A los 4 años ya tenía la costumbre de volver loca a su tutora - Alfa y Omega

Los que nos dedicamos a la educación en colegios tenemos claro que el objeto principal de nuestra ocupación, preocupación y cuidado son los alumnos, por mucha guerra que den. A veces no nos acordamos de que los que más guerra dan son los que más nos tienen que ocupar.

A los cuatro años Miguelito ya tenía la buena costumbre de volver loca a su tutora: contestaba mal, no obedecía, pegaba a sus compañeros… Era uno de los niños más conocidos de Infantil, tanto en las clases como en el tiempo del comedor. La fama le perseguía pero él era mucho más rápido, no para esquivarla, sino para añadir a su currículo miles de anécdotas preocupantes. Miguelito tenía además una facilidad tremenda de quedarse contigo, porque es muy cariñoso y, entre trastada y trastada, te miraba y te abrazaba intentando que olvidaras lo que acababa de ocurrir.

Un día su madre habló con confianza con la tutora y le contó lo que estaban viviendo en casa. Conociendo la situación ya no nos preguntábamos por el motivo de su comportamiento, sino que pasamos a comprender que lo normal era lo que hacía. Cambió totalmente nuestra mirada ante esa realidad: de poner límites a un niño un tanto consentido o incluso maleducado, al reto de conseguir que Miguelito expresara su tensión y su vitalidad de formas más adecuadas. En vez de separarle de la clase le dábamos responsabilidad; en vez de gritarle, le corregíamos con voz suave; en vez de hacerle ver todos sus errores sin pasarle ni una, hablábamos con él haciéndole ver las cosas mientras le mirábamos con mucha ternura.

La verdad nos hizo libres y mucho más humanos a todos. Hoy ya no se oye hablar de él como antes, pero él sigue abrazando como siempre.