al decir que Francia «es la hija mayor… pero no siempre la más fiel». De hecho su historia está cuajada de grandes santos y profundos pensadores, pero también es el país en que se acuñó el término «país de misión», hace ya más de cincuenta años. Con todos sus matices propios, Francia representa la trayectoria de la vieja Europa, con una fecunda tradición cristiana llena de creatividad, pero también con una insana tendencia actual a marginarla del tejido de la ciudad común. Por eso Europa es también, con toda propiedad, «una periferia que evangelizar». Quizás esta entrevista, mucho más amplia de lo reflejado en este artículo, sea el preámbulo de lo que Francisco pueda decir próximamente en París, ya que el presidente Hollande ha confirmado su invitación para una visita que por su trascendencia esperamos todos, no sólo los franceses.

José Luis Restán / Páginas Digital