La Reina Fabiola, una católica en la vida pública - Alfa y Omega

Bélgica es hoy un país moralmente devastado, como lo demuestra la reciente legalización de la eutanasia infantil, pero no siempre fue así; no del todo, al menos. Además de la fractura lingüística y cultural, el país también estaba atravesado por la rivalidad intelectual —con su correspondiente extensión en la política y en la sociedad— entre católicos y laicistas.

A mediados de la década de los 50, el Gobierno de centro-izquierda, presidido por el flamenco Achille Van Acker, quiso inclinar la balanza a favor del bando laicista votando una ley que recortaba las ayudas a las escuelas libres, católicas en su mayoría. Tres multitudinarias manifestaciones en Bruselas no consiguieron que diese su brazo a torcer. La tensión en Bélgica era más que palpable. En 1958, su coalición perdió las elecciones y los social-cristianos volvieron al poder, logrando un frágil pacto escolar aún vigente, pero que el entonces titular de la sede de Bruselas, el cardenal Joszef Van Roey, nunca aprobó públicamente.

Ése es el ambiente que imperaba cuando Fabiola se casó con el rey Balduino en diciembre de 1960. De entrada, la pareja se vio obligada a acortar su viaje de novios, pues los disturbios que se produjeron a raíz de la Ley Única —normativa que contemplaba la adaptación de la economía belga tras la independencia del Congo— situaron al país al borde de la insurrección, requiriendo la inmediata vuelta del rey a Bruselas. Aunque la primera vez que Fabiola vio cómo su fe católica chocaba con la realidad de su país de adopción se produjo a raíz de la visita de Estado que, junto a Balduino, hizo a Juan XXIII en el Vaticano a principios de junio de 1961. Durante la audiencia, la pareja confesó al Papa que la reina estaba esperando un hijo. El Santo Padre, que tal vez no observó la discreción necesaria en estos casos, deslizó posteriormente la confidencia a un grupo de corresponsales belgas.

Cuando se supo la noticia, toda la Bélgica laicista se echó encima de sus reyes. ¿Cómo es que el Papa se entera de un acontecimiento tan importante antes que el Gobierno o el Parlamento?, fue la queja más extendida. El Primer Ministro, Théo Lefèvre, también presente en Roma, remedió el entuerto confesando que el rey le había dado la noticia minutos antes de reunirse con el Santo Padre.

A partir de entonces, Fabiola hizo todo lo posible por no desairar a ningún sector de la sociedad belga, pero sin renuncia a un ápice de sus creencias. Ni ella ni Balduino ocultaron su predilección por la Renovación Carismática ni, por supuesto, cuando la crisis del aborto en 1990, cuestión que, por otra parte, sigue siendo compleja. Al mismo tiempo, convivieron con Gobiernos de distinto signo e invitaban a su mesa a personas de toda procedencia.

Moraleja: con algo de savoir-faire, se puede ser un católico de firmes creencias, no ocultarlas y moverse cómodamente en un ambiente no siempre favorable. La reina Fabiola lo demostró.