Ara Malikian: «Entretener al público es algo muy serio» - Alfa y Omega

Ara Malikian: «Entretener al público es algo muy serio»

Entre los dos tenemos pelambrera suficiente para el relleno de un nórdico. Lleva más tiempo en España que en las diferentes tierras que le han dado cobijo, ya se ha hecho con nuestros giros lingüísticos y te cuenta las cosas sin esfuerzo. Es un musicazo, no se contenta con la reproducción de la partitura, de alguna manera tiene que meterse entre las notas y poner allí su propia alegría. Si le quitan el escenario le roban media vida. Ara Malikian (nacido en 1968 en el Líbano en el seno de una familia armenia) cuenta que un niño transformó su manera de tocar, porque los niños no tienen empacho en decir la verdad, sueltan si se aburren o si quieren escuchar algo otra vez. Le pillamos en plena gira de 15, su último trabajo, que le llevará hasta septiembre, aunque ya le bulle un nuevo proyecto con temas suyos que aún no desvela

Javier Alonso Sandoica
Foto: Archivo personal de Javier Alonso Sandoica

Ara, me gustaría dedicar buena parte de la entrevista al tema de la identidad. Empecemos por la música. Está de moda la no pertenencia, la ausencia de raíces. Pero bien que diferenciamos a Elgar de Brahms o la música armenia de la húngara.
Todo tiene identidad, incluso varias identidades, y por supuesto la música tiene sus propias raíces. Por suerte podemos reconocer si la música está hecha en España, en la India o en Irlanda. Yo por supuesto tengo raíces, pero me siento identificado con varias culturas: la armenia, la libanesa, la española, pero a pesar de sentirme identificado principalmente con la música y las gentes de Armenia, no es mi tierra. Lo mismo pasa con el Líbano: allí nací, pero llevo treinta años fuera.

¿Como es la música armenia? Las raíces cristianas armenias son apasionantes, su música litúrgica permanece desde el siglo IV.
Es muy especial, se la identifica rápidamente. Se encuentra entre Occidente y Oriente, tiene mucho de persa y también de Europa, un híbrido pero con propia personalidad. Le debemos mucho a nuestro gran referente de la música armenia, el sacerdote Komitas. Conozco mucha de su música litúrgica, escribió muchísimo pero es muy desconocido fuera de Armenia. Sufrió el genocidio, vio a su pueblo asesinado y enloqueció.

Cuando Gershwin fue a Europa, se encontró con Alban Berg, que le interpretó al piano fragmentos de su Suite Lírica. A Gershwin le produjo cierto sonrojo tocar después para el maestro. Pero Berg le dijo «no se preocupe, la música es siempre música».
Es cierto. Conozco otra anécdota de Gershwin con Ravel, que era un tío muy seco y excéntrico. Tocó delante de él y Ravel no dijo absolutamente nada: «¿Tan mal lo he hecho?». «Mire —dijo el francés—, no pienso enseñarle nada, porque es mejor escribir un buen Gershwin que un mal Ravel». Hay un lugar común en la música. Cuando tocas Bach o Mozart y te dicen que Bach no se toca así, ¿es que todos tenemos que tocar de la misma manera?, ¿no hay posibilidad de incorporar lo nuestro a la partitura? El respeto a los maestros tiene que estar siempre ahí, pero la aportación personal es imprescindible. Si no, la partitura se quedaría en los museos.

Foto: Javier Tles
Foto: Javier Tles

En la novela Contrapunto de Aldous Huxley hay un personaje que es capaz de demostrar la existencia de Dios por el cuarteto de 15 de Beethoven. ¿Hasta dónde puede llevarte la música más allá del entusiasmo inmediato?
Sinceramente, la música nos puede llevar a lugares mucho más importantes que los inmediatos, la música se disfruta pero va más allá. Un referente siempre es Bach, y eso que tenía obsesión por la numerología, que los compases tuvieran que ver con las letras de su nombre, nada lo dejaba al azar.

Pero cuando tú tocas una partitura de Bach, no reproduces pura matemática, hay algo que se escapa de la obra y abre muchas puertas.
Cuando interpreto no pienso en matemáticas, ni en la técnica, ni cómo está hecha la obra, ni en quién la ha compuesto; la interpretación te conduce a un mundo aparte. Cuando subo a un escenario sé que tengo que entretener, la palabra entretener es muy seria, es compartir la música con el público.

