El Papa subraya su «llamamiento a la solidaridad» acogiendo a doce refugiados - Alfa y Omega

El Papa subraya su «llamamiento a la solidaridad» acogiendo a doce refugiados

Los refugiados, «antes que números, son personas, rostros, historias», ha subrayado el Papa en el puerto de Mitilene. Doce de estos rostros, los pertenecientes a tres familias de sirios, serán acogidos a partir de hoy en el Vaticano, hasta donde han viajado en el vuelo papal. Antes de partir, el Santo Padre ha rezado por los migrantes ahogados en el mar, y ha insistido en que, aunque los gestos de solidaridad son necesarios, «no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento»

Redacción

El Papa Francisco ya ha aterrizado en Roma tras su visita relámpago a la isla griega de Lesbos, y con él tres familias de refugiados sirios que el Santo Padre ha querido llevarse al Vaticano como gesto concreto de acogida. Dentro del grupo hay doce personas, todas ellas musulmanas. Seis de ellas son menores. El portavoz de la Santa Sede, Federico Lombardi, ha explicado que «la iniciativa del Papa se ha realizado a través de los contactos de la Secretaría de Estado con las autoridades competentes griegas e italianas».

El Vaticano se hará cargo de su acogida y sostenimiento, aunque en un primer momento esto se hará a través de la Comunidad de Sant’Egidio, que ya tiene experiencia en este tipo de iniciativas. A finales de febrero, este movimiento católico hizo posible que cerca de un centenar de refugiados llegara a Italia desde el Líbano a través de un corredor humanitario.

Dos de las familias proceden de Damasco, y la otra de Deir Azzor (en la zona ocupada del Daesh). Sus casas fueron bombardeadas. Estas tres familias ya estaban en Grecia cuando se firmó el acuerdo entre la UE y Turquía, y proceden del centro de acogida de Kara Tepé, un campamento abierto que alberga a los grupos más vulnerables. No estaban, por lo tanto, en el centro de Moria, que el Papa visitó esta mañana.

El Papa, con el patriarca Bartolomé y el arzobispo Jerónimo en Mitilene. Foto: CNS / Paul Haring

«Antes que números son personas»

El Papa cerró su visita a Moria comiendo con un grupo de refugiados. Después, se dirigió junto con el patriarca ecuménico Bartolomé y con el arzobispo de Atenas y cabeza de la Iglesia griega, Jerónimo, al puerto de Mitilene, la capital de la isla. Allí tuvieron un encuentro con los ciudadanos y la comunidad católica. En su discurso, el Santo Padre reconoció que «la preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias».

«Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así será más consciente de deber a su vez respetarlos y defenderlos. Por desgracia, algunos, entre ellos muchos niños, no han conseguido ni siquiera llegar: han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdugos infames».

«Viven en condiciones críticas, están desesperados»

El Papa ha renovado su «llamamiento a la responsabilidad y a la solidaridad. Muchos de los refugiados» que se encuentran en toda Grecia «están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación». No obstante, ha apuntado que para ser realmente solidarios con estas personas que huyen de su propia tierra «no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento» sino que «hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales».

Concretamente, ha insistido en la necesidad de construir la paz en los países de estos refugiados e «impedir que este cáncer se propague»; de «oponerse firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas»; y de «dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia». También ha llamado a eliminar las «barreras» que crean «división y enfrentamientos».

Por el contrario, ha apostado por «promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias» y ha mostrado su esperanza en que tenga éxito la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que se celebrará en Estambul el próximo mes de mayo.

Oración por los fallecidos

Al finalizar el discurso, los tres líderes religiosos han pronunciado sendas oraciones individuales por los migrantes muertos en el mar y, después de prolongar la oración con un minuto de silencio, han lanzado al agua tres coronas de flores. La oración del Papa Francisco decía así:

Foto: CNS/Paul Haring

Dios de Misericordia,
te pedimos por todos los hombres, mujeres y niños
que han muerto después de haber dejado su tierra,
buscando una vida mejor.
Aunque muchas de sus tumbas no tienen nombre,
para ti cada uno es conocido, amado y predilecto.
Que jamás los olvidemos,
sino que honremos su sacrificio con obras más que con palabras.
Te confiamos a quienes han realizado este viaje,
afrontando el miedo, la incertidumbre y la humillación,
para alcanzar un lugar de seguridad y de esperanza.
Así como tú no abandonaste a tu Hijo
cuando José y María lo llevaron a un lugar seguro,
muéstrate cercano a estos hijos tuyos
a través de nuestra ternura y protección.
Haz que, con nuestra atención hacia ellos,
promovamos un mundo en el que nadie se vea forzado a dejar su propia casa
y todos puedan vivir en libertad, dignidad y paz.
Dios de misericordia y Padre de todos,
despiértanos del sopor de la indiferencia,
abre nuestros ojos a sus sufrimientos
y líbranos de la insensibilidad, fruto del bienestar mundano
y del encerrarnos en nosotros mismos.
Ilumina a todos, a las naciones, comunidades y a cada uno de nosotros,
para que reconozcamos como nuestros hermanos y hermanas
a quienes llegan a nuestras costas.
Ayúdanos a compartir con ellos las bendiciones
que hemos recibido de tus manos y a reconocer que juntos,
como una única familia humana,
somos todos emigrantes, viajeros de esperanza hacia ti,
que eres nuestra verdadera casa,
allí donde toda lágrima será enjugada,
donde estaremos en la paz y seguros en tu abrazo.

