Cartas a la redacción - Alfa y Omega

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600 años de un santo

Se cumplen 600 años del nacimiento de san Francisco de Paula, fundador de la Orden Mínima. No quiso riquezas ni exaltaciones mundanas, solo penitencia y oración. Por eso se retiró a una gruta donde en silencio podía orar y estar más cerca de Dios. Su fama eremítica atrajo a muchos que quisieron ser sus discípulos, y así nació la Orden de los Mínimos.

Luis XI, rey de Francia, muy enfermo, pide que Francisco venga en su ayuda, para que obre el milagro de sanarlo. Francisco le regaló consejos para alcanzar la vida eterna, el amor a Dios… Tan extraordinarios fueron sus pensamientos que el rey muere en sus brazos, tranquilo y lleno de paz, tras arrepentirse de sus pecados. El Papa Juan Pablo II escribió: «San Francisco ha enseñado a contentarse con lo estrictamente necesario, a vivir en este mundo como huéspedes y peregrinos».

Francisco de Paula Ruiz de la Cuesta
Sevilla

La mirada al cielo

¿Por qué no puede ser hoy? Hoy es el renacimiento de mi llamada a la fe, pues cada día me brinda una nueva ocasión. Debemos recordar de dónde venimos y de qué procedemos para saber que somos llamados a renacer de nuevo. Qué triste es ver cómo se apaga nuestra alma por los días que vivimos, donde sustituimos el credo por la satisfacción momentánea de lo superficial y lo banal. De engaños se llena nuestra vida, donde lo espiritual es perseguido y donde no hay espacio para Dios. Vivimos en tiempos, ahora más que nunca, en los que debemos salir sin miedo a proclamar aquello que ocultábamos por temor. Debemos mirar a los ojos de ese hermano al que le damos la paz, para saber qué problemas tiene en su corazón y que le hacen ver el cielo gris. Levantemos la mirada al cielo y busquemos en nuestro interior esa paz que tanto nos hace falta, para que los millones de estrellas que nos rodean sean testigos de nuestra conversión a la fe y al amor del Padre.

Juan Ignacio Morilla
Córdoba

El problema es no sentirse pecador

He aquí donde radica el verdadero problema de nuestro presente. Sin este reconocimiento, nada podemos hacer. Pues la misericordia de Dios, presta siempre para ejercer su amor, requiere previamente considerarse pecador y necesitado de su perdón. Es tal nuestro convencimiento de que no hacemos nada malo, de que no estamos adheridos o atrapados por el mal, que no precisamos de su misericordia. Ya no hay lugar para el discernimiento, olvidamos que el mal existe y que se halla bien instalado en personas y estructuras, revestido de mil maneras. Basta observar nuestros comportamientos egoístas y egocéntricos, buscando nuestra realización personal por encima de todo. Reconozcámonos pecadores y necesitados del perdón misericordioso de Dios.

Manuel Armenteros
Tres Cantos (Madrid)