Francisco, la autoridad moral que busca Europa - Alfa y Omega

Francisco, la autoridad moral que busca Europa

Ricardo Benjumea
El Papa saluda a Martin Schulz, presidente del Parlamento Europeo, durante la entrega del premio. Foto: CNS

El Carlomagno de este año ha tenido características inéditas, y no solo porque, por primera vez desde 1950, se haya entregado fuera de Aquisgrán. Marcel Philipp, alcalde de esta ciudad, explicaba que, «en las décadas pasadas, este premio ha sido muchas veces una plataforma para promover la unificación de Europa». Hoy «la situación parece particularmente difícil y el término Europa se pronuncia casi exclusivamente en conexión con la palabra crisis».

Desde el estallido de la crisis financiera en 2007, la Unión ha venido sorteando una amenaza tras otra. En 2011, las apuestas en la casa británica William Hill llegaron a inclinarse por diez contra uno a favor de la inminente ruptura del euro. Pero los rescates de Grecia, Irlanda, Portugal y Chipre –con Italia y España instaladas al borde del precipicio– casi palidecen comparados con los desafíos actuales, con el referéndum británico de junio, el auge de los populismos nacionalistas y la incapacidad de los 28 de hacer frente juntos a la crisis de refugiados.

Con la construcción de vallas en Hungría, Austria o Eslovenia, y los cierres unilaterales de fronteras, ha quedado amenazado de muerte el principio de libre circulación de personas, consagrado en el Tratado de Schengen. Y si cae Schengen, peligra el euro y todo el edificio comunitario.

«Santo Padre, quiero decirlo claramente: Europa atraviesa una crisis de solidaridad y los valores comunes sobre los que se funda se están vaciando», reconocía ante Francisco el presidente del Parlamento Europeo, el socialdemócrata alemán Martin Schulz, quien advertía sin ambages de que Europa atraviesa «una prueba decisiva para su unidad».

Por eso la Unión mira expectante al Papa. Más allá de «las fronteras confesionales, muchos ven en él la autoridad moral que buscan en este tiempo», aseguraba el exeurodiputado alemán Armin Laschet, miembro del directorio del Premio Carlomagno, subrayando en particular las advertencias del Pontífice contra el nacionalismo y su gesto de llevarse a doce refugiados de Lesbos a Roma.

Resistencias, también en la Iglesia

Más allá de la popularidad de Francisco, la situación crítica de la Unión explicó la nutrida presencia de responsables comunitarios el viernes en el Vaticano. Asistieron los presidentes del Parlamento, de la Comisión Europea (Jean-Claude Juncker) y del Consejo Europeo (Donald Tusk), a quienes Francisco recibió en audiencia unas horas antes de la entrega del premio. También estuvieron Mario Draghi y Federica Mogherini, presidente del Banco Central Europeo y alta representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad respectivamente. Entre los jefes de Estado y de Gobierno, destacaban el rey de España, el primer ministro italiano, Matteo Renzi, y la canciller Angela Merkel. A esta última, el Papa tuvo la deferencia de recibirla en una audiencia –la tercera individual en lo que va de pontificado– que duró unos 25 minutos. La principal valedora de los refugiados entre los líderes europeos contó después a la prensa que el Papa le pidió que los dirigentes de la Unión mantengan Europa unida, salvaguardando la moneda única, manteniendo juntos las fronteras exteriores y honrando «la responsabilidad humanitaria» de este rico continente.

El Papa Francisco saluda a la canciller alemana Angela Merkel. Foto: AFP Photo/Osservatore Romano

Es posible que Francisco se quedara con ganas de decir alguna palabra sobre el reciente acuerdo por el que la UE, a cambio de dinero y concesiones políticas a Turquía, ha limitado drásticamente la entrada de refugiados. Va abriéndose paso el convencimiento, sin embargo, de que lo máximo a lo que puede aspirar hoy la Unión sin romperse es a una solidaridad de mínimos.

Las resistencias están incluso dentro de la propia Iglesia. El Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) fue incapaz la pasada semana de ponerse de acuerdo en un pronunciamiento común sobre la crisis de los refugiados. «El problema no puede ser explicado en un comunicado de tres líneas», argumentó el presidente del CCEE, el cardenal húngaro Peter Erdö. Preguntado por los muros construidos en varios países, incluido el suyo, el purpurado pidió que «no se hagan juicios rápidos sobre las decisiones de cada país», y justificó las vallas, porque permiten la entrada legal de personas «correctamente identificadas».

Unos días más tarde, el cardenal Duka, arzobispo de Praga, afirmó que «la sensibilidad del Papa Francisco en temas sociales es diferente de la nuestra en Europa», y criticó a la canciller Merkel y a las instituciones comunitarias por promover una «cultura de la bienvenida» que genera división en las sociedades europeas, al obligarlas a integrar a personas de «una cultura y una civilización completamente diferente».

Esas actitudes contrastan con la de la inmensa mayoría de las Iglesias europeas. En España, diversas instituciones católicas organizaron una recogida de firmas contra el acuerdo con Turquía. En Alemania, los obispos han establecido un cordón sanitario contra un partido, Alternativa por Alemania, que defiende concepciones sobre la familia o el aborto mucho más cercanas que las de otros partidos a la sensibilidad católica. Pero el nacionalismo y la xenofobia son temas que no pueden ser tomados a la ligera en el país que provocó las dos guerras mundiales, aunque buena parte de las generaciones más jóvenes vea ya aquellos sucesos solo como acontecimientos históricos muy lejanos.

«Sueño un nuevo humanismo europeo»

«¿Qué te ha sucedido Europa humanista, defensora de los derechos humanos, de la democracia y de la libertad?», inquirió el Papa tras recibir el Premio Carlomagno el 6 de mayo en la Sala Regia del Vaticano. Sus alusiones a los padres fundadores fueron continuas. «Europa no se hará de una vez, ni en una obra de conjunto: se hará gracias a realizaciones concretas que creen en primer lugar una solidaridad de hecho», dijo citando al ministro de Exteriores francés Robert Schuman, en proceso de canonización. «Precisamente ahora –añadió–, en este mundo atormentado y herido, es necesario volver a aquella solidaridad de hecho, a la misma generosidad concreta que siguió al segundo conflicto mundial».

Europa debe abrir sus puertas a quienes vienen de fuera, porque su identidad «es y siempre ha sido dinámica y multicultural», y a la vez tiene que ofrecer oportunidades a sus ciudadanos, hoy especialmente a los jóvenes. «Necesitamos crear puestos de trabajo digno y bien remunerado», añadió. «Eso requiere la búsqueda de nuevos modelos económicos más equitativos».

El Papa concluyó con un emotivo párrafo que recordó al célebre «Tengo un sueño» de Martin Luther King. «Sueño un nuevo humanismo europeo», dijo. «Sueño una Europa que se hace cargo del niño, que como un hermano socorre al pobre y a los que vienen en busca de acogida».