El Papa felicita a monseñor Osoro - Alfa y Omega

El Papa felicita a monseñor Osoro

Redacción

«Para monseñor Osoro: soy el Papa Francisco, para desearle lo mejor en su Arzobispado. En todo caso, más tarde intentaré llamarlo. Gracias». Éste fue el mensaje que se encontró el domingo el nuevo arzobispo de Madrid en el contestador de su teléfono. Monseñor Osoro estaba rezando en ese momento y no vio la llamada, pero, más tarde, el Papa volvió a llamarle. Don Carlos pensó que se trataba de «una tomadura de pelo, pero claro, por las cosas que me iba diciendo, estaba claro que era él. Me emocionó este gesto de cercanía y de cariño», dijo durante un concurrido encuentro con la prensa en la mañana del lunes.

Fue una primera toma de contacto del nuevo arzobispo con los periodistas. Monseñor Osoro respondió a sus preguntas, les saludó personalmente uno a uno y compartió un café con ellos. «Os pido que me ayudéis a realizar la misión que tengo, que es muy difícil y, al mismo tiempo, muy sencilla, porque se trata de anunciar a Nuestro Señor Jesucristo, de hacerle presente no sólo con palabras, también con obras», dijo, aun siendo consciente de que «algunos creéis, y a lo mejor otros, no».

También les dejó claro que, «cuando os miro, no veo enemigos, veo hombres y mujeres, imágenes de Dios». El mismo rasero aplica Osoro a cualquier ámbito de la sociedad o a la política. Preguntado sobre su relación con los partidos, dijo: «Yo voy a hablar con todos. Yo soy de todos. Diréis: ¿Cómo puede ser? Pues sí puede ser. ¿Por qué no va a poder ser? Yo tengo una adscripción, que es a Jesucristo Nuestro Señor. Y Jesucristo nuestro Señor me adscribe a todos los corazones de todos los hombres. Cada uno después sirve a la sociedad de maneras distintas. Humanamente, me gustará más una que otra, pero me tengo que dirigir no por lo que me dicta mi manera singular de pensar, sino por lo que me dicta Alguien que es mucho más que yo, más grade que yo, que va mucho más allá… Él no se deja a nadie fuera. Y entra en todos los corazones y por todos los caminos. Yo, adonde me dejen entrar, entraré. Y donde no me dejen, haré todo lo posible por entrar. Naturalmente, no a la fuerza, sino intentado regalar y acercar el amor del Señor».

Él tiene muy claro cuál es el método que funciona. En Torrelavega, recién ordenado, cuando vivía en un piso con 18 jóvenes recién salidos del reformatorio («eran gente muy distinta, muy desestructurada, a veces agresiva»), descubrió que «lo único que les puede hacer cambiar es si yo los quiero de verdad, y ven que eso no son sólo palabras, sino que de verdad los quiero y doy la vida por ellos. Y eso cambió la relación». De esos 18 jóvenes, «excepto uno, todos han construido su familia, han construido su vida, tienen su profesión, su trabajo, sus hijos, una familia extraordinaria… ¿Qué ha cambiado?» Experimentar «el amor de nuestro Señor, que no es egoísta», sino, como dice el Evangelio, «es servicial, no tiene envidia, no se engríe, disculpa, cree, aguanta, espera… Y hay que aguantar, porque el cambio no se hace de la noche a la mañana».