¿Me amas? - Alfa y Omega

¿Me amas?

III Domingo de Pascua

Aurelio García Macías
Pesca milagrosa, de Duccio di Buoninsegna. Foto: Museo de la Opera de Siena

Los exegetas dividen el evangelio de Juan en tres partes: el prólogo, el libro de los signos y el libro de la gloria. Este texto pertenece al libro de la gloria, donde se relata el encuentro de los discípulos con el Cristo Resucitado.

El relato evangélico se ubica en el lago de Genesaret, punto de partida de su predicación mesiánica y lugar de encuentro de los primeros discípulos con Jesús. Allí le conocieron y escucharon la voz de su llamada: «Venid y lo veréis».

Jesús y sus discípulos vuelven a encontrarse junto al lago, lugar también de la nueva llamada a sus discípulos. Esta vez han cambiado las circunstancias. El Cristo pascual aparece como un desconocido vagabundo al borde de la playa. Los discípulos aparecen juntos, de vuelta al único trabajo que conocen: la pesca en el lago. Sin embargo, aunque conocen el arte de la pesca y la geografía del lago, no tienen éxito. La larga pesca nocturna no ha servido de nada, no han pescado nada.

Al escuchar las recomendaciones de aquel desconocido, que desde la playa les indica el lugar oportuno para la pesca, tal vez se sorprendieran, pero obedecieron. ¿Qué sabía aquel personaje dónde había pesca en aquel lago tan conocido para ellos? La sorpresa fue mayúscula cuando descubrieron la red repleta de peces. ¿Quién era aquel individuo que sabía más que ellos? Los discípulos no sabían que era Jesús. Es el amigo íntimo quien confirma la sospecha y le reconoce primero: ¡Es el Señor! Perplejos por la inimaginable sorpresa, nadie se atreve a preguntarle, pero todos tienen la convicción de que es Jesús.

Tras una sucesión de imperativos: Traed, venid, comed… los discípulos se reúnen con Jesús en una comida pascual, que evoca la eucaristía, y confirma en ellos la certeza del Cristo vivo y resucitado

¿Me amas?

El centro del relato lo ocupa el diálogo entre Jesús y Pedro. Es una experiencia de amor y perdón. Pedro ha traicionado a Jesús por debilidad, fragilidad y miedo. Pero el Señor no le recrimina ni rechaza; simplemente le ama y perdona. Ante la triple negación se impone la triple profesión de amor de Pedro a Jesús. Quien le ha negado, ahora le confiesa. Y muestra así su disposición para asumir de nuevo el ministerio que Jesús le había encomendado: Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt 16,18).

Lo único que le pide Jesús a Pedro es la confirmación de su amor: ¿Me amas? El amor está unido al seguimiento y misión de Cristo. «Te amo» – «Apacienta mis ovejas». La misión presupone el amor. El amor es la condición necesaria para el seguimiento de Cristo y el servicio del ministerio apostólico al pueblo de Dios. La respuesta precipitada del impetuoso Pedro al principio, termina siendo una humilde y realista confesión de amor: «Tú, Señor, lo sabes todo», tú me conoces por dentro y por fuera, tú bien sabes que te quiero.

Apacienta mis ovejas

Apacentar la grey del Señor supone la entrega cotidiana de la propia vida al servicio de la Iglesia hasta el martirio. El buen pastor que ama a sus ovejas da la vida por sus ovejas. El apóstol recibe una llamada a gastarse y desgastarse por los que le son encomendados. ¿Cómo puede hacer esto? Sólo si está unido y ama a Jesucristo.

El contenido central de este pasaje es la llamada de Pedro a la misión después de Pascua: Apacentar a la Iglesia y anunciar el misterio de Jesucristo. Él, que era discípulo, se ha convertido ahora en apóstol. El relato enseña que la experiencia del Cristo Resucitado es presupuesto básico para el inicio de la misión apostólica. Quien no es testigo del Cristo Resucitado no puede anunciarlo al mundo.

¡Sígueme!

Es la última palabra que dirige Jesús Resucitado al discípulo elegido para apacentar sus ovejas. Junto al mandato de apacentar el rebaño, Jesús anuncia a Pedro su martirio. Estas palabras recuerdan el diálogo tenido entre ambos en la última cena: «Adonde yo voy, tú no puedes seguir ahora, me seguirás más tarde» (Jn 13, 36). Ha llegado ya «ese más tarde». Apacentando el rebaño del Señor, Pedro entra en el misterio pascual. Cristo ha vivido el suyo, ahora le toca a Pedro.

El seguimiento de Jesús es la característica primaria de todo discípulo. Tanto Pedro como Juan aparecen al final de este relato como discípulos y apóstoles, que siguen al Señor. Pedro es la representación de Jesús; Juan es el amigo íntimo del Señor. En ambos se manifiesta un doble aspecto del ministerio sacerdotal: la representación sacramental de Jesucristo y la amistad espiritual con Jesucristo. Ambos se interrelacionan y complementan de tal forma que, no se puede ser representación, sin ser amigo íntimo del Señor. Tal vez sea éste el mensaje especial que el evangelio dirige en este día a todos los sacerdotes de Jesucristo: Son llamados a un seguimiento de amor, siendo amigos íntimos del Hijo, para representar al Señor en su ministerio como pastores que dan la vida por el pueblo a ellos encomendado.

Evangelio / Juan 21, 1-19

En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo; Natanael, el de Caná de Galilea; los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: «Me voy a pescar». Ellos contestan: «Vamos también nosotros contigo». Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: «Muchachos, ¿tenéis pescado?». Ellos contestaron: «No». Él les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». La echaron, y no podían sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo a quién Jesús amaba le dice a Pedro: «Es el Señor». Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos doscientos codos, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: «Traed de los peces que acabáis de coger». Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: «Vamos, almorzad». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.

Después de comer, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?». Él le contestó: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis corderos». Por segunda vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?». Él le contesta: «SI, Señor, tú sabes que te quiero». Él le dice: «Pastorea mis ovejas». Por tercera vez le pregunta: «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?». Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez: «¿Me quieres?» y le contestó: «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero». Jesús le dice: «Apacienta mis ovejas. En verdad, en verdad te digo: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras». Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: «Sígueme».