El árbol - Alfa y Omega

El árbol

Javier Alonso Sandoica

La editorial Impedimenta suele seleccionar cuidadosamente sus títulos. Uno de los más recientes es un tratado sobre los árboles escrito por John Fowles, algo así porque de los árboles deriva a su filosofía. Algunos de los lectores lo reconocerán por ser el autor de La mujer del teniente francés, de la que se hizo versión cinematográfica con Meryl Streep a la cabeza del reparto.

Al autor inglés se le despertó muy pronto la pasión por la historia natural y por el campo, pero lo único que de niño podía ver desde su habitación era una reducidísima colección de frutales que su padre cuidaba como si pusiera la vida en ello. Fowles padre había combatido en la Gran Guerra y, frente al desorden de un conflicto que pone boca abajo las relaciones humanas, buscó cierto equilibrio, una forma de sosiego en su casa, por eso plantó los frutales. Pobre señor Fowles, solo pensaba en los árboles porque le daban beneficios, igual que pensaba en sus acciones o sus participaciones. El mayor cumplido que él mismo hacía de su cosecha era «lo mucho que la fruta habría costado en el mercado la semana pasada». Aquel era un espacio que el padre podía controlar. Pero Fowles hijo quería otra cosa, el mar abierto de los árboles en libertad, y una aproximación más humanista. Él quería entrar en el bosque, porque el árbol es una criatura nacida para vivir colonialmente, y anegarse en su silencio, su enclaustramiento, su aura. Todas las palabras que usa en este librito proceden de cualquier diccionario religioso. Fowles dice que nunca tuvo una religión que seguir, nadie le enseñó, «pero hallo cierto sentimiento religioso en mi devoción por los bosques. Es el silencio, esta constante sensación de espera que invade este lugar, lo que me resulta más inquietante». Le doy la razón, la espera es el tercer brazo que todos esperamos tender a quien responda a nuestras inquietudes ocultas. De hecho, se recuerda en el libro que los primeros espacios sagrados del Neolítico consistían en arboledas artificiales hechas de troncos talados.

Me gusta este escritor hastiado del hombre y su técnica: «Cuando los científicos se refieren a los procesos biológicos que se llevan a cabo en el laboratorio, utilizan el término in vitro; en el vidrio, no en la naturaleza. La evolución de la mentalidad humana ha hecho que ahora estemos todos in vitro, detrás del cristal de nuestro propio ingenio».