El clericalismo y los laicos - Alfa y Omega

El mensaje iba dirigido a los obispos de América Latina pero es de plena aplicación entre nosotros. El Papa se ha preguntado qué significa para los pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública, y ha respondido que significa buscar la manera de acompañar y alentar todo los intentos que se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo lleno de contradicciones.

Y en seguida Francisco ha advertido que son precisamente los laicos los que conocen la entraña de las circunstancias sociales, políticas o culturales en las que se mueven, y por eso no tiene sentido que los pastores pretendan decirles lo que tienen que hacer o decir en sus ambientes. Eso sería lo que el Papa ha calificado sin ambages como clericalismo.

Es muy aguda la observación de que, muchas veces, los obispos y sacerdotes han identificado la imagen del laico comprometido con aquel que trabaja en las cosas de la parroquia o de la diócesis, y sin embargo ha faltado una reflexión sobre lo que significa vivir la fe a la intemperie. Sobre todo, ha faltado un verdadero acompañamiento (a veces incluso una auténtica simpatía pastoral) hacia aquellos creyentes «que se debaten en la lucha cotidiana por vivir la fe en medio del mundo». Con no poca ironía, Francisco advierte que a veces creamos eslóganes que se quedan vacíos, como aquel de los años 80 sobre la hora de los laicos. A lo mejor, mientras lo repetíamos, el reloj se había quedado parado.

Lo que el Papa valora en la vocación del laico es que está inmersa en el corazón de la vida social, en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente. Es, ciertamente, una lucha cotidiana para hacer presente la novedad cristiana en medio de un mundo cambiante y a menudo hostil. También los propios laicos hemos de sacar las consecuencias de todo esto, porque a veces podemos ser más clericales que nadie, ya sea para evitar el riesgo de una fe vivida al aire libre, o porque estemos más preocupados de ganar influencia y poder dentro de la institución, que de jugárnosla en la misión.

Newman reclamaba un laicado que no fuese arrogante ni alborotador, sino arraigado en la Iglesia, consciente de su riqueza y de sus límites, capaz de dar cuenta de su fe en las circunstancias vertiginosas de la historia. No sería poca cosa, como pide el Papa, que pastores y laicos colaboraran en ello.