La formación en la vida consagrada hoy - Alfa y Omega

La formación en la vida consagrada hoy

Una vida centrada en Cristo, enamorada de Cristo, lleva a la persona consagrada a asumir la profecía como elemento distintivo de forma de vida. Se trata de una profecía que unifica la dimensión mística y profética, que hace a las personas consagradas hijos del cielo y de la tierra. Las comunidades se convierten entonces en la mejor escuela de formación

Fernando Prado Ayuso
Intervención de monseñor José Rodríguez Carballo. En el extremo derecho, Fernando Prado. Foto: Claretianos

Uno de los grandes frutos del Año de la Vida Consagrada ha sido la propia reflexión que se ha realizado sobre la vida consagrada. Así lo señalaba monseñor Rodríguez Carballo, arzobispo secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica (CIVCSVA), en el encuentro para personas consagradas de habla española, organizado por Publicaciones Claretianas, que se celebró en Roma el pasado viernes.

Dentro de esta reflexión, la formación de las personas consagradas aparece como una cuestión vital. La vida consagrada y la propia Iglesia se juegan mucho en ello. El Papa Francisco está poniendo el foco en la importancia de la formación de los candidatos al ministerio ordenado y a la vida consagrada.

Pero cuando hablamos de formación, no tenemos que pensar y profundizar únicamente en lo que llamamos formación inicial. Es importante, sin duda, pero podríamos decir, insistió Rodríguez Carballo, que «la formación permanente es, si cabe, aún más importante». Sin personas consagradas adultas que viven centradas en lo importante y que cultivan su propia vida humana, espiritual y apostólica, no podemos esperar que las jóvenes generaciones asimilen bien un carisma que, en definitiva, se transmite fundamentalmente con la propia vida. Monseñor Rodríguez Carballo insistió en que «la verdadera cátedra de la formación inicial es la formación permanente».

Toda congregación e instituto ha de pensar con profundidad sobre esta cuestión de cara a su propia revitalización, en un momento en que muchos están planteándose una reorganización. Los institutos han de cobrar nueva vida. No se trata de organizarse mejor u organizar solamente las estructuras. Se trata de un proceso más profundo y más vital, en el que una formación bien enfocada juega un papel determinante.

El desafío de la calidad evangélica

Profundizar en la formación, tanto inicial como permanente, es dar calidad evangélica a la vida consagrada. Esto es decisivo. Sin ella, no hay nada. La calidad evangélica es fruto de la pasión, del hecho de vivir con el corazón enamorado de Cristo y de la humanidad. El Evangelio es la regla fundamental de todo consagrado. Una vida centrada en Cristo, enamorada de Cristo, lleva a la persona consagrada a asumir también la profecía como elemento distintivo de esta forma de vida. Se trata de una profecía que unifica la dimensión mística y profética, que hace a las personas consagradas hijos del cielo y de la tierra. Cuando la persona consagrada vive con esta calidad evangélica, las comunidades religiosas se convierten en la mejor escuela de formación y en estímulo para los que las habitan y para las nuevas generaciones que se incorporan.

Es importante aclarar definitivamente el concepto mismo de formación, que es mucho más que información. No se trata de llenar la cabeza de conceptos, o las paredes de títulos. Lo importante es formar el corazón, que es el verdadero núcleo de la persona, donde se mueven sus intereses reales, sus sentimientos. Esto es lo importante, pues, en definitiva, la formación es un proceso o itinerario de progresiva asimilación de los sentimientos de Cristo hacia el Padre. La vida consagrada gana en calidad evangélica cuando se orienta a vivir centrada en Cristo. Así lo señala el magisterio de la Iglesia y, en definitiva, es lo que estamos llamados a vivir. «Si no comprendemos así la formación, no cambiará la vida», insistió Rodríguez Carballo, y «no ganaremos en calidad evangélica».

La perseverancia

La Iglesia en sus documentos nos invita a contemplar la formación de manera integral, en todas sus dimensiones. Sin embargo, recordó el secretario de la CIVCSVA, «no crecen las alas cortando los pies». Huyendo de un espiritualismo desencarnado y de un psicologismo que a veces raya en la negación de la actuación de la gracia en la persona, hoy se ve como algo importante insistir en la formación humana. Desde el privilegiado observatorio que es su dicasterio, monseñor Carballo afirma que el 99,9 % de los problemas en la vida consagrada son de índole humano. La formación humana es, por tanto, algo primario. Muchos de los abandonos en la vida consagrada (en total son casi 3.000 al año) tienen sus causas en cuestiones de este tipo.

La próxima plenaria de la CIVCSVA, adelantó, girará en torno a la cuestión de la perseverancia. Es un tema que «hemos de estudiar con más sosiego y más profundidad en la vida consagrada», pues, sin duda, la fragilidad de la fe es también una cuestión que afecta a esta dimensión y madurez humana de las personas que abandonan la vida consagrada. Lo humano y la dimensión espiritual se refieren mutuamente y colaboran de forma concomitante en el éxito y la perseverancia de las personas consagradas.