La fe dice del hombre que no existe en su vida nada fatal, irreparable, irremediable, porque Dios salva al hombre siempre. La fe cristiana nos dice que Dios ha roto el maleficio al poner su tienda en la tierra de nuestros imposibles y, desde entonces, el hombre y la historia han sido liberados del duro yugo de lo inexorable. De aquí se deduce que el hombre es un ser salvado, puede salvarse porque desde el inicio está llamado a la Vida, no pende de él ninguna condena.
Esto ha quedado de manifiesto esta semana en la persona de Marta, una joven que fue adoptada, despedida por sus padres adoptivos a causa de su mala conducta, abocada a la vida en la calle con todos sus peligros, recogida en un centro de menores, enamorada de un adolescente con el que tuvo un hijo… Las drogas, el robo, la violencia le han arrebatado al pequeño de sus manos y esto le ha hecho llamar a nuestra puerta. Las hermanas Begoña y Jenny han seguido a esta joven desde que tenía 17 años. Ahora tiene 22, y ellas la han traído a casa, han sido el hilo de oro para poder coser las piezas que no casaban de ninguna manera. ¡Tantas veces han pensado que no había ya nada que hacer! Sin embargo, Marta ha venido a nuestra comunidad a pedir ayuda, acepta ir al centro Basida para escapar de las adicciones, quiere recuperar a su niño y, con ello, su vida.
La sorpresa es que esta niña abandonada en una Eucaristía oyó al sacerdote hablar de Dios, Padre de la Misericordia, del entrañable amor que tiene por cada hombre, de que todos somos hijos… y pidió confesarse. «Es que he sentido como fuego dentro. Algo de mí ha cambiado para siempre». Claro, es que Marta está en manos de Dios y su vida, como la de todos, no está regida por una fuerza fatal y determinista, sino por la fuerza del amor de Dios que se cuela por donde puede, que no se puede controlar pero sí recibir. Y ella la ha recibido y ha quedado sellado en su corazón un cambio dichoso. Es posible cambiar… si dejamos a la Gracia que actúe por el camino del amor, humano y divino.