Efe / EP / Redacción

Discurso del Papa Francisco

Señor Jefe de Gobierno, distinguidas autoridades, queridos hermanos y hermanas:

Desde que Lesbos se ha convertido en un lugar de llegada para muchos emigrantes en busca de paz y dignidad, he tenido el deseo de venir aquí. Hoy, agradezco a Dios que me lo haya concedido. Y agradezco al presidente Paulopoulos haberme invitado, junto al patriarca Bartolomé y al arzobispo Hieronymos.

Quisiera expresar mi admiración por el pueblo griego que, a pesar de las graves dificultades que tiene que afrontar, ha sabido mantener abierto su corazón y sus puertas. Muchas personas sencillas han ofrecido lo poco que tenían para compartirlo con los que carecían de todo. Dios recompensará esta generosidad, así como la de otras naciones vecinas, que desde el primer momento han acogido con gran disponibilidad a muchos emigrantes forzados.

Es también una bendición la presencia generosa de tantos voluntarios y de numerosas asociaciones, las cuales, junto con las distintas instituciones públicas, han llevado y están llevando su ayuda, manifestando de una manera concreta su fraterna cercanía.

Quisiera renovar hoy el vehemente llamamiento a la responsabilidad y a la solidaridad frente a una situación tan dramática. Muchos de los refugiados que se encuentran en esta isla y en otras partes de Grecia están viviendo en unas condiciones críticas, en un clima de ansiedad y de miedo, a veces de desesperación, por las dificultades materiales y la incertidumbre del futuro.

La preocupación de las instituciones y de la gente, tanto aquí en Grecia como en otros países de Europa, es comprensible y legítima. Sin embargo, no debemos olvidar que los emigrantes, antes que números son personas, son rostros, nombres, historias. Europa es la patria de los derechos humanos, y cualquiera que ponga pie en suelo europeo debería poder experimentarlo. Así será más consciente de deberlos a su vez respetar y defender. Por desgracia, algunos, entre ellos muchos niños, no han conseguido ni siquiera llegar: han perdido la vida en el mar, víctimas de un viaje inhumano y sometidos a las vejaciones de verdugos infames.

Vosotros, habitantes de Lesbos, demostráis que en estas tierras, cuna de la civilización, sigue latiendo el corazón de una humanidad que sabe reconocer por encima de todo al hermano y a la hermana, una humanidad que quiere construir puentes y rechaza la ilusión de levantar muros con el fin de sentirse más seguros. En efecto, las barreras crean división, en lugar de ayudar al verdadero progreso de los pueblos, y las divisiones, antes o después, provocan enfrentamientos.

Para ser realmente solidarios con quien se ve obligado a huir de su propia tierra, hay que esforzarse en eliminar las causas de esta dramática realidad: no basta con limitarse a salir al paso de la emergencia del momento, sino que hay que desarrollar políticas de gran alcance, no unilaterales. En primer lugar, es necesario construir la paz allí donde la guerra ha traído muerte y destrucción, e impedir que este cáncer se propague a otras partes. Para ello, hay que oponerse firmemente a la proliferación y al tráfico de armas, y sus tramas a menudo ocultas; hay que dejar sin apoyos a todos los que conciben proyectos de odio y de violencia. Por el contrario, se debe promover sin descanso la colaboración entre los países, las organizaciones internacionales y las instituciones humanitarias, no aislando sino sosteniendo a los que afrontan la emergencia. En esta perspectiva, renuevo mi esperanza de que tenga éxito la primera Cumbre Humanitaria Mundial, que tendrá lugar en Estambul el próximo mes.

Todo esto sólo se puede hacer juntos: juntos se pueden y se deben buscar soluciones dignas del hombre a la compleja cuestión de los refugiados. Y para ello es también indispensable la aportación de las Iglesias y comunidades religiosas. Mi presencia aquí, junto con el patriarca Bartolomé y el arzobispo Hieronymos, es un testimonio de nuestra voluntad de seguir cooperando para que este desafío crucial se convierta en una ocasión, no de confrontación, sino de crecimiento de la civilización del amor.

Queridos hermanos y hermanas, ante las tragedias que golpean a la humanidad, Dios no es indiferente, no está lejos. Él es nuestro Padre, que nos sostiene en la construcción del bien y en el rechazo al mal. No sólo nos apoya, sino que, en Jesús, nos ha indicado el camino de la paz. Frente al mal del mundo, él se hizo nuestro servidor, y con su servicio de amor ha salvado al mundo. Esta es la verdadera fuerza que genera la paz. Sólo el que sirve con amor construye la paz. El servicio nos hace salir de nosotros mismos para cuidar a los demás, no deja que las personas y las cosas se destruyan, sino que sabe protegerlas, superando la dura costra de la indiferencia que nubla la mente y el corazón.

Gracias a vosotros, porque sois los custodios de la humanidad, porque os hacéis cargo con ternura de la carne de Cristo, que sufre en el más pequeño de los hermanos, hambriento y forastero, y que vosotros habéis acogido (cf. Mt 25,3 5).

Συχαριστώ! [¡Gracias! N. d. R.]