Una chica normal - Alfa y Omega

Una chica normal

Juan Luis Vázquez Díaz-Mayordomo
Foto: Opus Dei

Cantar, nadar, ir en bicicleta, jugar al tenis y al pimpón, actuar en obras de teatro, bailar, tocar el piano: la vida de Montserrat Grases (Barcelona, 1941) es como la de cualquier joven de su tiempo. Segunda en una familia de nueve hermanos, Montse vive una infancia completamente normal rodeada de su familia y de sus amigas. Decide realizar estudios de piano al mismo tiempo que cursa el Bachillerato, hasta que ingresa en la Escuela Profesional para la Mujer de la Diputación de Barcelona. Una de sus mejores amigas la recuerda «con una gran pasión por el deporte, y una gran pasión por la vida».

Esta pasión no se truncó ni siquiera cuando se desvela el origen de los dolores que empieza a padecer en junio de 1958. Poco más tarde, en solo diez días, del 10 de julio al 20 de julio de 1958, se anudan tres grandes acontecimientos: cumple 17 años, recibe la admisión en el Opus Dei –conoció la Obra en 1954 y había solicitado la admisión algunos meses antes– y sus padres le comunican la gravedad de los dolores que venía padeciendo: Montse tenía un cáncer (sarcoma de Ewing) en el fémur de la pierna izquierda.

Montserrat, durante sus últimos meses de vida

Ella recibió la noticia con serenidad. Se fue a su habitación, tomó el crucifijo, lo besó y dijo: «Te serviré, Señor, te seré fiel». Y ante la imagen de la Virgen de Montserrat de su casa, rezó: «Lo que Tú quieras».

Una nueva etapa

Así empezó una nueva etapa de su vida que duró apenas nueve meses pero que estuvo tan llena de vida como sus primeros 17 años. Quienes estuvieron cerca de ella manifestaron que se la notaba llena de Dios y que no se desanimó en ningún momento. Más aún, tuvo ocasión de acercar a algunas de sus amigas a Dios; decían de ella: «Lo extraordinario de Montse era precisamente su normalidad. Supo llevar su enfermedad sin buscar ningún tipo de protagonismo, sin querer ser el centro de las preocupaciones de los demás». Y otra amiga manifestaba: «Lo que yo admiré más de ella fue su alegría; una alegría constante y contagiosa. De sus visitas –ya estando enferma y sabiendo quienes la visitábamos que estaba desahuciada– salíamos alegres y con gran paz interior».

El postulador de su Causa, José Luis Gutiérrez, afirma de Montse que «nos ha enseñado que seguir de cerca a Cristo no significa emprender cosas cada vez más difíciles o extraordinarias, sino realizar las ocupaciones diarias por amor y con amor, transformándolas en ocasión de servir a Dios y a los demás. Su vida demuestra también que no hay que esperar a ser mayores para alcanzar metas altas, y que la juventud no es un periodo transitorio de la vida, sino todo lo contrario: es el momento en el que uno puede donarse a Dios, amándolo con todo el corazón».