En mis primeros días de arzobispo de Madrid - Alfa y Omega

En su primera carta semanal como arzobispo de Madrid, monseñor Carlos Osoro subraya que ha sido enviado «a ser testigo y hablar de Dios con palabras y obras», no «para proponer u obtener objetivos políticos, económicos u otros de cualquier tipo». A esa misma misión convoca a la Iglesia diocesana, a mostrar «cercanía a los hombres por todos los caminos que transitan, de tal manera que quienes se encuentren con nosotros puedan experimentar que llevamos la vida del Señor tan dentro de nosotros»:

En estos primeros días de estancia en Madrid, muchas preguntas me han realizado y muchas respuestas he dado. Pero de todas ellas, en mi valoración, después de responderlas, he llegado a la conclusión, que lo más importante que dije, es que en mi misión lo más necesario, es que he vendido a ser «testigo» y hablar de Dios con palabras y obras, he venido a hablar de quien se nos ha mostrado y han visto los hombres, Jesucristo. Os lo digo con franqueza y con verdad, nada hay más necesario para esta humanidad que necesita una profunda renovación de la mente y del corazón de los hombres, de relaciones entre los hombres de fraternidad y de una profunda renovación cultural, que acoger a Dios en su vida y en su historia. Él, cambia el modo de pensar, de ser, de obrar y de vivir.

No vine para proponer u obtener objetivos políticos, económicos u otros de cualquier tipo, sí para mostrar la verdadera Belleza. He venido aquí para encontrar a los hombres y mujeres en todos los caminos por donde andan y acercar el amor y la misericordia de Dios, dejar hablar a Dios y hablar con ellas de Dios. Sí, del Dios que se nos ha revelado en Jesucristo. ¿Qué esto no es importante y no interesa y no es respuesta a los problemas del momento en que vivimos? No nos dejemos engañar. Por muchas razones, estoy convencido, que Dios y la religión es una cuestión fundamental para una convivencia lograda en libertad y respeto. Deseo explicarme bien: la religión requiere la libertad, por eso la libertad tiene necesidad y requiere de la religión. Pero también es preciso decir, que la libertad que buscamos todos los hombres, necesita una referencia originaria o una instancia superior. ¿Por qué? Solamente habrá valores que nada ni nadie pueda manipular, si existe esa referencia o esa instancia. Es la única garantía de la libertad. Y por eso la Iglesia como Cuerpo que es del Señor, ofrece a Jesucristo, que es Camino, Verdad y Vida. Es la expresión de la Belleza de la Libertad.

Me ha impresionado siempre el texto de Lc 13, 31-35. ¿Por qué? Porque es una propuesta a que los discípulos hagamos lo mismo que el Maestro. En esta página del Evangelio, se nos dicen claramente tres cosas que pueden resumirse en esta expresión: «Empeño por estar en la historia de lo hombres saliendo siempre desde el centro que es Jesucristo, para curar y sanar como Él con su amor y su gracia, mostrando su cercanía a los hombres por todos los caminos que transitan»:

1) Empeño por estar en la historia de los hombres saliendo siempre a todos los lugares desde el centro que es Jesucristo: hay que estar en medio del mundo mostrando y anunciando a Dios como sustentador de la libertad auténtica de los hombres. Los fariseos de parte de Herodes que no consentía que otro entregase libertad, le dicen «sal y marcha de aquí». El hombre de Dios, el discípulo de Jesucristo, no puede marchar de esta tierra y menos cuando ve en la cultura progresiva indiferencia en sus decisiones y considerando la verdad como un obstáculo, dando prioridad a consideraciones utilitaristas que para nada engendran vida, libertad y encuentro.

2) Estar para curar y sanar como Él, con su amor y su gracia: ¡qué belleza adquieren las palabras de Jesús! «Cuántas veces he querido reunir a tus hijos como la gallina reúne a los polluelos, bajo las alas y no habéis querido». Sí, sanar: construir una familia humana en la que nadie sobra, en la que todos somos necesarios, en la que todos damos vida al otro y generamos la cultura del encuentro y la civilización del amor, desechando la cultura del desencuentro, de la eliminación y de la exclusión. Sanar el corazón del hombre con la vida que regala Jesucristo, que hace que me pregunte siempre «¿quién es mi prójimo?» O aquella otra que dirigió al ciego de nacimiento, «qué quieres que haga por ti?».

3) Mostrando su cercanía a los hombres por todos los caminos que transitan: de tal manera que quienes se encuentren con nosotros puedan experimentar que llevamos la vida del Señor tan dentro de nosotros que puedan decir, «bendito el que viene en nombre del Señor».

Voy a tener un atrevimiento en estos primeros días de mi estancia con vosotros, como pastor que siente la responsabilidad del envío que le ha hecho el Señor. El atrevimiento es deciros con palabras del primer libro de los Reyes, lo que considero es importante. Dios concedió al joven rey Salomón, con ocasión de su entronización, formular una petición. ¿Qué pedió en este momento tan importante? ¿Éxito, riqueza, larga vida, eliminar a los enemigos? Nada de eso quiso. Hizo una súplica: «concede a tu siervo un corazón dócil, para que sepa juzgar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal» (1 R 3, 9). ¿Qué quiere decirnos? Todo ser humano tiene una responsabilidad sobre todos los que tiene a su alrededor, hay algunos que la tienen más que otros. Y cuanto más dependa la vida de los otros de sus decisiones y acciones, el criterio último y la motivación para su trabajo, nunca debe ser el éxito personal y menos el beneficio material, tiene que ser el compromiso por la verdad y la justicia para todos, por construir la fraternidad y la cultura del encuentro, por lograr las condiciones básicas para una convivencia en paz y respeto a todos, lograda desde el reconocimiento vivido de la dignidad de todo ser humano como «imagen y semejanza de Dios». Por eso, encontrarnos con los hombres y hablarles con obras y palabras de Dios no es cuestión secundaria, es condición para vivir en verdad y en libertad.