Un hermano en Cristo y un modelo según Cristo - Alfa y Omega

Un hermano en Cristo y un modelo según Cristo

Enrique San Miguel Pérez

No fue un jueves más, porque el almuerzo en el cántabro Seminario Diocesano de Monte Corbán desembocó en un inesperado final. Como de costumbre, su Rector, Carlos Osoro, traía y llevaba los alimentos y nos servía a sus invitados, jóvenes profesores de la Universidad de Cantabria. Como siempre, la vocación sacerdotal en el centro de la conversación. Pero, a la altura del café, la Teología irrumpió, y le preguntamos a Carlos qué estaba leyendo. Por toda respuesta, nos pidió que le acompañáramos a su despacho. Es decir: a su biblioteca con mesa. Tan pronto entramos, Carlos comenzó a recorrer las estanterías y, con ellas, el pensamiento cristiano del siglo XX. Han transcurrido más de veinte años, pero nunca olvidaré el orden de una enumeración que comenzó en Hans Urs von Balthasar, y prosiguió por Karl Rahner, Joseph Ratzinger y Romano Guardini. Para empezar. Cada autor iba acompañado de una sencilla explicación, profunda y amena, en donde sobresalían la capacidad didáctica del pedagogo y la precisión del matemático. Por supuesto, podíamos tomar los libros que quisiéramos. En apenas dos horas, habíamos pasado de explorar la autenticidad de nuestras vocaciones a llevarnos tarea para casa. Con la misma naturalidad, y la misma humildad, Carlos Osoro había servido y recogido la comida, fomentado el sentido cristiano del compromiso de los jóvenes, y trazado un sencillo y sólido plan de formación en teología. Josep Pla decía que a un hombre importante se le reconoce porque «sabe hacer muchas cosas diferentes, y todas las hace bien». Y Carlos Osoro era, ya entonces, un hombre importante.

Cuando, en 1997, fue nombrado obispo de Ourense, eligió como lema Por Cristo, con Él y en Él. Jesucristo es la columna vertebral de su vida, y a Cristo lleva siempre consigo. Su Iglesia no es una ONG, sino la Iglesia de Jesucristo, viva y audaz. Una Iglesia con identidad, que sin vacilación afronta los problemas y defiende al hombre. Carlos Osoro nació el 16 de mayo de 1945, nueve días después del final de la Segunda Guerra Mundial en una Europa cuya reconstrucción democrática y fraterna habría de liderar el cristianismo. Apenas tres años más tarde, en 1948, los padres dominicos del convento de Latour-Maubourg le pidieron a Albert Camus que les explicara qué esperaban los no creyentes de los cristianos. Y el autor de El primer hombre les dijo, simplemente, que el mundo necesitaba que los cristianos siguiéramos siéndolo. Que nos mantuviéramos cristianos. Que fuéramos testigos. Porque el diálogo sólo es posible «entre personas que se mantienen en lo que son, y dicen la verdad».

Como Pablo VI, Carlos Osoro piensa que, «en este mundo, hay muchos maestros, pero faltan muchos testigos». Y él mismo se formó en esa autenticidad del testimonio. Pasó por los estudios civiles antes de afrontar los eclesiásticos. Se hizo cura en la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Torrelavega, en donde conoció, ya en los años 70′, desde su génesis, la crisis industrial, y los devastadores efectos del paro. Por eso, no vacila en manifestar su preocupación por las tres d que afectan al hombre contemporáneo: Desdibujamiento, desilusión y desorientación. Pero su fe en Cristo y en la condición humana es plena, y con ese optimismo acude al encuentro con cada persona concreta. Con los creyentes y con quienes «no creen ni en las aspirinas». Dialoga con todos. Sin distinciones. Frente al fanatismo, o la mera incomprensión, recuerda siempre el mensaje de san Pedro Poveda a los cristianos: «Sed crucifijos vivientes». Sin lamentaciones, ni expresiones grandilocuentes, ni complejos, ni miedos. Con realismo y lucidez. Con alegría y esperanza.

El Papa Francisco reclama a los jóvenes que hagan lío, y a todos los cristianos que salgan a la calle. Carlos Osoro recorrerá cada rincón de Madrid, como antes de Ourense, Oviedo y Valencia. Su presencia se nos hará muy pronto familiar. Y, con su presencia, su bondad. Salvador Espriu decía que la bondad era la cualidad suprema, porque encerraba todas las demás. En el caso de Carlos Osoro, muy especialmente, la inteligencia, la claridad de ideas, y la libertad.

Muchos libros, muy pocos euros, y la pertenencia a Jesucristo. Es mucho más fácil querer a Carlos Osoro que seguir su ritmo de trabajo. Pero así son los hombres que transforman los corazones. Cuando el 8 de enero de 1953 Robert Schuman abandonó para siempre el Ministerio de Asuntos Exteriores francés, su director de gabinete, Maurice Schumann, antiguo portavoz de la Francia Libre en Londres, también futuro responsable del Quai d’Orsay, le dirigió un breve telegrama de gratitud. Decía que había sido, para él, «un hermano en Cristo y un modelo según Cristo». Como será para todos nosotros, los católicos de Madrid, Carlos Osoro.