Monjas de serie y santas - Alfa y Omega

Monjas de serie y santas

Manuel Cruz

He visto fugazmente algún capítulo de la serie Quiero ser monja. Por lo que vi, tengo dudas de que alguna de las chicas que vivieron la experiencia de ser monja por unos días llegue a tener verdadera vocación, aunque nunca se sabe cuándo llama el Señor. Sí me llena de alegría como cristiano otro tipo de eventos que pasan por la sombra de los días en la vida diaria, sin que ninguna cámara de televisión se ocupe de convertirlos en una serie. Es el caso de una adolescente catalana que murió en marzo de 1959, llamada Montserrat Grases, a la que el Papa Francisco acaba de declarar venerable, una vez reconocidas sus virtudes vividas con carácter heroico.

Montse, como la llamaban sus amigas y su gran familia de ocho hermanos, de profundas raíces cristianas –¡ah, cuando la familia es de verdad una familia!–, fue una chica normal, alegre y feliz, que estudiaba, después del Bachillerato, en la Escuela Profesional para la Mujer, de Barcelona. A los 16 años sintió la vocación al Opus Dei y fue admitida como numeraria. Poco después, cuando apenas había cumplido los 18, se le diagnosticó un cáncer de huesos en una pierna, una dolencia muy dolorosa que supo vivir sin perder la sonrisa, con una contagiosa alegría.

Murió, por tanto, en olor de santidad y su causa de canonización fue abierta en 1962. 44 años después, el Papa ha dado el primer paso para que la joven sea elevada a los altares, aunque ella ya fue considerada santa súbita por cuantos la conocieron.

Cuenta el postulador de la causa, el sacerdote José Luis Gutiérrez, que no hay que esperar a ser «mayores» para alcanzar metas altas de santidad y que la juventud no es un período transitorio en la vida sino todo lo contrario: es el mejor momento para entregarse por entero a Dios.

«No esperéis a la vejez para ser santos: sería una gran equivocación», solía decir san Josemaría a los jóvenes. Y ahí la tienen, ya venerable, como esa otra jovencita madrileña, de 11 años, Alexia González-Barros. También ella murió tras una dolorosa enfermedad, vivida igualmente con alegría por amor a Jesús. Y también se le ha instruido a ella –¡una niña!– la correspondiente Causa de canonización.

Estas niñas no tuvieron vocación de monjas. Fueron directamente a la santidad en su busca de Dios.