El hogar de los que no cuentan - Alfa y Omega

El hogar de los que no cuentan

Eva Fernández
Foto: Cáritas Huelva

El viento trae aún el olor a quemado. Hace días un nuevo incendio arrasó el asentamiento de temporeros de Palos de la Frontera. Todas las chabolas ardieron al instante y sus inquilinos volvieron a sentir lo que significa quedarse sin nada. Cualquiera pudo intentar calentar agua para lavarse. El viento hizo el resto. Cuando la vida se vertebra entre plásticos, juncos y basura, lo importante es sobrevivir. En medio de estos asentamientos, construidos sin reglas y a espaldas de la sociedad hay personas que madrugan, buscan comida y tratan de salir adelante. Nada les detiene, por eso se afanan en volver a poner en pie con cañas, plásticos y cartones lo que apenas queda de la estructura de lo que había sido su casa. Este incendio pone de manifiesto el drama personal de muchos de los temporeros que intentan ganarse la vida en las campañas de recogida de toda España y que se ven obligados a vivir en unas condiciones infrahumanas, privados de las necesidades más elementales. Intentan echar raíces en terrenos no aptos para la vida humana. Sin papeles, sin trabajo, sin dinero, sin casa. Pero con dignidad. Desde hace muchos años Cáritas diocesana de Huelva está denunciando la terrible situación en la que se vive dentro de los cinturones de miseria que rodean las extensiones de mares de plásticos donde se cultiva la fresa. Esta organización, junto a otras entidades sociales, se ha convertido en el asidero de los que no existen en los censos. Cáritas recuerda que el año pasado se produjeron cuatro incendios en los asentamientos de esta provincia y que, con el calor, una sola chispa puede acabar con estos hogares improvisados. Entre estos chamizos esparcidos entre los árboles, sobre un terreno mojado por la lluvia, se esconde una realidad que afecta a más de 2.000 inmigrantes llegados de más de medio centenar de países. La vida no tiene visos de enderezarse aquí para los que necesitan trabajar, aunque sea por 30 euros al día tras diez horas bajo los plásticos. A pesar de todo, ellos siguen construyendo un hogar que no cuenta.