¿Fuiste niño prodigio?
Mi padre era violinista. No fue un amor a primera vista, el violín ya estaba allí antes de que yo naciera, era algo natural en casa. Aprendí mucho. Hace diez años estaba obsesionado con la perfección de tocar sin errores, solo quería que los expertos y los críticos valoraran mi trabajo. Hoy pienso al revés, lo que me importa de verdad es si la gente se ha emocionado. Sigo practicando horas en casa, pero solo creo en la transmisión.

Cuéntame alguna reacción de ese público al que quieres llegar que te haya transformado.
Cuando empecé a tocar para los niños cambio mi concepto de interpretación. Porque en todo lo que decían estaban en lo cierto. Después de un concierto, un niño de ocho años me acercó un papel con apuntes donde había escrito lo que le había gustado y lo que le había aburrido. Fue mi mejor crítico, era todo muy sencillo pero muy verdadero.

Háblame de tu identidad. La influencia armenia es debida a tus padres.
En casa hablábamos siempre en armenio. Por desgracia la relación fue muy corta porque a los 15 años me marché de casa para estudiar en Alemania. Mi padre me daba mucha caña con el violín, yo tocaba llorando, prefería jugar con mis amigos, pero le estoy eternamente agradecido. Mis padres me transmitieron mucho amor. Antes de salir para Alemania mi padre me dijo: «Te vas como extranjero, tendrás problemas y no te respetarán. Para que te tengan en cuenta tendrás que hacer las cosas diez veces mejor que los demás». Yo tenía catorce años. Practicaba diez veces más que mis compañeros y tuve suerte de no caer nunca en el lado oscuro de la vida. En general los armenios somos cristianos ortodoxos y mis padres siempre creyeron en Dios, pero nunca me lo transmitieron. Yo creo en Dios, la vida me ha enseñado a respetar a los demás. Le doy gracias por lo que tengo, porque soy muy feliz, mi naturaleza es de por sí agradecida.

Foto: María Pazos Carretero

1915 fue el año del horror para los armenios, aún existe una conspiración de silencio por la que no se reconoce que aquella matanza fue un genocidio.
Sabemos que no se reconoce por parte de los países que tienen acuerdos con Turquía debido a razones políticas y económicas. Fue algo que estuvo a punto de acabar con nuestra cultura, con nosotros mismos. Mis padres me hablaron de aquello con mucho odio, mis abuelos fueron refugiados en Líbano y Siria, hablaban de los turcos como enemigos. Tuve que hacer mi propio juicio. Llegué a Alemania pensando que el turco era mi enemigo, y resulta que había muchos, y mi mejor amigo, mi compañero de piso, era turco. Me di cuenta de que él no tenía la culpa de nada y yo no tenía que vengarme de nadie. Los turcos no son nuestros enemigos, incluso somos parecidos. La literatura armenia es muy rica, cuenta nuestra historia, lo malo es que es desconocida. Somos muy pocos armenios y nos reconocemos en seguida. Nuestra cualidad esencial es que tenemos afán por destacar, por trabajar. Hay dos Armenias diferentes, la de la tierra que intentamos cuidar, y la de la diáspora. Hemos sabido siempre mezclar nuestra identidad con los lugares donde nos encontramos. Donde hay muchos armenios se forman en seguida escuelas, centros culturales, etc., pero surge un nuevo tipo de armenio.

¿Cómo interpretas la llegada de refugiados a Europa?
No conocemos bien su historia, ¿cuántos quieren mejorar su vida?, ¿cuántos son perseguidos?, ¿cuántos farsantes hay? La guerra en Siria es atroz, estamos ante otro genocidio. Estamos asistiendo a lo mismo que ocurrió en el Líbano, donde la guerra civil nos la vendieron como conflicto entre cristianos y musulmanes, pero en el Líbano convivieron durante siglos las distintas religiones y las miles de etnias, y estábamos todos en paz. Sencillamente se repartieron el país, fue un conflicto de poder. Es curioso, siempre se usa el nombre de la religión para justificar una guerra por intereses económicos y políticos. Yo tenía siete años durante aquella guerra. Fue muy duro, las bombas te caían encima y tenías que refugiarte. Tu padre estaba en la calle y no sabías si volvería.

¿Qué piensas del Papa Francisco?
Pues me parece maravilloso, me impresiona todo lo que leo de él. Habla mucho del respeto a las diferencias, esa predisposición al respeto me parece maravillosa.